Contrapunto de lo bilingüe
Ni la estética tradicional (incluyendo la retórica), ni la filosofía del lenguaje ha salido del monolinguismo. Lo bilingüe es, muchas veces, un problema político, pedagógico, casi una patología para muchos países industrializados. Sin embargo, no ha llegado a ser un campo cultural, aunque su cultivo podría seguir lo que aconsejó Wittgenstein para las patologías filosóficas: no curarlas, solo describir sus usos normales para poder ver lo que son. Lo que es normal, en los juegos bilingües, dice Ana Celia Zentella, sociolingüista del barrio de los puertorriqueños en Nueva York, es la virtuosidad creativa. Ella compara estos juegos bilingües con el baloncesto o el bailar salsa. Son expresiones de arte colectivo, vehículo para la solidaridad al igual que un espacio para la creatividad personal.
Wittgenstein nunca se interesó en describir los usos bilingües. Sordo a su propio consejo, él los curó en vez de describirlos. Observa, por ejemplo, que una de las cosas que puede «suceder» cuando uno trata de expresar una idea o un sentimiento al escribir una carta, es que uno piense en algo en un idioma extranjero y luego trate de interpretarlo a la lengua materna propia. Wittgenstein va muy rápido aquí, de una cosa a la otra como si fuese de de una causa a su efecto inevitable. Se nos ha adelantado, saltando de un estímulo en inglés a su deseada respuesta en alemán, practicamente colapsando los dos eventos en uno. Cuan extraña nos parece su impaciencia ante la interferenecia; qué inesperadamente prescriptiva parece su meta monolingue en Las investigaciones filosóficas, donde la tolerancia es el remedio para los «problemas» filosóficos. «Mire y vea», era su repetido consejo a los pensadores que habían perdido el contacto con el mundo. En lugar de teorizar sobre lo que se puede y no se puede hacer con el lenguaje, Wittgenstein se ocupa de hacer cosas con el, por ejemplo como escribir una carta.
Sin embargo, Wittgenstein parece estar estancado en por lo menos un parámetro abstracto de la filosofía del lenguaje, quiero decir, en su reducción de las funciones cotidianas a un sólo código lingüístico. El hecho que Wittgenstein pensara y se comunicara en más de un idioma (sospecho que muchos filósofos del lenguaje lo hacen), no parece haberle interesado. Con las puertas de la terapia monolingüe todavía cerradas, una expresión en inglés se le ocurre a Wittgenstein, y él actúa con indiferencia hacia la forma en que esto funciona. Apenas la mira, dificilmente la ve, y rápidamente la descarta para poder dar con un sustituto correspondiente en alemán. Cómo se habrían podido desarrollar las Investigaciones si la cerca alrededor de las terapias monolingües se abriera? Seguramente considerarían el modo en el que un idioma funciona en asociación con otro. Un segundo idioma será, a lo mejor, tan limitado como el primero, pero de forma distinta, y –en ocasiones– de manera liberadora. Por ejemplo, una ventaja que el cambio de códigos lingüísticos tiene para Wittgenstein es que le permite la posibilidad de liberar el pensamiento para buscar otras palabras, palabras en inglés. El debería haber notado que estos hilos paralelos representan fexibilidad y sutileza, ya que tanto lamentaba lo que se pierde al menospreciar las redes complejas de comunicación. ¿Una vez registremos los daños causados por propuestas reduccionistas nos sentiremos como si tuviéramos que reparar una telaraña con nuestros dedos?.
Los inmigrantes que se aferran a la red de su lengua materna cuando llegan a los Estados Unidos, no son necesariamente desagradecidos; son complicados. Algunos norteamericanos se ofuscan cuando oyen las lenguas particulares en espacios públicos (en la calle, bares, negocios, hospitales, etc.). Pero las personas desplazadas de otros países a menudo defienden su libertad de expresión viviendo con códigos dobles (o múltiples), muchas veces prolongando su uso durante varias generaciones. Si después de cruzar la frontera se les presiona para que adopten la cultura del país anfitrión es muy probable que los inmigrantes más creativos doblen sus defensas. Se someten y vacilan, en un contrapunteo. Los juegos idiomáticos florecen bajo la presión, mientras que el encanto de las culturas tradicionales sobreviven en muestras póstumas de originalidad. La nueva creatividad políglota valora los encantos de las malas traducciones, los chistes con risa postergada, y la posibilidad de conmutar las reglas de una lengua por las de otra:
«sonriéndose se empina el bato la botella
and wagging chapulín legs in-and-out
le dice algo a su camarada
y los dos avientan una buena carcajada
y luego siguen platicando
mientras la amiga, unaffected
masca y truena su chicle
viéndose por un espejo
componiéndose el hairdo»
Los bilingües entienden la arbitrariedad del lenguaje aún con más intensidad que los teóricos que después de Paul de Man, llaman al lenguaje alegórico porque las palabras están en un orden diferente al de sus elusivos referentes. Más allá de lo elusivo, el lenguaje de todos los días puede ser opaco cuando enfrenta a otro, a veces intencionalmente opaco, como un recuerdo de la sobrevivencia de las diferencias culturales.» Nosotros tenemos derecho a nuestra opacidad»: así comienza el manifiesto para la auodeterminación cultural escrito por Edouard Glissant.
Me gustaría considerar algunas prácticas que defiendan esta opacidad contra la normalización modernizante de la cultura. Son juegos bi o (multi-) lingües que se aprovechan de los residuos disonantes de la asimilación (o llevan errores intencionales y graciosos) después de que un idioma particular es forzado dentro de códigos universales. Las interrupciones, los retrasos, los cambios de código, y la comunicación sincopada son aspectos retóricos del juego bicultural idiomático. A pesar de todo lo que podamos lamentarnos de los estragos que hace la modernidad sobre las diferencias culturales, sería incluso mucho más triste y contraproducente, dejar que la lamentación ahogara los sonidos del contrapunteo cultural y de la supervivencia creativa.
Tomado de (%=Link(«http://www.elpais.es/»,»El País Digital»)%) de España