Opinión Internacional

Cuando algo que sirve para todo, y no sirve para nada

La vigésima segunda edición del Diccionario de la lengua española define el vocablo cínico como un adjetivo aplicable a conductas impúdicas y procacez. Otra acepción lo describe como aquél “Que muestra cinismo”. Y esta acción la retrata así: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables».

Y es al “espíritu” de ese vocablo al que acude Santiago Núñez (un amigo de la infancia) para definir la política. Dice Santiago que la política es una irreparable formula que mezcla en iguales proporciones la vaselina con las matemáticas. La política, repite (sin ser aristotélico ni saber quién carajo fue Aristóteles), sirve para someter a un país y para cambiar un caucho en la carretera.

En política, insiste, vale todo. Podría decirse que Santiago es un escéptico, pero no lo es porque para ser tal hay que estar consciente de esa condición. Por ello adapta pensamientos de grandes escritores y hombres de fama, a su particular forma de ver el mundo, (extraídos estos apotegmas de los ya olvidados almanaques que al reverso de la hojita que marcaban la fecha del mes, suministraban la “píldora de conocimiento” necesaria a las 24 horas de ese día).

Así, cuando ensaya frases del calibre que sigue: “A los políticos les interesa la gente, lo cual no siempre es una virtud. También a las pulgas les interesan los perros.”, del escritor e investigador social P.J. O’Rourke; lo hace como el que confunde la marca comercial de un detergente con el producto como tal. Él va sembrando las frases por donde pasa, y sólo las cambia cuando se aprende otras más bonitas.

Pero de todas ellas (las frases, digo), a Santiago le impresionan aquellas relacionadas con el poder. Por eso, tal vez, me “enfrentó” con una copia de la edición del Diario ABC de Madrid, de fecha viernes 11 de Julio de 2003, para que lo ayudara a comprender el despropósito del Editorial del periódico.

El día después sin Aznar, daba título a la nota; y en ella se podía leer lo siguiente: “El tiempo ha confirmado que el compromiso de Aznar de no repetir como candidato a la Presidencia del Gobierno Español después de un segundo mandato no fue un amago ni un reclamo de política electoral o de aplauso fácil. Fue y es un activo principal de su oferta de regeneración de la actividad política, insólita para una sociedad poco acostumbrada a que sus gobernantes se desprendan del poder, en cumplimiento de su palabra y sin mediar responsabilidad o derrota de ninguna clase.”

Una decisión como la de Aznar no la puede entender Santiago. No la comprende porque si bien los escribidores de oficio pudieran relatarla de manera impecable, no calza en el molde de una frase celebre; ¡Mi reino por un caballo!, sería un ejemplo.

Queda más bien lo de Aznar como una buena anécdota, un gesto de pendejo no acorde a los calores del trópico.

Se entiende entonces la exasperación de Santiago cuando deletrea la parte del editorial que habla de “la importancia que tiene en política el control de los tiempos.”

¡Ni que fuera fútbol! Grita Santiago. Cómo entender semejante bobada, se pregunta. En política se vale todo, menos ser ingenuo; reflexiona.

Aquí, hay que detenerse en la personalidad de Santiago. Él es lo que los jóvenes de hoy llaman un pataruco; un brutazo enamorado de la fuerza, que le espantan las buenas maneras y la cordura, que aborrece las reglas del juego, y le divierte la hipocresía que pudiera derivarse del ejercicio del poder. Pero Santiago es el amigo, el pana, el carajo que no se pela un velorio y divierte la faena.

Un último dato, en el almanaque de Santiago amarillea una página que no se atreve a tocar. Es del poeta español Antonio Gala, y dice: “La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer.”

Nada más.

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