Opinión Internacional

De ajustes, intervenciones y “diplomacia del futsal”

Antes de que una tempestad pasional lo arrasara en la madrugada del nuevo año, Carlos Soria, hasta entonces gobernador de Río Negro, había puesto en marcha un vigoroso ajuste de la economía provincial. Su sucesor, un hombre del Frente Grande (el partido que fundó Chacho Alvarez y a través del cual convergieron en el Frente para la Victoria ministros como Nilda Garré y Juan Manuel Abal Medina), considera que  ese ajuste debe  concluirse. Aunque todos eviten la palabra ajuste.

En Santa Cruz, el gobernador Daniel Peralta también inició una fuerte racionalización de gastos y recursos, obligado por  la insostenible situación financiera del estado provincial. Resistidas por  varios gremios estatales, las medidas fueron postergadas por una crisis política fogoneada por el sector oficialista más afín a la Casa Rosada (el que conduce, precisamente, el hijo de la Presidente). El gobernador rearmó su gabinete e hizo saber que, contra las expectativas o esperanzas de algunos,  no piensa renunciar. Sabe que camina sobre campo minado.

La hora del ajuste

En la mayoría de las provincias  y en muchos municipios (por caso, la ciudad de Córdoba, cuyo intendente, Ramón Mestre,  avisó que tiene problemas serios  para pagar los sueldos) la situación es acuciante. El Estado central se queda con el 75 por ciento de los recursos  impositivos.

A provincias y municipios se les va a hacer difícil, además, cobrar sus gravámenes y tasas cuando empiecen a concretarse los aumentos de tarifas de los servicios públicos (y de otros, como medicina prepaga o colegios). Es cosa sabida que, cuando hay que hacer ajustes,  las familias postergan los compromisos impositivos para pagar servicios que, de no hacerlo, se cortan o se suspenden.

El gobierno nacional también se ve empujado al ajuste.  Están erosionadas dos columnas del llamado “modelo” oficialista: la abundancia de dólares (provistos principalmente por la exportación de alimentos) y el superávit fiscal.  La Casa Rosada se desembarazó de apuro de los subterráneos y se los endosó sin anestesia a la Ciudad de Buenos Aires. Sin el subsidio pleno que pagaba la caja central  (y que ahora economiza) el gobierno porteño tuvo que subir la tarifa.  Los trenes y colectivos  también están subsidiados y más temprano que tarde será el gobierno nacional el que les autorizará incrementos en el precio del boleto, urgido por la necesidad de  achicar gastos (subsidios).

El Estado central cierra apenas sus cuentas manoteando recursos de otros (los de la ANSES, por ejemplo, que son de los jubilados) pero sus crecientes dificultades financieras lo van privando de instrumentos para hacer la política que predican sus ideólogos, a menos que  avancen por el camino que algunos de ellos aconsejan, que es “la apropiación de rentas” (ajenas).

Intervencionismo restrictivo

Otra contrariedad es el dólar. Todos saben que el gobierno mantiene un valor oficial de la moneda estadounidense muy retrasado en relación con la inflación y todos sospechan que en algún momento ocurrirá una fuerte devaluación. La demanda (en gran medida de ahorristas pequeños)  va limando las reservas.  El paisaje  se ve nublado: se calcula que entre la sequía que golpea al campo y la caída de precios, lo fuente de dólares que es la venta al exterior de productos de la cadena agroalimentaria tendrá menos caudal este año. Otra brecha: Brasil importará menos autos.

Guillermo Moreno, desesperado por ese panorama, usa simultáneamente el freno, el acelerador y la marcha atrás.  Esta semana, por ejemplo, decidió finalmente desprenderse de una herramienta que  empleaba desde 2006: los cupos para la exportación de trigo, un verdadero castigo para los productores y un cuantioso favor para los molineros. Las restricciones a la exportación impedían la competencia entre los exportadores y los molineros  y empujaban a los productores a vender el grano a los molinos a menor valor.  Moreno tuvo que retroceder porque ahora el gobierno está sediento de divisas. Otra prueba en este sentido fue, esta misma semana, la presión del expansivo Secretario de Comercio sobre los propietarios de grandes supermercados: les advirtió que no se permitirá la importación de productos que se fabriquen en Argentina. “Fabricar” es un verbo que Moreno emplea con sentido amplio: incluye a las armadurías que apenas se encargan de ensamblar piezas y gabinetes elaborados en otras latitudes. Desde galletitas a teléfonos celulares, pasando por delicatessen y computadoras o televisores, Moreno quiere que no salgan dólares. Avanza con el control de cambios y el encierro comercial. Intervencionismo restrictivo que seguramente a algunos beneficiará: los televisores armados en la Argentina son los más caros del mundo.

