Opinión Internacional

Año nuevo, agenda vieja

Para el gobierno de la señora de Kirchner la llegada de un nuevo año y la inauguración de otro almanaque no trajeron aparejado un cambio de agenda; a lo sumo, una intensificación de la que la Presidente desplegó durante 2012, avivada ahora por lo que ella misma, al iniciar su segundo mandato, definió como “sintonía fina”, es decir,  algunos rasgos de ajuste clásico, no precisamente a través de la contención del gasto público  (que por el contrario crece de modo irrefrenable y, dado que se inicia un año electoral, difícilmente sea  contenido) sino por la tardía admisión de la necesidad de actualizar algunos precios y tarifas.

 

Más “gesta” y gestos que gestión

 

Más allá de estas nuevas señales (que sin duda tendrán consecuencias en la arena políticosocial), el oficialismo sigue embarcado en su relato confrontativo y deslizándose por una rutina de anuncios resonantes (incluso en el sentido de que suenan más de una vez, porque a menudo  tratan de asuntos ya anunciados o de obras ya inauguradas) y de actos dibujados con tonalidades épicas, como estampas de libro escolar, destinados a darle colores «históricos» al punto central del programa del gobierno: conservar el poder. La sociedad, más que una gesta espera una gestión; más que retórica contra presuntos enemigos de la patria, desea que dejen crecer a la patria y permitan a sus hijos producir, comerciar, ahorrar y transitar libremente, sin cepos ni restricciones arbitrarias.

En la semana que empieza el gobierno celebrará uno de esos actos, y buscará envolverse en la bandera merced al retorno al país de la Fragata Libertad. En buena hora ese regreso y más que merecido el homenaje a su tripulación, particularmente después de tantos  años de arbitrario maltrato y reticencias frente a cualquiera que vistiese un uniforme. El feliz acontecimiento no debería opacar, sin embargo, el hecho de que la Fragata se vió envuelta en el episodio del embargo por una mezcla de malas decisiones políticas, desafíos verbales inconducentes y mala praxis administrativa. La Fragata estuvo retenida varios meses  porque desde el aparato del Estado no se previó esa alternativa y porque se la puso como emblema del no pago a los llamados «fondos buitres» («ni un centavo»). Y, al fin de cuentas,  estará de regreso a los pocos días de que elgobierno ofreciera en los tribunales de Nueva York una oferta de pago a esos acreedores. El canto de gesta suena desafinado, la retórica del relato no resiste el análisis, la gestión luce muy mal. De hecho, la Fragata tendrá que seguir limitando sus viajes, evitando determinados puertos, analizando minuciosamente los itinerarios. Pero el acto se hará y la Presidente procurará ser la gran protagonista.

En cualquier caso, los organizadores de espectáculos del oficialismo tienen otros acontecimientos en el fixture de ceremonias y cadenas de radiodifusión: en marzo sin duda se festejará el triunfo electoral de 1973 que llevó al gobierno (por corto tiempo) a Héctor Cámpora y colocó en posiciones de poder a dirigentes y seguidores de la organización Montoneros. El gobierno siempre ha privilegiado en las celebraciones esa elección de marzo – pese a que se trató de un comicio proscriptivo ya que Juan Perón no pudo ser candidato- sobre la que en septiembre del mismo año llevó a la Casa Rosada al viejo general, que en pocas semanas echaría a los montoneros de su movimiento.

 

Rompan filas

 

Actos, anuncios e inaguraciones son  la escenografía y el maquillaje de la acción política del gobierno, que sigue empeñado en conseguir que la señora de Kirchner vuelva a ser candidata presidencial en 2015. Esto requiere una reforma constitucional para la que el oficialismo  no tiene actualmente fuerzas suficientes. Necesitaría ganar rotundamente las elecciones parlamentarias de octubre y, aún así, tendría además  que conseguir los favores de algunos sectores ajenos a su fuerza política. El objetivo parece desmesurado, porque coincide con una etapa de creciente debilitamiento del oficialismo. La Casa Rosada ya no consigue los grados de disciplinamiento de otras épocas y la coalición de fuerzas sobre la que se apoyó unos meses atrás para conseguir el famoso 54 por ciento se está desarticulando mientras el porcentaje de respaldos a la Presidente, como muestran las encuestas, se diluye. En el peronismo se observa menos propensión a aceptar la orden de “Firmes!” que a romper filas.

El gobierno se esfuerza por poner en caja a todas las voces disidentes, pero su éxito es cada vez más menguado. No hablemos ya de sus fracasos en el terreno gremial (donde la fracción cegetista que el oficialismo contabiliza como propia sale en defensa de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo cuando la Presidente les adjudica responsabilidades en los saqueos navideños); el gobierno también tuvo que retroceder en sus maniobras de acoso y derribo sobre el gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, y últimamente debe registrar las (siempre prudentes, pero notiamente crecientes) muestras de autonomía de un hombre como Daniel Scioli, a quien los halcones de la Casa Rosada observan como encarnación  de Lo Distinto (e indeseable).

