Opinión Internacional

Defensa hemisférica de la democracia

En la carta de la ONU no se hace referencia explícita a la democracia porque en la búsqueda de la paz se trataba de constituir una organización que abarcara a todos los países, sin tener en cuenta su régimen político. Por el contrario, la carta de la OEA expresa, en su preámbulo, el objetivo de consolidar las instituciones democráticas, y en su artículo 5° señala que la organización debe basarse en el “ejercicio efectivo de la democracia representativa”. Sin embargo, la mitad de los gobiernos representados en la Conferencia Panamericana de Bogotá, en la que se constituyó la OEA, eran dictaduras. Durante la guerra fría primó el concepto de seguridad en el contexto de la lucha contra el comunismo, el continente se pobló de dictaduras y los textos sobre democracia se quedaron escritos para descrédito de la organización.

El fin del mundo bipolar creó nuevos espacios para acercar a Latinoamérica al ejercicio democrático y para comenzar a poner en práctica mecanismos colectivos de defensa de la democracia, en el marco del derecho internacional. Desde 1975, en Argentina, no han prosperado los golpes militares en la región. El producido
contra el presidente Aristide, en Haití, motivó una acción internacional que lo restableció en el poder. En 1991 se aprobó la Resolución 1080, que establece mecanismos de acción colectiva “en caso de que se produzcan hechos en que se ocasione una interrupción abrupta o irregular del proceso político” y la resolución fue
aplicada con éxito en Haití (1991), Perú (1992), Guatemala (1993) y Paraguay (1996). En 1993 se reformó la Carta para consagrar la suspensión de un Estado “cuyo gobierno democráticamente constituido sea derrocado por la fuerza”. Y, lo que es más importante, en la década pasada los Estados Unidos modificaron su actitud característica de mucho tiempo, de propiciar y apoyar las dictaduras, para
poner su peso en defensa de los gobiernos civiles.

Hoy todos los gobiernos activos en la OEA proceden de elecciones. Sin embargo, surgen muchos interrogantes sobre la realidad de nuestras democracias y sobre los peligros que las aquejan. No hay un solo modelo de democracia, pero en la democracia representativa sí hay elementos cuya carencia la hacen sospechosa. Entre ellos, la falta de participación libre en las elecciones y de posibilidad
de alternación en el Gobierno, la carencia de una administración de justicia independiente e imparcial, la ausencia de garantías para el ejercicio de las libertades fundamentales, de separación de los poderes y de control legal sobre los gobernantes. Conspiran contra ella, en nuestra región, las tremendas desigualdades sociales, la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo, así como el descrédito de los partidos y la apatía ciudadana para la participación, los asesinatos políticos, la disolución ilícita de los órganos constitucionales o la anulación de sus actos lícitos, la sucesión y prolongación de los mandatos de las mismas autoridades elegidas sin una base jurídica definida, el fraude electoral y el hecho de impedir que un gobierno elegido lícitamente ejerza su autoridad. Pareciera hoy que los ataques contra la democracia proceden más de ciertos gobernantes elegidos que de los golpes de cuartel.

El debate sobre la protección hemisférica de la democracia se sitúa en este campo. ¿Cómo proceder ante amenazas diferentes al típico golpe militar? y ¿cómo crear mecanismos para actuar preventivamente? ¿Cómo conciliar en el derecho internacional la defensa hemisférica de la democracia con el principio de
la no intervención? He aquí un tema central de la Asamblea General de la OEA que tendrá lugar en Canadá dentro de tres meses.

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