Opinión Internacional

Cuidado con el latente fundamentalismo indígena

El primer presidente indígena de una república suramericana, elegido
por voto popular, en menos de seis meses de gobierno , se ha hecho
coronar en ceremonias pintorescas alusivas a un pasado todavía
nebuloso, ha declarado monumento nacional a la humilde casa de adobe
donde nació y ha mandado a emitir estampillas postales con su
retrato. También se le atribuye el proyecto de cambiar la bandera y el
nombre de la república de Bolivia.

Y, sin embargo, en Bolivia nadie dijo nada, hasta ahora. Sólo el
escritor de los llanos orientales del país, Ruber Carvalho, circuló en
Internet una carta dirigida a Evo Morales, el pintoresco presidente
boliviano, quien, bien vistas las cosas, con alguna objetiva
generosidad, no lo está haciendo mal. La economía se está reactivando
y se mantienen expectativas por la exportación de gas y minerales, y
productos agropecuarios como la soya.

Por otro lado, Morales es un rosario de contradicciones: Ataca al
imperialismo norteamericano, pero le pide que abra sus puertas a los
productos bolivianos; rechaza la globalidad, pero, poco a poco, está
insertando a Bolivia en el esquema global actual ; amenaza con suspender
la educación religiosa, enfrentándose a la Iglesia católica, pero el
mismo es un fiel practicante de la versión cristina del sincretismo
boliviano, que mezcla plegaria y devoción con alcoholismo y baile.

(Antes de cocalero, Morales fue músico en una banda de la famosa
‘Diablada» del carnaval de Oruro).

En ninguna otra región, como la pre republicana Bolivia fue más real
la terrible «leyenda negra “ de la conquista española en nombre de dios,
esclavizando y masacrando a los indios. Por ello, es muy interesante
históricamente que sea en ese país donde hoy exista un presidente
indígena.

En la voluminosa y muy seria revista española Contrapunto (no.2,
Sep. 2005), publiqué un artículo explicando por qué Morales era el
‘Maverick» de la política latinoamericana. Y lo es. Por ello, provocó
desconcierto, en la propia Bolivia y en la arena de la política
internacional.

Desde su humilde posición de dirigente sindical de los campesinos
cocaleros, promovió un movimiento de protesta social que terminó por
derrocar al entonces presidente constitucional Gonzalo Sánchez, cuya
arrogancia y nepotismo corrupto produjo una grave crisis social.

Prácticamente todo Bolivia vio con simpatía, como el indígena Morales
llegaba a la presidencia con abrumadora votación entre fines del 05 y
comienzo del 06.

Pero hoy ya existen dudas. Es que, como en los movimientos políticos
que se apoyan en religiones, en el asunto del poder indígena también
existen verdades a medias, mitos y prejuicios, que, si se toman al pie
de la letra, como reglas indiscutibles caen en la tentación
totalitaria.

El fundamentalismo es un terminó genérico que se aplica a las
actitudes intransigentes, oscuristas o retrogradas y proviene de la
turbulenta historia de los movimientos protestantes de Estados Unidos.

Luchas de dirigentes indígenas hubo siempre en la historia de las
Américas. Fuera de los ya clásicos Tupac Amaru y Tupac Katari, grandes
indígenas rebeldes martirizados, en la historia del continente
americano se reconocen figuras que van desde el extremo norte al
extremo sur, como el sabio gran jefe «pielrroja» Seattle, en EUA, o los
indomables caciques mapuches como Caupolican en Chile.

Después de dos siglos como república, Bolivia ha desarrollado, como
otras naciones de América, una sociedad multirracial y policultural.

El fundamentalismo indígena plantea que los «karas» o blancos y
mestizos, están demás, lo cual es absolutamente irreal. Según las
estadísticas demográficas actuales, los llamados «originarios “ son sólo
un 30% de la población actual. Las ideas de ‘pureza o limpieza
étnica de los fundamentalistas indígenas, están absolutamente fuera de
la realidad. El propio «cholo» Evo Morales, que por demagogia desato
toda esta confusión, es un mestizo. Su propio apellido es de origen
ibérico y el ni siquiera es el primer Morales que ocupa el atávico sillón
presidencial del palacio Quemado de La Paz.

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