Opinión Internacional

Canciones confiscadas

Una tempestad de vituperios se ha desatado desde los medios de comunicación bajo control del gobierno de Daniel Ortega en contra de Carlos Mejía Godoy, el gran cantautor nicaragüense, por su decisión de vetar el uso de sus canciones para la propaganda oficial, en la que son usadas abundantemente porque evocan a la revolución de la que ahora sólo quedan ruinas, y que desde las alturas del poder se presenta como intacta, en un perverso juego de simulaciones.

Carlos, a quien se ha sumado su hermano Luis Enrique, cantautor también, explica su actitud: “En el contexto dramático que vive nuestro pueblo, amenazado nuevamente con otra dictadura familiar, réplica sórdida de la tiranía de los Somoza, no puedo permitir que mis canciones, inspiradas precisamente en el sacrificio e inmolación de miles de hermanos nicaragüenses, sirvan de fondo musical, para continuar —desde las tarimas enfloradas— la tragicomedia más vergonzosa de los últimos años”. Y ha sido claro en decir que no quiere dinero, porque su música no está en venta. Solamente quiere que no se use.

Ortega ha hecho caso omiso, y las canciones de los Mejía Godoy han sido, en cambio, declaradas sujeto de confiscación, como si se tratara de un hato de ganado, o de una fábrica de productos lácteos. En un escrito del comandante Tomás Borge, antiguo ministro del Interior, se lee: “Es mi opinión que la formalidad legal, la cual puede dar origen a una demanda respaldada por la sociedad de autores españoles, no debe obligarnos a renunciar a esa obra que, quiérase o no, pertenece a la sangre de los caídos, tan respetada por los centenares de miles de nicaragüenses integrantes del FSLN…”.

Frente a este desprecio de “la formalidad legal” en nombre de la sangre de los caídos, cae abatida la propia Ley de Derecho de Autor que rige en Nicaragua, y que garantiza a los creadores la propiedad de sus obras, como la garantizan la Declaración Universal de Derechos Humanos, y la Convención de Berna de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI).

Esta concepción atrabiliaria, de que los creadores individuales no son dueños del fruto de su talento, si no que lo es el pueblo que inspiró con sus gestas al artista, (y aquí debe leerse por pueblo un partido político), parecería inofensiva hoy en día, cuando los partidos únicos, dueños del pensamiento único, han venido siendo despojados en todas partes de sus viejas majestades. Pero ya se ve que no.

La primera dama Rosario Murillo afirma en otro escrito que Carlos Mejía Godoy no es sino “el instrumento del ritmo divino, que llegó a su cuerpo desde un lugar sagrado y desconocido”, según la cita la revista Time. Y no deja dudas de su voluntad cuando dice también, en una proclama, que “en la vida hay cosas que no nos pertenecen personalmente. Que no tienen dueño. Que no son de propiedad, ni particular ni privada. Los muertos, por ejemplo. La esperanza colectiva, la creación colectiva, el dolor colectivo. Los triunfos colectivos.”
El viejo peso de lo colectivo. Y en la inmovilidad histórica que el poder total demanda, todo se congela. Los muertos, por ejemplo, que de esta manera también resultan confiscados, para no hablar de la revolución misma, confiscada también desde su raíz, y privatizada a favor de una familia.

Hoy, los papeles se han trocado de manera dramática en Nicaragua, y de la gesta revolucionaria, que es la que precisamente los Mejía Godoy iluminan en sus canciones, sólo quedan las bambalinas y los telones desgarrados, el escenario comido por la polilla. Los muertos que fueron a morir por aquella causa despertarían hoy asombrados de lo que es el nuevo escenario de poder, que representa todo lo contrario de lo que aquellas canciones exaltan.

Y sobre esas canciones, lo que se quiere imponer es el viejo sello ya sin tinta de lo colectivo: esperanza colectiva, creación colectiva, dolor colectivo, triunfo colectivo, toda una fantasmagoría que se agita en contorsiones patéticas, desprovistas sus figuras de sustancia, y de sentido ético. La épica de los héroes vuelta comedia de esperpentos, y que si en algún lugar permanece íntegra es en la música de Carlos y Luis Enrique.

Este concepto de que el pueblo, visto en la abstracción como una totalidad unánime se encarna en el partido total, lo dice sin ocultamientos la señora Murillo: “el canto de Carlos, a pesar de él mismo, seguirá siendo del Frente. Del Frente Sandinista que hizo la Revolución, y que desde esa lucha mítica, los inspiró y dictó. Del Frente Sandinista, que seguirá, además, revolucionando la historia”.

Razones más que suficientes del poder arbitrario para confiscar el patrimonio creativo de unos artistas, en nombre de un partido al que se da el papel imposible de dueño de la historia, y el más imposible aún de seguirla revolucionando.

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