Opinión Internacional

Bombas y sandwiches caen del cielo sobre cabezas afganas

Los recientes bombardeos a Afganistán provocan obligadas reflexiones sobre la vocación guerrera de EEUU, país que se convirtió en la única superpotencia mundial justo después de la debacle militar soviética en ese milenario país islámico de Asia Central. Ahora el joven Bush inició su propia contienda armada, y ya no tiene nada que envidiarle a los demás presidentes norteamericanos del último siglo, los cuales tuvieron cada uno su propia guerra, como si fuera un deber presidencial el demostrar cada cierto tiempo el poderío militar de esa nación. Antes de analizar la actual contienda, revisemos brevemente el historial bélico de EE.UU. durante el último siglo.

La nación quedó marcada para la guerra en el exterior desde que decidió convertirse en potencia imperial, en las postrimerías del siglo XIX, a raíz de la guerra hispano-americana. En la misma combatió cuerpo a cuerpo el recio Teddy Roosevelt, quien luego –gracias a su fama de valeroso- se convirtió en presidente y le arrebató arrogantemente a Colombia el territorio que ahora ocupa Panamá, para así poder construir el canal, de gran importancia estratégica para EE.UU. “Habla suavemente, pero mantén un garrote a la mano”, decía Roosevelt, frase que aparentemente se convirtió en el lema de los gobernantes estadounidenses hasta la fecha. Incluso, Bush Jr. hizo algo insólito en los anales bélicos, enviando simultáneamente desde el cielo bombas y sandwiches a los afganos, para mejor ilustrar la curiosa tradición de querer dominar y caerle simpático al resto del mundo. Pero si fue un acto sincero, indica que en EE.UU. existen inquietudes humanitarias y está cambiando lentamente su actitud en cuestiones de política exterior.

Wilson, conocido como “el pacifista”, quien luego fundara la Liga de las Naciones, antecesora de la ONU, fue arrastrado a regañadientes a la Gran Guerra, pero su intervención tardía inclinó la balanza a favor de Francia y Gran Bretaña, sus aliados consuetudinarios, y con quienes repetiría el segundo Roosevelt (primo del primero) en la Segunda Gran Guerra, continuación lógica de la anterior. Pero Franklin al menos tuvo la excusa de haber sido atacado primero por Japón, aunque algunos sostuvieran luego que estaban esperando una provocación para meterse de lleno, pues ya antes ayudaban con pertrechos a los ingleses en su desigual lucha contra la Alemania nazi. El anciano y enfermo F.D. Roosevelt no pudo saborear la victoria y le dejó a un recio Truman el dudoso privilegio de tirar las primeras bombas nucleares sobre ciudades indefensas, algo que nunca le perdonará la historia ya que la guerra estaba ganada, por más que haya dicho que ese genocidio ayudó a “salvar vidas americanas”.

La nefasta determinación de Truman le hizo ganar la reelección, pero al mismo tiempo obligó a la URSS a desarrollar sus propias bombas, y –al igualarse a EEUU– se inició el forcejeo de poder que algunos llamaron la “guerra fría”, aunque ésta hizo que otros sirvieran de marionetas y se mataran por ellos en guerras bien calientes, para poder pertenecer al “mundo libre” o a las “democracias populares”, según su gusto. Su sucesor, Eisenhower, había prometido que se saldrían con honor de la guerra de Corea, iniciada por Truman, a pesar de que muchos votantes esperaban que el general vencedor de la pasada guerra los llevaría nuevamente a la victoria. Así, EE.UU. se tuvo que conformar con un simple armisticio, que todavía perdura después de casi medio siglo, y que se convirtió en un humillante recordatorio de sus limitaciones.

Pero Washington no aprendió la lección y Kennedy involucró al país en Vietnam, guerra intensificada por su sucesor Jonson, pero que luego le estropeó sus posibilidades de reelección. Nixon, aprendiendo de su mentor Ike, también ofreció en su campaña desligarse “con honor” de Vietnam, promesa que lo impulsó finalmente a la presidencia después de su primer intento fallido contra Kennedy. Pero en su apuro en salirse de Vietnam –a tiempo para su reelección en 1972– ordenó una retirada prematura de sus fuerzas, algo que fue aprovechado por los vietnamitas para tomarse todo el país y expulsar con deshonor a los poderosos yanquis, quienes no pudieron contra las persistentes guerrillas nacionalistas.

Los sucesores de Nixon prometieron que “más nunca se meterían en otra guerra civil” y cumplieron por un tiempo. El bonachón de Carter, quizás el más pacifista de los presidentes contemporáneos, no enfrentó con decisión la invasión soviética de Afganistán y además fracasó en el torpe rescate de los rehenes en Teherán en 1980. Por esos dos hechos, perdió la lucha por su reelección, pero el duro Reagan, mientras ayudaba a los afganos a expulsar a lo soviéticos, aceleró la carrera armamentista y con eso –quizás sin planearlo- ganó la guerra fría, pues los rusos se arruinaron al tratar de equipararse, mientras se desarticulaba el sistema comunista que fundaron.

