Opinión Internacional

China, socio comercial al 100%

La normalización de relaciones comerciales entre los Estados Unidos y la China Popular, aprobada esta semana por el Capitolio de Washington después que un acuerdo similar fuera suscrito entre Beijing y la Unión Europea, ha franqueado el ingreso del gigante asiático a la Organización Mundial de Comercio antes de que concluya este año y deja a Rusia como el único protagonista de relieve cuya ausencia se hace todavía sentir en los trabajos de la institución que dirige en Ginebra el neozelandés Mike Moore.

Satisfechos se han mostrado, por supuesto, los empresarios que siempre ambicionaron aquel enorme mercado prácticamente virgen, y un radiante Bill Clinton a quien la culminación exitosa de tantos años de difíciles tratativas permite un lucimiento excepcional en el ocaso de una presidencia que registró ya en 1993 el notable avance del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, a despecho del revés que esta misma Cámara de Representantes le propinó en septiembre de 1998 al negarle la discrecionalidad para negociar un documento parecido con Chile y otros países latinoamericanos.

En ambos casos, los acuerdos que coronaron catorce años de esfuerzos del Gobierno chino debieron aceptar las condiciones del Primer Ministro Zhu Ronghi para acallar el ala conservadora de su partido, reacia a conceder lo que considera excesivas ventajas en temas claves como los seguros y las telecomunicaciones; de manera que la propiedad de las redes telefónicas y los servicios de Internet continuará bajo el control accionario oficial, si bien se obtuvo el compromiso de acelerar los plazos para ampliar la participación del capital foráneo.

Y es que la apertura económica implica riesgos muy concretos para el régimen comunista porque la reducción arancelaria, las privatizaciones y el acceso de productos y manufacturas de menor precio y calidad superior a los locales no puede sino incrementar en lo inmediato el desempleo y, en particular el arribo de los colosos de la informática pudiera traducirse en tensiones de índole política y cultural de alcances insospechados.

El discurso oficial optimista soslaya la amarga realidad de que la membresía de la OMC sacudirá como un vendabal a renglones industriales de notoria ineficiencia, como la siderurgia y la automotriz, precisamente en ciertas provincias donde ya las restructuraciones dejaron sin trabajo a millones de personas, a las que se sumarían ahora las del sector agropecuario cuyos costos son muy superiores a los mundiales, con el lógico e indeseable reflejo del éxodo campesino a las megalópolis ya superpobladas.

Semejante interés en una asociación de consecuencias tan riesgosas se explica por la confianza de Beijing en que el producto interno mantendrá un crecimiento adicional de un punto a lo largo del próximo cuarto de siglo –fruto del auge del comercio exterior y la llegada de inversiones foráneas- capaz de atemperar la fronda social, y en el beneficio político derivado de su plena accesión a la comunidad internacional.

En Asia, concretamente, los observadores confían en que el nuevo status de China, la séptima economía mas importante del mundo y segunda de la región, llamada a duplicarse a la vuelta de seis o siete años, se traducirá en un estímulo al comercio, la inversión y el crecimiento, porque la liberalización de un mercado de tales dimensiones facilitará el ingreso de productos de Corea del Sur, Japón y Singapur, por ejemplo, mientras acelera la integración del antiguo enclave de Hong Kong al continente por la necesidad de sus avanzados servicios financieros, de consultoría, contables, navieros y logísticos; y podría incluso propiciar el deshielo de las relaciones con Taiwan, cuando lo que Beijing insiste en considerar como una provincia rebelde, ingrese a su vez a la Organización ginebrina.

Naturalmente, preocupa a los vecinos la competencia que en el brevísimo plazo que tomaría a la China Popular alzarse como una potencia comercial, plantearían sus exportaciones a los Estados Unidos y a terceros países, tanto como el efecto de absorción sobre los capitales internacionales y las presiones que sobre las monedas y los precios locales pudiera ejercer el eventual boom de un crecimiento acelerado.

Son éstas algunas de las incógnitas planteadas en lo estrictamente económico y financiero por un acto que en justicia, puede calificarse como histórico; y, mucho mas crucial aún, si se cumplirán las esperanzas que, tal vez con excesiva ingenuidad, cifran los Estados Unidos en el efecto apaciguador que ejercerá la accesión de la China Popular – su único rival de peso en el siglo que comienza, según todos los vaticinios- al club de los poderosos del planetas.

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