Opinión Internacional

Bolivia ¿Neoliberalismo en el Gobierno?

Siguiendo las huellas a las repercusiones e implicaciones del llamado “gasolinazo” propinado por unos días con el Decreto 478, está el sorprendente adjetivo de neoliberal aplicado al gobierno. Suficiente para llamar la atención ya que se  trata de  un gobierno  identificado con el socialismo y propugnador a nivel mundial de la vocación antiimperialista y antinorteamericana, anti EEUU, ícono del capitalismo. Sin embargo, el D478 ha sido un signo de realismo en lo económico de parte de Evo Morales y su equipo; se ajusta al realismo político y no  a una calificación de puro pragmatismo.

El desarrollo para los pueblos obedece a políticas de largo aliento, si no se convierte en una quimera. Algo tan simple que se constata todos los días: Nada se consigue sin esfuerzo ni de un día para otro. Y es aquí, entre otros,  donde la política del gobierno ha fallado. No solamente desatendió a la agenda económica del país, si no que se contentó con recibir y hablar de los mayores ingresos generados por la exportación de gas, hidrocarburos, minerales y algún otro producto agroindustrial. Mientras la producción de casi todo decrecía, por ineficiencia de la nueva administración, por las trabas del gobierno al sector privado, los precios externos se disparaban por la demanda de millones de nuevos consumidores que accedían a economías pujantes en países con diversos modelos políticos y económicos.   

El rechazo masivo al gasolinazo merece ser analizado desde ésta óptica. Se habló otra vez del capitalismo, del neoliberalismo, de los cocos externos. Impresiona lo mucho que se ha hecho por confundir y satanizar lo privado, especialmente en el ámbito de la economía. Pero el papel del emprendimiento privado es absolutamente imprescindible, aunque sola no vaya a resolver los problemas del país. Es la manera más rápida de incorporar tecnología y conocimiento. En los grandes centros sirve además para la explotación de la natural capacidad inventiva del ser humano, trasuntada en los miles y millones de soluciones a grandes y pequeños problemas que enfrenta el desarrollo económico, social y cultural de la humanidad. Donde hay dinero disponible, las locuras de la ciencia y de la inteligencia apabullan con resultados que no se hacen esperar.  El número de patentes inscritas en cada país y a nivel internacional dan una idea de la cantidad de cerebro dedicada al bienestar de la aldea global  y de cada individuo en ella. No hay duda, en los países del convoy del atraso, prácticamente no se registra invento alguno. Son, para algunos, países sin futuro,  y hasta sin esperanza.

Pareciera que la admiración cercana a la adoración de los modelos de economías centralizadas, con planificación y control estatal, ha pegado muy fuerte. Se desconoce que  ya una larga experiencia ha demostrado su tendencia a ser ineficientes, burocráticas, fáciles a la corrupción. En definitiva, no tienden a cumplir con el fin propuesto:   mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos.  Saltan los ejemplos más inmediatos: desde la lejana ex URSS a la muy próxima Cuba. Países declarados en quiebra.  En poco tiempo, el manejo discrecional de la economía a través de la empresa pública ha llevado indefectiblemente a la acumulación de poder,  tentación por otra parte comprensible, en la que cae quien tiene a la mano la posibilidad de manejar la vida económica de un país y, por tanto, hacer también realidad los sueños de controlar la voluntad de los ciudadanos. El centralismo económico parece llevar  anexo de manera inseparable el espíritu de los totalitarismos y las dictaduras. Y no se repara lo suficiente en que este proceso se aplica a personas y Estados de ideología tan dispares y extremas como son los llamados de derecha y de izquierda.  Las dictaduras, del color o del signo que sean, dictaduras son.  

Es una conclusión obligada. La inversión pública como  promotora de  inversión privada. Los mejores ejemplos a seguir, en la teoría y en la práctica, están en aquellas sociedades  donde se ha conseguido el mejor  equilibrio entre una empresa privada llena de iniciativas para promover la inversión donde sea más rentable, con la acción de un Estado que orienta la inversión pública hacia los objetivos definidos como de mayor bien común. La inversión pública, el ahorro de todos, a disposición de infraestructura que potencia nuevas inversiones privadas,  la inversión poco o nada rentable en servicios básicos, con impacto masivo en la calidad de vida de la  población.  La responsabilidad social, a la que no es ajena la iniciativa privada tiene muchas maneras de expresarse pero, sin duda, el peso principal  lo debe asumir el Estado administrando  los recursos de todos.

Hay una caricatura en rechazo a las grandes empresas. Se aplican equivocadamente,  en países pequeños,  criterios sacados del contexto de empresas privadas pequeñas: uno o pocos dueños se quedan con todos los beneficios. En la empresa privada de envergadura el derecho propietario está compartido entre millones de accionistas, de muchos países, incluyendo empresas o fondos estatales, y todos aportan capitales, corren riesgos, reciben beneficios. El capital de las llamadas multinacionales es tan complejo que por sí solas derrumban los mitos del  capitalismo salvaje y otros. Sólo la modalidad de sociedad anónima ha permitido encarar proyectos de magnitudes para erradicar la pobreza, dando  empleo estable y digno para millones de habitantes en este planeta. Las economías emergentes Brasil, Rusia, India, China señalan el camino.      

Evo no es neoliberal. Está descubriendo las leyes de la realidad económica que se resisten a la fijación ideológica. Que proyectos políticos sin agenda económica están condenados al fracaso. Que la urgencia por mantener el control del poder termina  contaminando la administración del Estado. Que hay una ética de más competencia como sinónimo de conocimiento. Y pronto, que la democracia va ligada a la libertad económica.

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