Opinión Internacional

Al-Assad y el reino del horror

Existen cuatro motivos para preocuparnos por lo que ocurre en Siria aun en medio de los problemas de nuestro país. Primero, en menos de tres años el número de muertos se ubica entre 150.000 y 200.000. El límite superior ya se aproxima a lo que hemos perdido a manos del hampa en quince años. Segundo, hace pocos días han salido a la luz 55.000 fotografías que dan testimonio del asesinato sistemático de al menos 11.000 presos que se encontraban en tres centros de detención del régimen. Los métodos varían, pero en esencia todos tienen un componente medioeval: hambreados hasta la muerte, apaleados o estrangulados. Las balas deben estar escasas, mejor reservarlas para los combatientes activos. Tercero, Venezuela ha mantenido incólume su apoyo a Bashar al-Assad desde el inicio del conflicto. Nuestro soporte no se ha quedado en palabras, se ha extendido a un terreno que al régimen sirio le resulta mucho más útil: el envío de tanqueros de diesel. Por último, existe en nuestro país una amplia comunidad de sirios, gente que en su inmensa mayoría se gana la vida a diario de forma honesta, que han invertido en nosotros, contrata gente, y paga impuestos. A ellos sólo les queda rezar por que los suyos se encuentren ahora mismo entre los nueve millones de desplazados que ha generado el conflicto, en algún campo de refugiados en Jordania, Líbano o Turquía, o en alguna zona menos insegura dentro de Siria.

Quiero llamar la atención sobre Siria sin caer en el terreno de la erudición instantánea. Por eso me he sentado a conversar con Saleh el-Machnouk. Saleh trabajó durante dos años en la oficina del Primer Ministro del Líbano, Saad Hariri, tras los cuales marcó diferencia con el premier y se dedicó al activismo político. Fundó una organización (Movimiento Futuro) y cuenta entre sus créditos el haber apostado a la revolución siria desde las primeras de cambio, cuando muchos pensaban que no pasaría de ser una revuelta. Se me ocurre comenzar con una pregunta elemental, una consecuencia natural de la impresión que me han causado las fotos de las pilas de cadáveres en serie. ¿Cuánto empezó esto?

«Siempre fue así. Desde los propios primeros días de la revolución el gobierno de al-Assad cometió una serie de actos espantosos para sembrar el terror entre quienes simpatizaban con la insurgencia. Por ejemplo, arrestaron a un cantante popular que había compuesto algunas piezas en apoyo a la revolución, le cortaron el cuello, y lo dejaron muerto frente a la casa de sus padres… Con el tiempo, se instauró una suerte de ‘normalización’: la primera vez que ves uno de estos casos te impresiona, la 2a. algo menos, y tras sesenta días viendo fotos de muertos, asesinatos, y revisando casos de desaparecidos, ya estás anestesiado. Se apodera de ti una urgencia por sobrevivir al día a día que adormece el dolor y la conciencia, y te permite seguir adelante».

Según Saleh, las fotos han causado mayor impresión que los bombardeos y las muertes diarias porque se ha superado una escala que el régimen de al-Assad había sido cuidadoso en evitar. «Ellos se dieron cuenta temprano de que existía un límite, unos 150 o 200 muertos diarios, por debajo del cual las posibilidades de una intervención internacional eran bajas. Las 55.000 fotos que han salido ahora a la calle, además de documentar el asesinato sistemático de once mil prisioneros indefensos, han servido para romper esa suerte de límite».

No me queda espacio para más. Mientras Ud. lee, un padre de familia hunde sus manos entre los escombros buscando rescatar a sus hijos tras algún bombardeo. Otros se montan al hombro sus pocas pertenencias e inician el largo peregrinaje que , con algo de suerte, los llevará a un campo de refugiados. Aquél «Nunca más» que el mundo entero pronunció tras Ruanda es apenas un susurro. Siria se encuentra repartida entre cuatro facciones: las tropas de Al-Assad, el Ejército Libio de Liberación, la brigada islámica, y Al-Qaeda. Este último territorio está dominado por prisioneros que el propio Al-Assad liberó al comienzo de la revolución y que ahora utiliza para solicitar apoyo de Occidente en su «lucha contra el terrorismo». Así de torcida es la lógica de los que oprimen y así de accidentada la vida de quienes se defienden como pueden. A nosotros, que hemos pasado tantos años lamentando la indolencia de la comunidad internacional a nuestros males, nos vendría bien mostrar alguna compasión. Ahora somos la comunidad internacional. El imperio y la ubicuidad de las redes sociales abren muchas posibilidades al ciudadano con determinación. Sacar de adentro lo que no tenemos, para ofrecerle al que sufre lo que a nosotros más falta nos hace.

 

@miguelsantos12

 

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