Opinión Internacional

Bachelet vs. Piñera: Gallito de entretiempo

El admirable formalcivismo que enmarca la transferencia de poderes en Chile, no alcanza a ocultar diferencias graves en temas estratégicos de la politica exterior regional. Todas tienen relación con el carácter esotérico que los dos últimos gobiernos asignaron a los temas no comerciales.

Por eso, Sebastián Piñera, en plena campaña, convocó a establecer una política exterior «que sea una política de Estado (…) y que no se desvíe por tentaciones o preferencias personales». Los analistas, por su lado, nunca se tragaron que, so pretexto de delicadeza en la temática, se homologara la discreción diplomática con el soslayamiento de las opciones políticas y estratégicas del Estado. Y menos, que se invocara a los expertos co-optados, los comités ad-hoc y las expresiones de unidad nacional en casos de conflicto abierto, como prueba de una política participativa. Agréguese que diplomáticos tan conspicuos como José Miguel Barros y senadores tan plurales y representativos como Ricardo Núñez y Andrés Allamand, también denunciaron lo impresentable del «secretismo».

Momento de la verdad
Inevitablemente, el cambio de mando está transparentando cuatro discrepancias estratégicas. La primera quedó en evidencia cuando Piñera «reveló» que su gobierno no tomaría como modelo al de Hugo Chávez. Tan previsible opción catalizó la réplica tosca e inconsecuente del líder venezolano. Dijo que nuestro próximo presidente, a fuer de millonario, nunca entendería una revolución socialista y no debía «meterse» con Venezuela. Lo notable fue que Michelle Bachelet -tantas veces víctima del intrusismo de Chávez- aprovechó el finteo para transmitir una advertencia (reprimenda) a su sucesor: más prudente sería opinar sólo cuando asuma el cargo. Léase, cuando tenga acceso al cofre de los misterios.

La segunda discrepancia se focaliza en la relación con el Perú y su demanda marítima. A la fecha, el cruce entre la estrategia integral peruana y la defensa jurídica chilena tiene esa relación en un punto muerto de paradójica explosividad. En ese contexto, Piñera luce dispuesto a tomar la iniciativa -algo inusual en nuestra política exterior-, para «sacarla del refrigerador». Adelantó tres puntos claves: a) recuperará la política de «cuerdas separadas», para encapsular el pleito, b) no serán cuerdas separadas ingenuas, pues integrará la defensa jurídica de Chile con la defensa diplomática y comunicacional, c), no incluirá el tema «transferencias de soberanía» en su relación con Bolivia. De yapa, invitó afectuosamente a Alan García para que concurra a su toma de posesión.

Lo señalado contiene la tercera gran discrepancia, vinculada a Bolivia, Piñera asumirá, ante este país, esa ley de vasos comunicantes con el Perú, que se activa cuando surge la sospecha de una eventual transferencia de soberanía en Arica. Es un sinceramiento cuya necesidad caía de madura y que ya fue demandado, con fuerza, por el histórico canciller Conrado Ríos Gallardo, negociador del Tratado de 1929.

La cuarta discrepancia es simple, pero de tonelaje: apoyar o no la reelección de José Miguel Insulza como jefe de la OEA.

Diplomacia de amarre
Bachelet está defendiendo duramente la intangibilidad de lo actuado. Partió quitando importancia a las medidas de Chávez que afectaron, de momento, a la señal de TVN en Venezuela. Respecto al Perú, negó la posibilidad de pedir prórroga para la presentación de la contramemoria ante la Corte de la Haya. Prefirió dar conocimiento privado del documento -muchos kilos de texto- a su sucesor, en una especie de opción por la lectura rápida.

En cuanto a Bolivia, soslayó el tema «soberanía» y aprovechó su visita a La Paz -con motivo de la segunda toma de posesión de Evo Morales- para inaugurar una novedosa «diplomacia de amarre». Aludiendo a la agenda de 13 puntos, «sin exclusiones», que contempla el tema marítimo, dijo que «todos esperamos que en los años venideros nuestros Estados continúen profundizándola». Morales no pudo estar más de acuerdo y agregó que esa era la «diplomacia de los pueblos».

Respecto de Insulza, apoyarlo, para Bachelet, es cuestión de Estado y no hacerlo sería «grave». A este respecto, escamado por la presión -y, seguro, por el rol activo que jugó Insulza como actor político en la campaña presidencial-, Piñera dice que opinará y decidirá sólo después de asumir.

