Opinión Internacional

Bolivia: El gran reto de Insulza

El pasado dos de mayo, al ser electo secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el político chileno, José Miguel Insulza, dedicó sus primeras palabras a los bolivianos. Con voz firme, les aseguró que el problema con Chile por una salida al mar tendría el diálogo como gran aliado y que la presencia de un chileno al frente de la OEA no perjudicaría sus intereses.

Seguidamente, el ente hemisférico se ocupó de otros problemas, como la destitución del presidente ecuatoriano, Lucio Gutiérrez, y el mantenimiento de la democracia en ese país andino; la búsqueda de fórmulas para financiar la OEA y así reducir el déficit fiscal por el que atraviesa, y la organización de la 35 Asamblea General de la OEA.

Mientras el tiempo transcurría, una crisis gestada desde hace muchos años en Bolivia, y que en octubre de 2003 tuvo su primera gran manifestación en la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia por presiones políticas, sociales y militares, estalló frente al propio organismo hemisférico, sin que éste hiciera algo.

Marchas, manifestaciones, trancas vías a modo de las recordadas guarimbas venezolanas de principios del año pasado, heridos y gran violencia tomaron las calles de las principales de calles bolivianas desde hace más de cuatro semanas. La nacionalización de los hidrocarburos, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, la refundación de la República y la autonomía de la región de Santa Cruz son algunos de los variopintos argumentos esgrimidos por obreros, indígenas, cocaleros y empresarios para convocar esta ola de protestas.

Para muchos, todo esto fue una fachada para lograr el real objetivo: la renuncia de Carlos Mesa. Este cálculo, se dice, fue hecho por dos de los caudillos que aspiran a la presidencia de ese país: el líder cocalero y diputado, Evo Morales, muy cercano al proyecto bolivariano y a la Patria Grande latinoamericana con la que sueña el presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, y el líder del movimiento Pachakuti, Felipe Quispe. Y este es un punto clave: hay más de un caudillo que busca el poder.

Se estima que en Bolivia hay poco más de 8.700.000 habitantes. De ese total, según el Instituto Nacional de Estadísticas de esa nación, para el año dos mil la composición étnica era la siguiente: indios quechuas, 30%; mestizos, 30%; indios aimaras, 25%, y caucásicos, 15%. Es decir, es una población heterogénea, sobre la cual ninguno de los grupos tiene control ni dominio absoluto, tal y como lo ha querido hacer ver Evo Morales. Esto representa un problema para el líder cocalero en especial, ya que necesita contar con la mayoría de una población que no controla, a fin de impulsar el proyecto de Asamblea Nacional Constituyente que le permita refundar la República e iniciar un proceso revolucionario con Venezuela y Cuba como aliados.

Pero es que, además, está la figura de Abel Mamani, uno de los dirigentes de El Alto, zona adyacente a La Paz, quien hace sombra tanto a Morales como a Quispe, y que, aparentemente, sólo buscaría la nacionalización de los hidrocarburos.

Ante la existencia de tres caudillos, tendrán que pactar agendas si quieren llegar al poder. A primera vista, esto luce muy difícil, sobre todo cuando detrás de Morales hay un programa continental que, se cree, no está dispuesto a negociar sus bases, ya que sería retrasar el ya demorado avance del nuevo proyecto histórico o socialismo del siglo XXI por América Latina.

Sin embargo, hay un factor que ni Morales ni los otros han tomado en cuenta o que creen que puede controlar: Santa Cruz de la Sierra. Esta zona es rica en ganadería y agricultura, cuenta con ciertas recursos minerales que son de importancia y su visión de las relaciones comerciales son capitalistas y no socialistas-populistas como los líderes obreros e indígenas. Es más, en muchos aspectos se encuentra divorciada de la Bolivia Occidental, llena de pobreza y miseria, caldo de cultivo para el discurso populista.

Según un cable informativo de la agencia EFE que data de hace un año, pobladores de esa zona del país querían la independencia. ¿Globo de ensayo? Quién sabe. Lo cierto es que ya han exigido más autonomía. Quizá primer paso para la independencia.

De aquí surge una pregunta: ¿La llegada de Morales o de Quispe al poder movilizaría a los santacruceños a pedir la independencia? Si se toman medidas populistas que deriven en que los pobres dependan del Estado paternalista y se logre la nacionalización de los hidrocarburos -herramienta que afectará la construcción de un gasoducto para la exportación boliviano-chilena de gas al norte-, y el uso de este recurso no renovable como arma política al servicio del nuevo proyecto histórico, naturalmente que sí. Esto generará un problema que podría amenazar con la división del invento de Simón Bolívar llamado Bolivia.

Consecuencia directa: una guerra civil y el consiguiente llamado de Morales, Quispe y de los más pobres a unirse en torno al reclamo a Chile de una salida al mar. Todo esto generaría un caos en América Latina: una nación viviendo un posible proceso de secesión que, además, tendría el empuje desde el exterior de un proyecto socialista que busca repetirse como clon para poder garantizar el sueño continental de la Patria Grande.

El reto estará del lado de la OEA y de su secretario general, José Miguel Insulza, quien deberá activar lo expuesto en la Declaración de la Florida; negociar la activación de la Carta Democrática Interamericana; enfrentar un ambiente hostil de quienes, amparándose en el planteamiento de la autodeterminación de los pueblos, quieren evitar que el nuevo proyecto histórico que lideran sea detenido, y la resistencia del pueblo boliviano a que un chileno, enconado rival, sea el encargado de estudiar la realidad. Por ello, Bolivia será el gran reto de Insulza.

Por ahora, la llegada a la presidencia de Eduardo Rodríguez se ha traducido en una tensa tregua. De su llamado a elecciones, de su capacidad para negociar y quitarle las banderas esgrimidas por los líderes populistas y de la posible alianza Morales-Mamani-Quispe dependerá la suerte de Bolivia.

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