Su pupilo Bush senior, aunque presidió sobre el derrumbe de la URSS, no quiso dejar la presidencia sin ganar su propia guerra y así –gracias a su equipamiento superior- derrotó fácilmente a los iraqueses, a quienes habían armado anteriormente para combatir a Irán, estimulándolos de paso a invadir a Kuwait mediante mensajes ambiguos que hicieron creer a Hussein la no intervención de la superpotencia. Inexplicablemente, el otro Bush no quiso destronar en el 91 a Hussein, quizás porque la alternativa visible era aún peor, o sea que cayera bajo un gobierno fundamentalista, y así lo dejó en el poder, dándole a EE.UU. una buena excusa para mantener una presencia militar en el Golfo y así proteger el vital flujo de petróleo hacia Occidente y Japón.

Pero Bush senior, en su empeño de organizar y ganar su guerra, descuidó la economía, algo imperdonable en el ámbito norteamericano, y así perdió la elección ante el astuto Clinton, quien explotó al máximo la recesión del 91-92. Pero éste al menos tuvo cuidado en no meterse solo en otra guerra civil y se salió en seguida de Somalia, una vez que los noticieros mostraron a los soldados yanquis arrastrados por las calles de Mogadishu. Clinton tuvo el dudoso honor de ganar la guerra de Kosovo sin causarle una sola baja a sus fuerzas armadas, aunque tuvo que esperar más de un año para conseguir su objetivo mayor, la defenestración de Milosevic, que se logró realmente mediante las penurias a que fue sometido el pueblo yugoslavo y la oferta de reconstruir a la infraestructura destruida por ellos mismos en los dos meses de incesantes ataques aéreos.

Aunque todo indicaba que EE.UU. no se involucraría en otro conflicto civil, helos aquí interviniendo en el de Afganistán, cuyo gobierno de los Talibanes no tenía casi ningún reconocimiento diplomático, y por lo tanto no tuvo ni siquiera que declararle formalmente la guerra. Sacudidos por el alevoso ataque terrorista de septiembre –que Bush Junior equiparó al de Pearl Harbor justo 60 años antes— Bush no tenía un líder enemigo bien claro, así que puso la mira a Bin Laden y su grupo terrorista Al Qaida, concentrando así toda la ira popular contra el barbudo intrigante islámico, muy probablemente el autor intelectual y financiero de los audaces ataques. De este modo obtuvo todo el apoyo de la OTAN y del Congreso –y los fondos- para iniciar su propia guerra. Siguiendo el ejemplo de su padre, Bush quiso armar primero una coalición, y se tomó su tiempo para torcer brazos a diestra y siniestra, con amenazas innecesarias (“están con nosotros o…”) y con promesas generosas, algo que aprovecharon las atribuladas naciones Pakistán y Uzbekistán para poner a valer sus respectivos espacios aéreos, sin los cuales no se podrían lanzar ataques con los mortíferos misiles y aviones sigilosos.

Así Bush no defraudó a su impaciente público y pudo ofrecer vía CNN el consabido espectáculo nocturno –aunque algo escuálido esta vez, pues Kabul no es Bagdad– de una ciudad bombardeada, y como en enero del 91, las bombas cayeron durante horas sobre la ciudad, seguramente causando muchas bajas civiles, como es usual en todas las guerras. Al escribir esto, ya se habla de muchas bajas civiles y hasta murieron varios empleados afganos de la ONU, que trabajaban en la desactivación de las minas terrestres dejadas durante anteriores guerras. Pero en esta ocasión, al llover –junto con las bombas– paquetes de alimentos y medicinas, Washington quiso demostrar que los yanquis no son tan malos y se preocupan por la desvalida población afgana.

Aún dorando la píldora, el ruidoso contraataque levantó ronchas por doquier, a juzgar por las manifestaciones frente a las embajadas norteamericanas en países del mundo islámico. Parece que EE.UU. no aprendió nada de los costosos errores de Corea y Vietnam, ni de la derrota soviética en Afganistán, y está sumergida de cabeza en otro conflicto civil asiático al otro lado del globo, algo que costará no sólo muchos sinsabores sino muchos millardos a sus contribuyentes… y quizás se acentúe la actual recesión. Para mantener el esfuerzo bélico-policial durante años, le costará al fisco –o sea al pueblo- cerca de $100 millardos anuales, a grosso modo, por lo que cabe preguntarse: ¿cuantos planes Marshall al Mediano Oriente se podrían financiar con esos fondos militares?