Con esa gota de ironía devuelve la advertencia de Bachelet e introduce, para el pánzer, una cinematográfica nota de suspenso.

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Piñera y los cambios en la política exterior
Jan. 25 , 2010 José Rodríguez Elizondo
41 Comments
http://blog.latercera.com/blog/jrodriguez/entry/pi%C3%B1era_y_los_cambios_en
La novedad, que ya comenzó a aportar Sebastián Piñera al manejo de nuestra política exterior, se funda en su capacidad para apostar duro… cuando llega a convicciones fuertes.

Hasta el momento, una convicción suya, de carácter matriz, aparece claramente perfilada: la de que Chile no habría enfrentado la relación regional y vecinal con una genuina política exterior de Estado. En esa línea, estima el Presidente electo que, debido a un manejo secretista y/o partidista, los dos últimos gobiernos de la Concertación se privaron de la claridad y determinación que aportan los debates informados, con expertos “pluralistas”. Por vía de ejemplo, ello habría inducido dos “desaciertos” graves: la tolerancia con las demasías del líder venezolano Hugo Chávez y la nueva creación de falsas expectativas en Bolivia.

En cuanto a lo primero, Piñera se adelantó a mover pieza advirtiendo al mundo –“con todo respeto” y como si alguien pudiera equivocarse- que el de Venezuela no será su modelo de gobierno ni de respeto a la democracia. Por cierto, consiguió ipso facto el efecto buscado. Chávez, tras intentar ningunearlo a la manera de Fidel Castro (“El señor Piñera…Piñera, ¿no?”… fraseó ante las cámaras), le advirtió con dureza que “no se meta con nosotros”. Léase, que no intente hacerle lo que él viene haciendo con todos gobernantes a su alcance, esto es, interferir con su opinión pública en manejos internos… más alguna ráfaga de insultos opcionales.

En cuanto a Bolivia, Piñera ya advirtió, urbi et orbi, que no está dispuesto a incluir el tema “transferencia de soberanía”, territorial y/o marítima, en la negociación de la agenda de 13 puntos. Esto revela, tácitamente, que asume la trilateralidad estratégica realmente existente entre Chile, Bolivia y el Perú, registrada en el Protocolo Complementario del Tratado de 1929. Por lo demás, ya lo había adelantado, en foros restringidos, al sostener que ese tema a) no se ha discutido ni consensuado internamente, b) no depende sólo de Chile, de acuerdo a dicho tratado y c) el Perú, normalmente, no ha dado su visto bueno a una eventual transferencia.

Tal sinceramiento podría eliminar un recelo que siempre ha estado en la base de la conflictividad peruana con Chile…aunque algunos analistas y diplomáticos peruanos quieran negarlo. Adicionalmente, podría repotenciarse la excelente relación económico-comercial con el Perú, sobre la base de un comportamiento político más prudente o menos hiperventilado de Alan García.

Si esta interpretación es correcta, significa que estamos en vísperas de un combinado de continuidad y cambio en la conducción del proceso por la redelimitación marítima. Continuidad en el manejo “profesional” de nuestra defensa jurídica. ante la Corte Internacional de Justicia. Cambio, en cuanto Piñera integraría ese componente con una defensa política, una defensa diplomática, un esfuerzo comunicacional y equipos de expertos ad-hoc . Sería el fin de ese ideologismo juridicista que habría impedido enfrentar la estrategia peruana con la correspondiente contraestrategia chilena.

Obviamente, Michelle Bachelet está más dispuesta a criticar estos “adelantos informativos” que a apoyarlos. Respecto al intercambio Piñera-Chávez, hizo trascender, a manera de reprimenda suave, que ni siquiera un Presidente electo debería opinar sobre este tipo de materias. Respecto a Bolivia, fue categórica para defender la intangibilidad de la actual agenda de 13 puntos: “todos esperamos que en los años venideros nuestros Estados continúen profundizándola”, dijo a los medios intrnacionales, durante su reciente viaje a La Paz.

Con lo señalado, Bachelet ha levantado un obstáculo serio y por anticipado a la gestión de Piñera. Ante eso, el nuevo Presidente podría replicar enarbolando su convicción matriz. Esto es, que la defensa integral de las políticas de Bachelet sólo sería plausible si, efectivamente, ella hubiera patrocinado una política de Estado en el sector regional-vecinal de nuestra política exterior.

Todo esto demuestra, en definitiva, que ningún cambio es fácil y menos si de política exterior se trata.

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