Opinión Internacional

Adios al siglo y al milenio

Ahora si, en la noche del 31 de diciembre del 2000 al 1ro de enero del 2001, tendremos cambio de siglo y de milenio. Y no el engaño que las empresas de turismo intentaron aplicarnos el año pasado, al punto que mucha gente ritualizara solemnemente un «réveillon» que sólo significó el paso del penúltimo al último año del siglo 20 y del segundo milenio.

En breve, ya seremos tan viejos como nuestros ancestros que, nostálgicos, recordaban el siglo 19. «En el siglo pasado…», diremos con una punta de sabiduría, como si lo mejor de la vida fuese el arte de recordar. Y tal vez lo sea, sobre todo, en
esta cultura neoliberal que prohíbe el sueño e inhibe la libertad. Donde, se puede escoger entre varias marcas de cerveza y modelos de carros, pero nada de fijarse en el porvenir y pretender un modelo alternativo de sociedad.

Como dice Paul Ricoeur, «los jóvenes recuerdan, más no tienen memoria. Los viejos tienen memoria, pero no recuerdan». Nosotros, dentro de poco, tendremos memoria del siglo 20 y del xsegundo milenio, pero tal vez ya no sean tan nítidos ciertos
recuerdos.

Dentro de pocos días habremos dejado atrás el siglo de avances tecnológicos y científicos, sin comparación en toda la historia anterior de la humanidad. Contaremos a los hijos del nuevo milenio que, en el siglo pasado, el ser humano creó todo eso gracias a la genialidad de Santos Dumont. Pero callaremos que,
debido a nuestro brasileño complejo de inferioridad, dejamos pasar en blanco el centenario de pionera hazaña de 14-Bis, que voló 100 metros, en París, en septiembre de 1900.

Estamos saliendo del siglo que invirtió la relación del ser humano con la Tierra. Antes el planeta nos recubría, como el encaje protege al bebe en la cuna. Ahora exiliados de la atmósfera, sabemos que la Tierra es un punto azul en el cielo.

Lo imponderable nos asusta. Sin apoyos en este vasto universo, centramos el deseo en los objetos al alcance de la mano. Lo que es propio de un ser que fue capaz pisar la Luna, pero que no obstante no logró, hasta ahora, penetrar en el misterioso reducto de todos los valores y significados: el corazón humano.

Quién sabe, una tarea a ser realizada en el próximo siglo.

Gracias a la televisión, nuestros ojos se ampliaron, abiertos a todos los eventos, y nuestros oídos escucharon todos los ruidos y todas las melodías, inclusive las que destruyen el lenguaje musical. Excepto el dolor de los pobres, que gimen mudos en las fotos de Sebastião Salgado.

En breve ya no seremos contemporáneos del siglo en que los cálculos de Einstein curvaron la geometría del espacio, y los de Max Planck y Niels Bohr que develaran la intimidad atómica, revelándonos la imprevisibilidad del liliputiano mundo cuántico,
donde la libertad es tan sorprendente tanto entre hombres como mujeres.

Recordaremos que el Titanic se hundió, sin que la orquesta perdiese la paciencia, vaticinio náutico de dos grandes guerras, donde millones de personas perdieron la vida movidas por el patriotismo que, fuera del campo de batalla, no pasaba de un
negocio entre los poderosos de la Tierra. La utopía de la igualdad saltó de los sueños y de los análisis teóricos a adquirir furia y forma en la revolución de Octubre y en el socialismo. Luego, la guerra dividió al mundo, la China dio un gran salto hacia delante, Corea se dividió, Vietnam repitió la hazaña bíblica de David al derrotar al gigante Goliat.

El socialismo, con todo, respondió al hambre de pan, sin saciar al de la belleza. Rodó como un castillo de cartas, amparado en una justicia divorciada de la libertad. Solo Cuba se mantiene en pie, pues allí la poesía resuena en la resistencia al imperio, Martí revivió en la guantanamera esperanza de la repartición entre 11 millones de habitantes del pan, la salud, y la educación, a pesar de la ola turística travestida de prostitución, drogas y contrabando.

La herencia del Siglo XX

El siglo XX fue un niño que botó al suelo el mapamundi y reconfiguró sus piezas en diferentes diseños. Creó la ONU, pero no la deseada paz; la FAO, pero no la erradicación del hambre; la UNICEF, pero no el fin del analfabetismo. Siglo que dio a
los seres humanos el poder de remodelar el propio cuerpo, sin que aún haya alcanzado el don de hacer lo mismo con espíritu. Trajo la libertad sexual y, en su barriga, el SIDA, peste que introduce a la muerte en la placentera fuente de la vida. Los cuerpos se desnudaron, y Freud se inmiscuyó en las grutas y cavernas de la mente, allá donde se esconden nuestros más temidos fantasmas y los deseos se entregan a una alucinada danza erótica, tanteando en la oscuridad en busca de la luz que conduzca a lo absoluto.

Nos despedimos del siglo de Charles Chaplin y Rodolfo Valentino, Picasso y Portinari, Marilyn Monroe y Maria Callas, Caruso y Francisco Alves, Joyce y Guimarães Rosa, los Beatles y Chico Mendes, desatando el arte de sus formalidades académicas, libertad pronunciada en las telas polícromas de Van Gogh.

Para nuestro bienestar surgieron la aspirina y la vitamina C, el teléfono y el bolígrafo Bic, el jean y el fax, el microondas y el computador, el ascensor y la escalera eléctrica, sin que aún hayamos curado la depresión y la exclusión, la melancolía y el
prejuzgamiento, la injuria y la opresión. Dejamos como herencia, un arsenal bélico capaz de destruir a la Gaia 36 veces, sin la contrapartida de una única generación libre de la desigualdad social.

Adiós siglo 20 que me dio la vida y la alegría de conspirar a favor del bien, la fe cristiana y la experiencia de Dios – Amado con quien sueño en ver el espíritu transformado. Adiós segundo milenio, que cambió la página del período medieval, teocéntrico, hacia el moderno, antropocéntrico, pasando de agrícola a industrial y, que ahora, nos introduce en el posmoderno y en el posindustrial, felizmente pre-humano, considerando que al menos 3 mil millones de personas aún no alcanzaron sus derechos animales, como el de educar a la cría, o de comer o de abrigarse de las intemperies.

¡Bienvenido siglo XXI y tercer milenio! tomemos el vino embriagador de las utopías, la justicia como el pan nuestro de cada día, la libertad derramada de las profundidades del Espíritu, a la paz como fruto del amor. Y, si Dios viniera, que
venga amado.

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