Opinión Internacional

Aniversario sin festejos en Kosovo

Hace un año, las fuerzas de la OTAN, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, intervenían militarmente en los Balcanes para desalojar a Serbia de la provincia autónoma de Kosovo y garantizar la integridad física de sus habitantes de la minoría albanesa.

Por primera vez en la historia, la alianza atlántica ingresaba en un conflicto bélico contra un país. Por primera vez también, las razones humanitarias justificaban dicha intervención.

El saldo del conflicto por Kosovo fue contradictorio. Se detuvo la campaña de persecución étnica y la imposición de la supremacía serbia en los Balcanes. Pero los bombardeos de la OTAN y la ocupación de Kosovo extendieron los padecimientos y desastres bélicos al interior de la propia Serbia y convirtieron a la población civil en receptora de la reacción por los crímenes atribuidos a su gobierno.

Una fuerza militar de las Naciones Unidas, 40 mil soldados de la KFOR, mantiene el control territorial bajo autoridad europea e intenta impedir los enfrentamientos entre la mayoría albanokosovar y la minoría serbia, la cual, hasta hace un año, imponía su dominio sobre Kosovo.

Desde este punto de vista, la intervención internacional para restablecer la paz no logró su cometido: dicha región está corriendo la misma suerte de Bosnia. Esto es, la imposibilidad de lograr países multiétnicos, donde convivan en un mismo espacio y con las mismas instituciones las distintas minorías nacionales. Por el contrario, prevalece la separación según las identidades de su población, con fronteras internas militarizadas y control internacional para evitar nuevos enfrentamientos. Una fórmula que los diplomáticos llaman «coexistencia vigilada», bien lejos de la reconstrucción prometida.

Es decir que la intervención en los Balcanes no pudo evitar o, peor aún, terminó consumando el objetivo que se propuso el nacionalismo étnico y que motivó la reacción internacional: el reagrupamiento de las poblaciones según su identidad nacional, étnica o religiosa.

El principal resultado logrado, en tal caso, fue impedir que Serbia se afirmara como potencia regional e impusiera sus reglas, muchas de ellas aberrantes, al resto de sus vecinos. Pero los organismos internacionales y el ejército multinacional que controlan ahora esa región tienen todavía una principal deuda con el compromiso asumido, que fue reconstruir países balcánicos habitables para sus diferentes poblaciones, más allá de su origen, cultura o nacionalidad.

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