Opinión Internacional

De La Habana viene un barco cargado de…

El lamentable espectáculo ofrecido por los diputados y ministros rojos durante la instalación de la Asamblea Nacional (AN) es un preludio de lo que le espera al país en los meses por venir, al menos hasta que tengamos respuesta para el acertijo infantil: «De la Habana viene un barco cargado de…».

Hasta ahora la tripulación de la embarcación solo ha anunciado desasosiego y ha puesto en evidencia la dependencia político-emocional del Gobierno y su máximo líder con quienes mandan en Cuba. Desde los años previos a la caída del Muro de Berlín, no se había visto en el mundo una cesión de soberanía y una entrega de la voluntad política, como la que estamos presenciando en estos momentos en nuestro país.

Los comensales del ALBA han sido más recatados a la hora de manifestar su solidaridad e identificación con la revolución cubana. En otras latitudes políticas, cuesta imaginarse a un mandatario, digamos la presidenta Rousseff de Brasil, o el presidente Santos de Colombia, entregando la banda presidencial a un gobernante foráneo y además hacerlo con un gesto de agradecimiento, tal como sucede en Venezuela.

Mientras la nave seguía anclada en La Habana, el 5 de enero en el hemiciclo de la AN, los líderes rojos se entregaron a una celebración digna de los aquelarres que tanto mortificaban la imaginación religiosa en la oscura edad media. Como poseídos de una energía sobrenatural proferían insultos y burlas contra el país representado en la bancada de oposición; se reían y se abrazaban; se puyaban mutuamente las barrigas; se enviaban guiños cariñosos; los ministros celebraban con carcajadas cada uno de los atropellos, y ya en el paroxismo total palmearon y cantaron, como si de un coro alegre de Gospel se tratara, una añeja canción de protesta.

Era como si se quitaran de encima el peso de una bota, que por años les apachurró la cara y la voluntad contra el pavimento, y por primera vez pudieran actuar libremente sin sentir atemorizados la mirada inclemente de su jefe en el cogote. «Cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta» se dirían divertidos los celadores en la isla.

Si la situación no fuera tan grave, el evento pasaría a la historia como una parodia digna de aquellas con las que nos alegraba las noches Radio Rochela. Pero resulta que lo que ha quedado evidenciado es la impericia de un equipo gobernante que no gobierna, entubado al destino cierto o incierto de quien ha gobernado, con ellos y sin ellos, por catorce años. A la foto de grupo le falta el personaje sentado en el centro, confrontando la cámara socarronamente.

Los socios comerciales y políticos del Gobierno están observando desde sus embajadas y equipos de inteligencia, cómo comienza a deshilacharse la acción de un gobierno al cual le une intereses de diversa índole. También están atentos a la respuesta que dé la oposición, escaneando si tiene los colmillos y la inteligencia que requiere una opción capaz de ser gobierno y nuevo actor regional.

Más importante aún, hay un país opositor golpeado por los resultados electorales y el ventajismo oficial, que mientras cura las heridas, no ceja en su empeño de seguir labrando un cambio democrático.

Y hay otro país, que sigue creyendo en el reino anunciado, y que frente a las falencias físicas del líder, exigirá con fuerza los resultados prometidos. ¡Las calles son del pueblo, no de la burocracia!

Por tanto, el diálogo no es con el Gobierno, al menos no por ahora, sino con la totalidad de ese país cada día más exigente, más curtido en sus luchas, más seguro de su protagonismo, sea cual sea la acera en la que esté parado.

A nuestros dirigentes de la oposición se les presenta otra oportunidad para seguir avanzando en la recuperación de la democracia hoy tan vapuleada.

Conviene aguzar el entendimiento, afilar las garras, y hablar con una sola voz. Ya el país, con seis millones y medio de votos, ha manifestado su confianza en Capriles. La compleja y variable situación actual requiere de una MUD repotenciada, de reflejos ágiles, con capacidad de respuesta inmediata, que deje de lado la timidez y el temor al qué dirán los radicales. (Siempre hubo saltapericos llenando de ruido y humo el ambiente. Han sido y serán aves de vuelo rasante).

De la Habana viene un barco cargado de… una nueva etapa en la lucha democrática del país.

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