Opinión Internacional

Con una pequeña ayuda de mis amigos…(I)

La invitación que le hiciera Bush a la talentosa y hábil María Corina Machado y la posterior reunión con la Secretaria de Estado Condoleezza Rice en Fort Lauderdale, me invitan a compartir algunas ideas acerca de la forma como los Estados Unidos pueden ayudar (o no) a recomponer el bastante desgarbado cuadro venezolano.

¿Qué tanto realmente pueden hacer los Estados Unidos en esta situación? ¿Qué tanto estarían obligados – por las circunstancias – a hacer? ¿Qué antecedentes hay? ¿Cuáles son las acciones que el amplio espectro venezolano que se opone a Chávez podría o debería esperar? ¿Son efectivas las declaraciones de funcionarios norteamericanos? ¿Ayudan a la oposición? ¿Qué piensa de verdad el gobierno en cuanto a lo que pueden llegar a hacer los norteamericanos?
Estas y muchas otras preguntas son las que nos hacemos algunos.

En general, se percibe en la oposición un cierto grado de frustración acerca de la forma como los Estados Unidos ha venido actuando en el caso venezolano. Esto no debería extrañar. No ha sido precisamente la política exterior de ese país muy acertada con respecto no a Venezuela, sino a toda Latinoamérica.

No creo que este subcontinente haya sido, como dicen, el patio trasero. Peor. Ha sido el patio olvidado. La ausencia de comunicación y de políticas claras hacia nuestros países, la falta de comprensión tanto de de los problemas que nos aquejan como de los fenómenos políticos que nos suceden, y la poca empatía que han logrado los Estados Unidos con quienes deberían ser sus primeros socios políticos y comerciales, es de alto tenor. Habrá que agradecerle a Chávez que algo de bola nos están parando ahora.

La política de anteriores décadas por parte de USA, abierta y brutal de derrocamiento de regímenes, ha sido en los últimos años cambiada por una de apoyo a las democracias. En realidad no es sino el mismo perro con diferente collar, obligados como están de no repetir errorcillos. Por ejemplo, el de tumbar un gobierno socialista en vías hacia el comunismo, para instalar una horrible y criminal dictadura de 17 años. Como matar una avispa con una escopeta. Naturalmente que del régimen de Allende había que salir. Pero cómo justificar tal cosa con lo que vino después.

El caso de Noriega es distinto. Después de engordar al muchacho, este se les alzó. Fue más fácil resolver el asunto y además, más provechoso en términos de democracia. Hay otros casos, pero ninguno como el de Cuba para aprender algo de cómo hacer (o no) las cosas.

Mucho se ha afirmado acerca de los errores de la política exterior norteamericana en relación a Fidel Castro, hasta el extremo de hacerla culpable en exclusivo de la desviación hacia el comunismo y la entrega a la Unión Soviética.

La cosa no es totalmente así. Ya Estados Unidos antes del 59 había hecho bastante mérito en Cuba para hacerse indeseable, con su terco apoyo al dictador Batista. Cuba era explotada indiscriminadamente por compañías estadounidenses y utilizada como el burdel del Caribe amén de ser paraíso para las mafias dirigidas por los capos Santos Trafficante y Meyer Lansky.

Distinto, muy distinto al caso venezolano, donde la identificación por razones económicas, comunicacionales, estudiantiles, turísticas, y hasta militares y políticas con «el norte» son de larga y tradicional data. Gratas por lo demás. Fácil era en aquella Cuba favorecer un antiamericanismo. No tanto es hacerlo en la Venezuela del siglo XXI.

Castro fue desde el principio un problema para los Estados Unidos. «A pain in the ass». A solo dos meses de su arribo al poder, el 10 de marzo de 1959, se celebra una sesión del Consejo Nacional de Seguridad en Washington cuyo orden del día, por supuesto secreto, incluye la eliminación física de Castro. Aunque las visiones y los procederes sin duda han cambiado con el tiempo, los atentados contra Castro continuaron, desde Marita Lorenz en la suite del piso 23 del Hotel Habana Libre, hasta los adelantados por el jefe de la CIA, Dulles, el capo mafioso Sam Giancana y el protagonizado por el barman Santos de la Caridad, en el bar del mismo Habana Libre, antes Havanna Hilton.

No fueron precisamente muy eficientes los norteamericanos en sus planes para derrocar y acabar con Castro. Bahía de Cochinos y la operación Mongoose hablan muy mal de sus autores. En resumen, la CIA fue responsable de innumerables operaciones fallidas, incluyendo las de los agentes Howard Hunt, Frank Sturgis y Díaz Lanz. Si por ellas se midiera su efectividad, bien puede Chávez dormir tranquilo.

Naturalmente, una cosa piensa el barman y otra el borracho. Las denuncias sobre magnicidio que Chávez y su gobierno han difundido tienen, para ellos, como premisa fundamental que un tipo incómodo para los Estados Unidos como lo es el gobernante venezolano tiene que ser, por lógica e historia, un objetivo a ser atacado y eliminado. Lo cual, más allá de las formas hilarantes, risibles y poco creíbles como han sido realizadas esas denuncias, no deja de ser una posibilidad absolutamente contemplable a los ojos del mundo, en virtud de la manera tradicional de actuar y resolver los problemas por parte de gobiernos estadounidenses. Naturalmente, está todo el trasfondo de show, muy «a la manière» de Castro.

En el próximo artículo, exploraré algunos aspectos de la política norteamericana frente a Chávez y posibilidades de acción a futuro.

El del estribo… La resistencia a la tutela norteamericana se manifestó en la reunión de la OEA en Fort Lauderdale. La declaración final no es un absoluto fracaso de la propuesta norteamericana, ni tampoco un triunfo de la posición del gobierno venezolano. Los gobiernos buscaron una fórmula intermedia que cumpliera algunas exigencias: los protegiera del peligro Chávez, no los colocara a ellos mismos en un potencial riesgo a futuro y manifestara una suerte de independencia de las políticas de Washington. Quizá a futuro la gente del Departamento de Estado deberá buscarse otros socios que tramiten sus propuestas en estos foros.

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