La batalla del salario

En ese marco empiezan a tenderse las líneas de la batalla del salario, que se iniciará en febrero con la siempre adelantada paritaria docente. El gobierno nacional se encuentra mal parado frente al tema. Procura establecer un  techo inamovible a los aumentos, en el orden del 18 por ciento,  pese a que  los datos objetivos de la inflación (no los del INDEC, por cierto, que sólo son útiles para trampear a los  bonistas que tienen cupones ajustables  por costo de vida) superan por varios puntos el 20 por ciento. Aceptar 18 sería para los sindicatos decretar una rebaja de sueldos. ¿Conseguirá el gobierno bonzos gremiales que  admitan ese porcentaje? Hugo Moyano no muestra esa vocación.

Desde la CGT, Moyano ha hablado más en álgebra que en aritmética. Dijo que no aceptaría límites en las negociaciones. Dijo que se discutiría “con los precios del supermercado”. No dijo 18 ni 30. Pero a su alrededor piensan más en la última cifra que en la primera.  Un aliado de Moyano, Jerónimo Venegas –jefe de las 62 Organizaciones-, adelantó que “las bases no permitirán convenios por debajo del 30 por ciento”.

Algunos intelectuales del propio oficialismo admiten la razonabilidad del planteo sindical: “Hoy los costos laborales por trabajador son los más bajos desde el año 2005 y en promedio tras la mega devaluación, son aún ( mucho) más bajos que en el año 2001”, escribe el sociólogo Artemio López en su blog, Ramble Tamble

Y el mismísimo viceministro de Economía, Axel Kicilof, un camporista hecho y derecho, confiesa que “aunque el empleo se expandió, los salarios no lograron siquiera superar, en términos reales, el techo de la década de 1990.”

Está claro que con esos argumentos el gobierno no podrá convencer a los gremios de que declinen su  aspiración salarial. Moyano, con todo, se prepara para defenderse de ataques que intuye próximos, aunque ignora qué  rasgos asumirán. Cree adivinar que las presiones para que abandone su cargo al frente de la CGT sólo han amainado temporalmente; procura imaginar  el formato que puede adoptar el próximo intento.  El no piensa aceptar ninguna “licencia por enfermedad”, como la que se empleó en 1975 para desplazar de la secretaría general al albañil Segundo Bienvenido Palma y ubicar en su lugar a Casildo Herrera. Observa que, pese a dudas de sus amigos más próximos, en el movimiento obrero  no hay número ni voluntad suficiente para echarlo de la conducción antes del congreso cegetista de mediados de año. El, entretanto, teje en el campo de las alianzas políticas. Cree que “el peronismo se está poniendo de pie” y trata de cooperar en ese sentido. Habla con  peronistas de distinto pelaje: kirchneristas  desterrados como Alberto Fernández, disidentes, encuadrados, competidores, independientes. Habla con gobernadores e intendentes. Habla con altos funcionarios del gobierno que no comparten la atmósfera de enfrentamiento generada desde la Casa Rosada. Por ahora, recién comenzado el año y con la Presidente de licencia postoperatoria las cosas se mantienen en el plano de la conversación.

La diplomacia del Futsal

En 1971, el equipo de tenis de mesa de los Estados Unidos que se encontraba en Japón, aceptó una invitación de la República Popular China y, sorprendentemente, unos días más tarde estaba en Pekín compitiendo al ping pong con los mejores jugadores chinos.  Washington y Pekín no mantenían relaciones por esos días (recién las restablecerían en 1979, ya bajo el liderazgo de Deng Xiaoping). La operación ping pong, una jugada sensible en la que coincidieron ambas  jefaturas políticas, abrió el camino para la visita de Richard Nixon y, a la larga, para el deshielo que hoy es tan notable y productivo para ambos países y para el mundo.

Obviamente, el hecho de que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, hayan coincidido en disputar en Mar del Plata –cada cual con su propia camiseta- un partido de fútbol a beneficio no tiene la dimensión de aquella jugada internacional de 1971, pero  ha suscitado tan gran revuelo que quizás termine mereciendo el nombre  de “diplomacia del futsal”.

Si bien se mira, que se encuentren en una cancha de fútbol dos políticos de fuerzas distintas que son, además,  gobernadores de distritos vecinos y comparten cuestiones sensibles (desde la salud hasta el manejo de la basura, desde el tránsito a la seguridad) debería ser un hecho normal. Que se transforme en una noticia singular (o, más aún, en motivo de cuestionamiento o polémica) es un  síntoma de que está averiada la brújula de la convivencia.

Macri y Scioli dieron una buena señal: una señal de normalidad en una atmósfera política viciada por la confrontación permanente, por las divergencias transformadas en guerra total.  Un clima que quizás  se tense más  por efecto del ajuste.

 
 

                                                 

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