La solución alternativa, o sea un intento de acercarse al mundo islámico y abandonar posturas arrogantes tanto culturales como hegemónicas -todo mientras se combate al terrorismo con una intensa cooperación mundial en el área policial, coordinada por la ONU -, hubiera sido más lenta pero más efectiva a largo plazo, y hubiera demostrado un mayor apego a los valores cristianos de que alardea Occidente. Pero, ciertamente, es una vía menos expedita y que ofrece menos dividendos políticos inmediatos, aunque la vía armada sea más arriesgada y de impredecibles consecuencias.

Por el momento su gente aplaude el bombardeo, con tal de hacer una merecida catarsis y vengar la afrenta, pero eventualmente esta misma gente puede revertirse contra Bush si se prolonga y se muestran muchas víctimas civiles en las pantallas, o si la reacción internacional es muy adversa, o hay un número considerable de bajas militares, máxime si la economía no se recupera como se anticipaba. En un pueblo tan materialista y cómodo como el norteamericano, el empleo, los impuestos y ciertos lujos son más importantes que el orgullo nacional, y muchos se preguntarán –camino al supermercado y los lujosos malls con pocos dólares- si no pudieran haber usado otros métodos menos costosos y controvertidos para vengar esa afrenta, especialmente si el terrorismo sigue acechando y cometiendo sus sangrientas fechorías, tal como lo prevén las mismas autoridades de la superpotencia.

Seguramente, y gran parte del mundo se lo desea, Bush junior tendrá al principio un relativo éxito militar en su campaña, al luchar con armas muy sofisticadas contra fuerzas muy inferiores, como sucedió en la guerra del Golfo. Pero, aunque se acabe con Bin Laden y los Talibanes, se los convertirán en mártires inconvenientes, sin tener una seguridad de resultados duraderos. Es difícil creer que se puede desarticular el terrorismo mundial por la vía de las armas, pues es un enemigo escurridizo y astuto –como bien se demostró el 11-S — y quizás se habrá abierto una caja de Pandora con males mayores que nos sorprenderán en el futuro inmediato. Esta opinión es compartida por muchos analistas de la prensa mundial, que ven una geopolítica muy compleja y cambiante en la región, a causa del descomunal contraataque armado que –de paso- promete extenderse a otros países. Aún si en casi todo el mundo se lamentó sinceramente las tragedias de Nueva York y Washington y se condenó fuertemente a los repugnantes ataques terroristas, ahora las críticas se dirigen nuevamente hacia EE.UU. por ejercer el difícil e ingrato papel de gendarme mundial.

En fin, una situación confusa y harto compleja en la que se ha metido de bruces el inexperto Bush y el pueblo norteamericano. Sólo cabe esperar que sea comedido y esté bien asesorado, para que la polémica escalada militar –con algo de suerte- dé algunos resultados positivos sin que mueran muchas víctimas inocentes. Asimismo, ojalá que la guerra no empeore aún más las relaciones entre la cultura judeo-cristiana y la islámica, exacerbando las fricciones y el odio que duran ya más de 13 siglos. Un antagonismo que, siendo objetivos, no tiene razón de ser pues las tres religiones monoteistas tienen profetas, lineamientos y valores comunes, aunque éstos hayan sido distorsionado frecuentemente por ambiciosos líderes políticos y religiosos, que han explotado ciertas diferencias semánticas en las escrituras y algunos incidentes internacionales para arengar pueblos a librar guerras santas.

Ciertamente, no se puede complacer a todo el mundo y EEUU tendrá que soportar severas críticas a su tendencia de solucionar todo con las armas, aunque lo asista ahora su derecho a la autodefensa. Si bien la forma más rápida y directa de enfrentar el terrorismo es con una contundente demostración de fuerza, a la larga esto puede dar resultados negativos en un ámbito geográfico donde el fanatismo religioso está a la orden del día y en el cual existe una evidente injusticia social, acumulada no sólo durante siglos de colonialismo sino a causa de gobiernos locales ineficaces, que siempre buscan excusas patrioteras (“el imperialismo”, “influencia occidental”, etc.) para justificar sus fracasos materiales y políticos, manipulando la fe de la gente sencilla para lograr llegar y mantenerse en el poder.

Como podía preverse, en su empeño de revivir anacrónicos nacionalismos y viejas glorias a costa de petrodólares, el fundamentalismo islámico ha sustituido finalmente al comunismo como el enemigo actual de Occidente. De pronto, en este tumultuoso inicio de siglo –y justo cuando la interdependencia y la cooperación forzadas por la globalización auguraba tiempos mejores y más constructivos–, la humanidad volvió a caer en la “tentación guerrera”, ignorando los deseos de la mayor parte de la población pacífica del planeta, como si los seis milenios de civilización no hubieran enseñado gran cosa. Un ejemplo triste y nada edificante para las nuevas generaciones, que esperaban mucho más de sus “maduros” líderes, y que demuestra una vez más la ausencia de estadistas visionarios en el panorama mundial.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba