Opinión Internacional

Agenda diplomática para el sexenio

Ojalá pudiéramos decir, una vez superada la megaborrasca electoral, como Gerald Ford tras la dimisión del Presidente Nixon, que la pesadilla quedó atrás, porque se abre para Venezuela una etapa de reconciliación.

Lo contrario sería insistir en el camino que conduce al destino de las llamadas repúblicas bananeras, comprometiendo las posibilidades de edificar una sociedad convivial, basada en la constitución y las leyes y el manejo racional de los recursos con que nos privilegió la naturaleza.

Los sondeos de opinión vaticinan un cuadro nacional multicolor y sin clara mayoría legislativa, propicio para sustituir el discurso bronco por las combinaciones propias de la política – esa vieja puta mas que cuarentona, porque se diseñó hace 25 siglos como instrumento de convivencia civilizada cuando no se puede, como quisiéramos, eliminar al adversario- para prescribir la medicina que demanda el panorama económico y social cada vez mas ominoso.

Prevalece la sensación de que el proceso tan atípico que culminará el domingo 28 reviste una importancia capital para la existencia misma de la nación; y de que si, lamentablemente, los factores que ocasionaron la crisis no desaparecerán con el mero episodio electoral, deberíamos consensuar a partir de sus resultados las medidas que exige la sociedad venezolana.

Los estados, como las personas, deben tener siempre presente la recomendación de nuestras abuelas cuando buscaban meter en cintura a las gentes imprudentes (frasquiteras, parejeras y arbolarias, hubieran ellas sentenciado desde sus mecedoras…), para obligarlas a darse el lugar que en justicia les corresponde según su alcurnia, nivel intelectual y haberes pecuniarios.

En el caso de la política exterior, darnos nuestro puesto significa partir de una situación vulnerable por la dependencia de un recurso que seguirá siendo vital para la civilización, que recomienda una política exterior modesta de alcance hemisférico, abocada al manejo de problemas limítrofes de suma agudeza y peligrosidad, dados el componente emotivo y su manipulación doméstica y externa, la coincidencia de intereses con países en desarrollo, agobiados por la deuda externa y, por supuesto, la pertinencia del diálogo con los países industrializados, para sacar provecho de sus contradicciones y de la guerra comercial en curso

Por eso, es de lamentar que los comicios mas polémicos del periodo democrático no permitiesen escuchar de los candidatos las lineas maestras de una agenda diplomática que habrá de atenderse de forma tan urgente como los asuntos internos; porque no es posible ya deslindar lo doméstico de lo externo, cuando las resoluciones de algún organismo multilateral van a reflejarse en las exportaciones petroleras, golpear la agricultura o influir en el desarrollo intelectual de las nuevas generaciones.

Lástima, en verdad, porque la ocasión la pintaban calva para saber cómo imaginan al país los candidatos, en un clima de competitividad extrema donde saldrán airosas únicamente las sociedades educadas, eficientes y con objetivos claros; y de qué forma favorecerían un perfil acorde a las ventajas relativas de un país como el nuestro – de dimensiones regulares, estratégica ubicación geográfica, una población homogénea exenta de conflictos étnicos profundos y una arraigada tolerancia o indiferencia religiosa- en cuyo territorio volcó la Providencia la mas vasta gama de riquezas.

Y, muy importante, para que la voz del país se escuche con respeto en los foros mundiales, cómo actualizarían las estructuras de una Cancillería decimonónica que entorpece la instrumentación de una política exterior digna de ese nombre.

En síntesis, a qué puesto podemos aspirar, es la pregunta fundamental que demanda un adecuado conocimiento de la historia y la coyuntura global, como marco de una política exterior de Estado, que no se agote en el sexenio y reduzca mediante la ley, hasta donde sea posible, las veleidades del equipo gobernante.

La experiencia pasada y los traspiés sufridos por otras naciones deberían bastar para huir como de la peste del discurso vocinglero de plaza pública, tan arraigado en nuestra América, que Martí denunció como provinciano porque ignoraba el paso trepidante de los gigantes de siete leguas…

Lo contrario significaría reincidir en el afán de protagonismo que si alguna vez pudimos apoyar en un pródigo presupuesto carece hoy de viabilidad, porque devora los escasos recursos en actitudes e iniciativas que la comunidad internacional percibe con sorna e ironía.

Es un mundo ancho y ajeno el que está al alcance de la diplomacia profesional, dotada de recursos y gerenciada con sobriedad, a instrumentarse por el equipo que resulte victorioso el domingo en franca cooperación con los grupos opositores; así lo exige el interés de Venezuela en un momento histórico tan decisivo.

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