Opinión Internacional

Del muro de Berlín al muro de Texas

Escuché por ahí que el Senado norteamericano aprobó la construcción de un muro, uno lo suficientemente ancho, y largo, como para impedir que inmigrantes mexicanos atraviesen la frontera.

Parece que la ingeniería civil puede más que la economía, es decir, da la impresión de que la ingenuidad engorda y la sensatez coge sus cosas y se larga con su música a otra parte. Sólo a políticos ciegos, incapaces de ver más allá de sus narices, se les ocurre tamaño despropósito. Pensar por un segundo que una, dos o tres murallas detendrán el flujo humano desde México hacia Estados Unidos es como para reírse, aunque en realidad la situación sea para llorar.

Cuando los países logran instituciones sólidas, democracias que tienden más y más a la estabilidad y cuando economías de mercado, por encima de mercantilismos disfrazados, empiezan a atraer capitales y a generar empleo estable, propiciando en consecuencia mejores condiciones de vida, quienes viven ahí llegan a sentir que el futuro les pertenece (y a sus hijos y a sus nietos), lo cual se traduce en la fragua de sociedades receptoras, y no exportadoras, de gente con el ánimo de hacerse un destino mejor.

Es esto lo que lamentablemente no ocurre al sur del Río Grande. Latinoamérica es, con sus matices y variantes, una región que se ha negado al despegue económico, al desarrollo, a la consolidación de sus democracias, a conjurar el espejismo de que iluminados, revolucionarios, caudillos y hombres fuertes pondrán fin a miles de injusticias gracias a su espada vengadora. Un continente sumido en la pobreza, con muy poca inversión en el plano educativo, donde los niveles de exclusión son una grosería, es natural que ceda ante embrujos de encachuchados, ante discursos que ofrecen paraísos en la Tierra una vez se llegue al estadio superior colectivista. Crear naciones pujantes, modernas, prósperas, exige mucho más que demagogia. Hace falta visión conjunta de país, estadistas dispuestos a hablar con sinceridad, a ejercer labores pedagógicas en la población acostumbrada a la mentira populista, a realizar tremendos sacrificios, y hace falta además un mínimo de acuerdos políticos para salir adelante. Repito: no es ésta la realidad latinoamericana.

Y no nos engañemos. Mientras tal estado de cosas se mantenga igual, no habrá fuerza en el mundo capaz de detener la avalancha de emigrantes que, desplazados de sus lugares de origen por las necesidades y la desesperanza, busquen, con toda razón, una manera de construirse mejores horizontes. Ocurrió así cuando dejaron Europa miles de españoles, italianos o alemanes durante la posguerra, ocurrió así cuando Fidel Castro dio inicio al acabóse de la Isla, y ocurre así en México, Honduras o Nicaragua, cuyas grandes mayorías de pobres ven en otras latitudes posibilidades de progreso que en sus países son poco menos que un sueño inalcanzable.

Los legisladores norteamericanos, su clase política, parecieran no aprender ciertas lecciones. Chocan con la misma piedra y con el mismo pie. Creer en un muro de Berlín puesto en Texas equivale a suponer que una cardiopatía se aliviará con aspirinas, cuando lo razonable es ir al fondo del problema y de una vez por todas promover con ahínco, con responsabilidad y sin intereses escondidos, el crecimiento, el desarrollo de esas sociedades empobrecidas, aun cuando éstas por lo general den sus pasos en sentido contrario. ¿Cómo hacerlo?, pues aumentado la ayuda a los vecinos, expresada por ejemplo en más tratados de libre comercio, en menos hipocresía a la hora de establecer esos convenios (la agricultura subsidiada en Estados Unidos es una muestra inequívoca de lo que menciono), en mayor acercamiento y colaboración en horas críticas como las que corren, lo cual redundaría en beneficios que a mediano y largo plazo pudieran revertir las condiciones que generan barreras absurdas, muros de Berlín en pleno siglo XXI.

El bienestar general se crea, no se decreta ni se obtiene con varitas mágicas. Trasciende chasquidos de la lengua y requiere que cabezas hirvientes, anacrónicas formas de entender el mundo, abran paso a gente capaz de gobernar para todos, creando riqueza gracias a la inversión, y repartiéndola luego en forma equitativa, lo que se traduce en más oportunidades y menos excluidos. China, el Sudeste asiático y Chile están ahí como muestras palpables. Si esto se da, si por ejemplo aceptamos que un mercado de tantísimos millones de personas, como el norteamericano, es una bendición para América Latina en la medida que aprovechemos nuestras ventajas comparativas, y si los Estados Unidos entiende que colaborar, tender la mano, dejar atrás la concepción simplista del “patio trasero” implica una decisión que mejora a otros y les acarrea mejoría a ellos, locuras como el muro pasarían a mejor vida.

Pero hay quienes se resisten a aprender, claro. Ni que la realidad les explote en plena cara. El Muro de Texas es un ejemplo de ello.

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