Opinión Internacional

Ankara se gana un padrino necesitado

Barack Obama inició anoche una visita de dos días a Turquía. Resulta sintomático que, después de una semana de cumbres globales en las ciudades europeas de Londres, Estrasburgo, Baden-Baden y Praga, el presidente estadounidense haya elegido para corolario de su gira a esta república con 70 millones de musulmanes, cuna del imperio otomano y que geográfica y políticamente hace de compuerta de Occidente con Medio Oriente y Asia Central.

Aunque Turquía es mucho más que eso. Miembro de la OTAN, tiene hace años demorado su ingreso a la Unión Europea (UE). Son tres los «stoppers» de peso que le impiden acceder a ese club: Francia (es una campaña ahora personal del presidente Nicolas Sarkozy), Austria y Alemania. En los tres reside una importante colectividad de emigrados turcos. Pero es desde 2002, cuando llegó al poder el actual primer ministro Tayyip Erdogan (del AKP, Partido de Desarrollo y la Justicia, islamista moderado), que Turquía hace de enviado especial de EE.UU., en tareas que Washington políticamente no puede asumir. Negociadores puestos por el Gobierno turco son los que han venido mediando entre palestinos e israelíes (y entre Al Fatah y Hamás), entre Siria e Israel, entre Pakistán e Israel o entre EE.UU. e Irán. Fue la intervención de Ankara en 2003 entre iraquíes chiitas y sunitas la que permitió que se conformara Gobierno en Irak.

La deuda de EE.UU. con los turcos es grande. Pero Washington aún los sigue necesitando. El Gobierno de Obama todavía cuenta con el de Erdogan para que: a) le provea soldados para la guerra en Afganistán; b) lo ayude a negociar con Irán; c) medie entre sus vecinos árabes e Israel; d) permita el flujo de gas y petróleo proveniente del Asia Central y el Mar Caspio hacia Europa, además del tendido de nuevos gasoductos como el Nabucco; e) autorice la evacuación de tropas norteamericanas que dejan Irak, a través de territorio turco.

No es poco lo que Washington pide en estos momentos. Como tampoco lo que ya empezó a entregar a cambio. En la cumbre de la OTAN de hace un par de días, Turquía se avino -después de meses de estar en contra- a aceptar que el primer ministro danés Anders Fogh Rasmussen presidiera el organismo, siempre y cuando hiciera una disculpa pública por las caricaturas ofensivas hacia Mahoma publicadas un año atrás en su país.

Los miembros de la OTAN, empujados por EE.UU., se comprometieron a darle a Ankara una posición clave en su estructura de mando y también a destrabar las «bolillas negras» que entorpecen su ingreso a la UE. Sin duda, Turquía fue la gran ganadora de la cumbre. «Ahora empieza a tallar como una gran potencia global y a desplazar a Europa Occidental como centro de la política de seguridad de EE.UU.», señaló un análisis de la consultora estratégica Stratfor.

Pero en sus negociaciones con EE.UU., ninguno de éstos constituye el trofeo mayor para Turquía. Falta todavía «el punto G», frente al que se espera que Obama marque posición en este viaje. El «punto G» es el apócope o pseudo eufemismo para referirse al «genocidio armenio», la masacre de armenios por parte de los turcos de 1915, que el 24 de abril cumple un nuevo aniversario. Ese día habrá una conmemoración en el Congreso estadounidense y se prevé que no se mencionará la palabra «genocidio» (que los turcos asocian con la Alemania nazi).

Más allá de las cuestiones semánticas, EE.UU. necesita resolver pronto ese punto. Existe un creciente antiamericanismo en Turquía, como consecuencia de la guerra en Irak y el fortalecimiento por parte del Gobierno de George Bush de los kurdos en el norte de ese país (enemigos étnicos y políticos de los turcos). Hoy, según los especialistas, antikurdismo es lo mismo que antiamericanismo. A eso se le suma que el partido gobernante, el AKP, en las elecciones municipales del 30 de marzo logró 39% de los votos (contra su 50% histórico), frente a la oposición menos pro occidental y más nacionalista.

Por estas razones y por la importancia de Turquía en la política norteamericana en Medio Oriente y Asia es que Barack Obama olvidaría cumplir con una de sus promesas de la campaña electoral: condenar al genocidio o «punto G».

PUBLICADO EN ÁMBITO FINANCIERO

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