 

Quién es el destituyente

 

La ansiedad por exhibir poder de disciplinamiento llevó a la Casa Rosada a iniciar una maniobra del tipo que sus propagandistas suelen adjudicar a los adversarios («enemigos»), una acción «destituyente». El jefe de la bancada oficialista de senadores, Miguel Angel Pichetto, y el gobernador rionegrino, Alberto Weretilnek, viajaron a Bariloche en un avión privado para comunicarle al intendente de aquella ciudad, Omar Goye, que debía renunciar. El pedido tenía origen en la Casa Rosada: la Señora responsabiliza a Goye porque la ola de saqueos navideños se inició en Bariloche (y por algún motivo le adjudica culpa al intendente). Ahora bien: Goye es miembro del Frente para la Victoria y aliado provincial de Pichetto.

 La Señora no tuvo contemplaciones. Pero tampoco logró acatamiento (al menos inmediato). Goye aseguró que no renunciará e invocó el mismo argumento que la  Presidente y sus corifeos enarbolan ante cualquier crítica: llegó a su puesto por el voto de la gente.

Un intendente como Goye es un obstáculo chico: es difícil que pueda resistir la presión conjunta de la Casa Rosada y de la gobernación de su provincia. Pero su decisión de resistir mide el desgaste que los cuadros políticos y estatales de todo el país observan en el gobierno nacional: en otros tiempos nadie se animaba a retobarse. Por otra parte, al  parapetarse tras el argumento de los votos, Goye aumenta el desgaste de un oficialismo al que acusa de intentar un «golpe institucional».  Se trata de una avería severa en el relato del gobierno, que ya  ha sufrido otras (sin ir más lejos, el caso Boudou-Ciccone o el caso Bonafini-Shoklender y la estafa con los fondos destinados a viviendas populares). Escribió Borges:  “una canción de gesta se ha perdido en sórdidas noticias policiales”.

 

Lo que vendrá

 

 Precisamente la jefa de las Madres de Plaza de Mayo es uno de los arietes principales que el gobierno ha elegido para presionar al Poder Judicial. La Casa Rosada y el entorno de la Señora de Kirchner no ocultan su disgusto y decepción con los jueces en general y con la Corte Suprema en particular. Esperaban que ellos -sobre todo, aquellos que llegaron al Tribunal en tiempos K- cerrarían filas en torno al Poder Ejecutivo en situaciones definidas (por el Ejecutivo) como dramáticas y decisivas. El desguazamiento del Grupo Clarín es una de esas situaciones, aunque conviene poder ese objetivo en el contexto del proyecto más general de la conservación («eterna», diría la diputada Diana Conti) del poder. Sus Señorías no han hecho realidad todos esos sueños presidenciales y ahora les esperan tiempos de vapuleo, como los que sufrieron antes otros sectores (el periodismo independiente, por citarsólo uno). La señora de Bonafini advierte que «investigará» a los jueces supremos y amenaza invadir el Palacio de Justicia si los magistrados «no tienen» lo que hay que tener  «para fallar como hay que fallar».

Antes de eso un vocero privilegiado de la Presidente, Carlos Kunkel, había acusado al Presidente de la Corte de maquinar un «golpe institucional» (un distinto al que denuncia el intendente de Bariloche) mientras el Jefe de Gabinete y el ministro de Justicia atacan a la Cámara que actó en el caso Clarín y a la que aceptó una medida cautelar solicitada por la Sociedad Rural para detener la confiscación del tradicional predio de Palermo.

Mientras el gobierno procura que otros poderes del Estado y otras fuerzas y sectores sociales cedan sus autonomías y se allanen a lo que él guste mandar, empieza a insinuarse un paisaje político diferente. Que Mauricio Macri y Daniel Scioli coincidan en un acto de gestión que involucra a la Ciudad y a la Provincia de Buenos Aires, sus respectivas jurisdicciones, no indica que estén trabajando para una coincidencia electoral. Más bien dibuja un panorama de fuerzas distintas capaces de convivir, coincidir o diferir civilizadamente.

Con la perspectiva del recambio político que normalmente prometen las elecciones (las hay este año y en 2015) los nombres que empiezan a destacarse configuran un panorama diferente al actual: Macri, Scioli, Hermes Binner, Julio Cobos, Sergio Massa, Fernando Solanas (sin descontar a Roberto Lavagna, que seguramente será candidato a senador) muestran diversidad ideológica, pero sin duda puede entreverse en todos y cualquiera de ellos la disposición al diálogo, la convivencia y los acuerdos que la sociedad está reclamando. Todos ellos, juntos aunque algunos llegarán al gobierno y otros estarán en función opositora, son la semilla de un sistema político diferente, postkirchnerista.

El kirchnerismo hoy no tiene candidato.

 

 

 

 

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