Opinión Internacional

Austria ya no es mi casa

Estoy angustiado por Austria. Y por Viena, mi Viena, donde estudié, con cuya gran música (y cultura) me identifiqué enseguida, al punto de convertirla en mi segundo lenguaje; ciudad que siempre me recibió con entusiasmo, donde tengo amistades sinceras y donde siempre me sentí en mi casa.

Por primera vez me siento extranjero en mi casi patria y pertenezco así a esa categoría de personas odiadas por Joerg Haider. Temo que se repita lo que ocurrió en el pasado, cuando grandes músicos como Schoenberg y Fritz Kreisler se vieron obligados a refugiarse en los Estados Unidos porque fueron perseguidos por el antisemitismo nazi. Sí, justamente Schoenberg, que era profundamente vienés y a quien nunca se le habría ocurrido trasladarse a América. Y sin embargo tuvo que hacerlo. Paradójicamente, debió abandonar un imperio que había hallado su fuerza en la unión de pueblos distintos, que de la mezcla de culturas diferentes había visto nacer a genios como Mahler o Freud.

Temo, por lo tanto, que el ascenso de Joerg Haider al poder lleve a una nueva fuga de cerebros de Austria y a un empobrecimiento de nuevos aportes del exterior. temo muchas otras cosas. Temo, por ejemplo, que el éxito de Haider permita que otros sectores racistas europeos se fortalezcan, se enorgullezcan, incluso, hasta la creación de un verdadero movimiento.

Me preocupa la eventualidad de que -si cae el gobierno recién constituido y Austria volviera a las urnas- Haider triunfe. Temo también a la nonchalance (indolencia) con la cual Haider negó ciertas declaraciones execrables hechas anteriormente. Porque la política no es fruto de la mente de una sola persona, de un líder: lo es también de los colaboradores, de un entorno de asesores que en muchos casos pueden ser malos. O pésimos.

Creo que el presidente Klestil hizo todo lo posible, respetando los límites infranqueables impuestos por la democracia, y confío en él.

Pero no debemos olvidar que en algunos círculos de su país Klestil es considerado un «traidor» por ser un presidente demasiado europeo y poco austríaco.

Además, tengo confianza en Europa porque sé que, si Haider llegara a pasar de la amenaza a la realidad xenófoba, el presidente tomaría sin duda las medidas adecuadas. Es hora de que los Estados Unidos envíen a Austria un embajador de gran experiencia y carrera diplomática para que haga frente a estos problemas como corresponde.

No a la intolerancia

Por el momento, no puedo más que declarar mi confusión, mi preocupación. No creo en el artista como espectador pasivo de lo que sucede en el mundo. Estoy convencido de que también un músico debe tomar posición frente a una situación de emergencia. Y creo también que a la intolerancia -no la sospechada, sino la puesta en práctica- debe responderse con intolerancia. De modo que, por el momento, seguiré trabajando en Austria para demos trar que las cuestiones de ciudadanía, al menos y sobre todo en el campo artístico, no tienen razón de existir: amén de dirigir a menudo la Filarmónica de Viena, yo, por ejemplo, soy director principal, ya sea de la orquesta del Maggio Musicale Fiorentino o de la Israel Philarmonic Orchestra, además de Generalmusikdirektor de la Bayerische Staatsoper de Mónaco.

Seguiré considerándome vienés por adopción. Pero si la política de Haider lo hiciera necesario, si ella se tradujera en gestos xenófobos, voy a rever mis posiciones. Pues nunca trabajé en la Sudáfrica racista, en Berlín oriental, en la Grecia de los coroneles, en los países con regímenes totalitarios, mientras que en Oriente Medio estamos empezando a poner en práctica también con la música una paz difícil pero necesaria.

Sí, la música puede aportar su ayuda. Lo digo como alguien que siempre ha creído profundamente en el trabajo de Gandhi, Martin Luther King, Mandela, de aquellos que cambiaron el destino de los pueblos sin derramar sangre. Tuve una prueba de esto recientemente durante un concierto en la YMCA de Jerusalén, donde músicos árabes e israelíes tocaron juntos frente a niños palestinos procedentes de los campos de refugiados más pobres, mezclados con niños israelíes. Y que terminó con la feliz emoción de todos.

Repito: si todo evoluciona sin brotes xenófobos, seguiré manteniendo mis profundísimos vínculos con Austria. Pero responderé con el rechazo, con la dolorosa ausencia de Viena si Haider llega a poner en práctica su política xenófoba. Y lo haré aunque sea una familia, una sola familia de indios o de otros inmigrantes, la que deba sufrirla.

Tomado de (%=Link(«http://www.clarin.com.ar/»,»El Clarín Digital»)%) de Argentina del 14 de febrero de 2000

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