Opinión Internacional

Al Senador Paul Coverdell no le gusta Chávez, Fujimori ni el PRI

El senador republicano Paul Coverdell eligió la semana pasada un prestigioso foro de Washington para exponer lo que describió como una nueva doctrina democrática para las Américas en el siglo XXI, y que en pocas palabras reivindica el derecho de los Estados Unidos a intervenir unilateralmente en América Latina cuando le parezca.

«El liderazgo norteamericano es la clave para el éxito de esta doctrina», dijo Coverdell. «Debemos usarla para construir un consenso. Cuando el consenso resulte imposible, debemos estar dispuestos a actuar solos para asegurar que las amenazas a la libertad en el hemisferio no pasen sin respuesta».

Los conceptos que el senador expuso en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales no pasarían de ser la expresión de una de las cabezas recalentadas que nunca faltan en cualquier sociedad. Pero ocurre que Coverdell preside la influyente Subcomisión de Relaciones Exteriores del Senado sobre Asuntos del Hemisferio occidental. «Para ser justos, nunca hemos brindado a este hemisferio la atención que se merece», dijo el senador, evidenciando algunas lagunas en sus conocimientos históricos. «En el mejor de los casos le hemos dedicado palabras bonitas, y esto debe cambiar».

Entre las palabras bonitas que los latinoamericanos recuerdan figuran desde la Doctrina Monroe hasta el «destino manifiesto», la doctrina de la seguridad nacional y el documento de Santa Fe. Más de 35 intervenciones militares directas en diversos países de la región cubren generosamente la cuota de inmerecidas atenciones.

Pero, ¿qué es lo que preocupa a Coverdell en estos albores del siglo XXI? Según sus propias palabras, no le gustan Fujimori, ni Chávez, ni el PRI. «Debemos ir más a fondo ahora y lidiar con los golpes en cámara lenta, donde un líder es elegido libremente, pero aplasta progresivamente la democracia en su país», sostuvo.

Ciertamente, ninguno de los tres casos citados entraría a un hipotético Salón de la Fama de la democracia. Pero así como no se pudo lograr a bombazos que serbios y albaneses comenzaran a amarse, tampoco los bombardeos desde gran altura sirven para afianzar la libertad y los valores democráticos.

Para que la libertad y la democracia arraiguen como valores en una sociedad, deben ser asumidos como tales por al menos la mayoría de sus miembros. La libertad y la democracia que no se conquistan no duran, porque la gente no experimenta el compromiso personal con ellas que se traba en la lucha por alcanzarlas.

Y para que ello suceda, debe permitirse que las sociedades evolucionen normalmente, sin interferencias. Sin duda se verán avances y retrocesos, pero esa es la manera de moverse que tiene la historia, que no necesita de «expediciones correctivas» como la de Kosovo o las que el senador Coverdell imagina para América latina.

La región ha hecho ingentes sacrificios humanos y económicos para incorporarse positivamente a un mundo cada vez más integrado, y la mejor manera de ayudarla, la mejor doctrina democrática que pueden imaginar para ella los países más poderosos es abrirle los mercados y facilitar el flujo de bienes y capitales.

Al exponer su «doctrina», el senador Coverdell les hizo un flaco favor a sus correligionarios, los candidatos republicanos que aspiran a conquistar el voto latino en los Estados Unidos. Probablemente, tanto John McCain como George Bush se beneficiarían en ese sentido si tomaran explícita distancia de sus palabras.

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