Opinión Internacional

Davos en píldoras

La reunión del Foro Económico Mundial que se lleva a cabo anualmente en Davos (Suiza) suele generar un torrente de comentarios. Para algunos, los temas y el ambiente en Davos son un barómetro de hacia dónde va el mundo. Para otros, Davos es una frívola convención de grandes egos que suelen equivocarse. La realidad, como siempre, se sitúa entre estos extremos. En todo caso, éstas son algunas de las impresiones que me he llevado de Davos este año.

Los no-global están de moda. Cada año los manifestantes antiglobalización protestan contra el Foro de Davos. Este año estaban dentro del centro de convenciones y los lideró Nicolas Sarkozy. El discurso del presidente francés incluyó frases sacadas directamente de las pancartas de los manifestantes. Y no fue sólo Sarkozy. Los mea culpa, las denuncias contra situaciones inaceptables -de la pobreza a la depredación ambiental-, la necesidad de un capitalismo sostenible y más justo fueron frecuentes. Creo que veremos ciertos progresos en este sentido. Lástima que serán menos de lo prometido y menos de lo necesario.

¡Banqueros a la cárcel! El pueblo enfurecido, banqueros torpes y la derrota de su partido en las recientes elecciones en Massachusetts llevaron al presidente Barack Obama a adoptar una actitud mucho más agresiva hacia los bancos. Estos reaccionaron movilizando su enorme influencia política y tratando de persuadirnos de que las reformas de Obama pueden desencadenar otra recesión. La necesidad de reformar el sistema financiero es obvia. Pero ahora las reformas serán adoptadas dentro de un ambiente donde los políticos son acusados de populistas y los banqueros de agiotistas. Hace tan sólo unas semanas era inimaginable que una elección local en Massachusetts pudiese tener tanto impacto en Davos y en el mundo.

No hay nadie a cargo: una de las angustias más comunes que detecté en la reunión de este año es que mientras los problemas crecen y se multiplican, la capacidad de enfrentarlos parece declinar. La maquinaria para la toma de decisiones está trabada en todas partes. Pocos creen que Naciones Unidas u otros organismos multilaterales saben lo que hacen o tienen los recursos necesarios para actuar eficazmente. Las grandes potencias también parecen paralizadas. El G-8 es una reliquia y su sustituto, el G-20, está plagado de divisiones. El fracaso de Copenhague es sólo un síntoma de un mundo condenado a tener que actuar colectivamente en muchos ámbitos y que no sabe cómo hacerlo. La tragedia de Haití, muy presente en Davos, simboliza emergencias donde por no haber nadie a cargo, la solidaridad mundial conduce a un caos de descoordinación y de muertos que se hubiesen podido salvar.

El problema del 10 y 10. Tasa de crecimiento promedio de la economía china: 10%. Tasa de desocupación en Estados Unidos: 10%. El que China crezca a una tasa de dos dígitos es bueno para los chinos y para el mundo. Que ese crecimiento sea a costa de una alta tasa de desocupación en otros países es una posibilidad cuyas repercusiones para la estabilidad económica y política de la humanidad son espeluznantes. Es importante desvincular en la realidad -y en nuestro imaginario colectivo- que el éxito económico de China empobrece a los trabajadores del resto del mundo.

Mucha China, poca América. La presencia estadounidense en Davos es siempre abrumadora: gobernantes, congresistas, políticos y de vez en cuando hasta Angelina. La visibilidad del resto de las Américas en la reunión es siempre limitada. Este año el Gobierno y los políticos estadounidenses brillaron por su ausencia -salvo contadas excepciones como Lawrence Summers, el principal asesor económico de Obama- y en vez de Angelina estuvo Bill Clinton.

Lo contrario ocurrió con China, quien mando un enorme contingente de funcionarios de muy alto nivel. Muchos son tecnócratas que combinan buena formación académica con experiencia burocrática en su país. Es evidente que son muy duchos en navegar por las trampas y oportunidades que China enfrenta en todo foro internacional. Pero ser una potencia no es gratuito y las reacciones a la influencia china ya se notan. Un ministro de un importante país africano me dijo: «Hace tan sólo unos años los chinos se presentaban en mi oficina diciéndome que nuestros dos países eran muy pobres y que debíamos ayudarnos mutuamente. Ahora simplemente me dijeron que la ayuda que nos darían estaba vinculada a unas condiciones y me dieron una lista de cosas que esperan de nuestro Gobierno».

La vasta admiración por China se combina con una creciente ansiedad acerca de su poder y de incertidumbre acerca de su capacidad para mantener su rápida expansión. Ojala que la gran visibilidad de China en Davos no sea un presagio de algún accidente que la desestabilice. No sería la primera vez que un país que es demasiado festejado en Davos se desbarranca poco tiempo después.

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