Opinión Internacional

Democracia a riesgo de suicidio

Puede una democracia suicidarse? La cuestión no es sólo teórica, pues se han
dado casos durante el siglo XX más o menos trágicos. ¿No fue un suicidio de la
democracia la República de Weimar? ¿No puede serlo también la Austria de hoy?

A estas preguntas -que me formula un lector- he de decir ante todo que el
paralelismo entre la Austria actual y la Alemania de la República de Weimar no
me parece presentable. En mi opinión, y no sólo en mi opinión, el
desmembramiento del imperio de los Habsburgo al final de la Primera Guerra
Mundial fue para toda Europa un desastre que quizá no se podía evitar. La
decidida voluntad de las distintas etnias que lo componían de formar estados
nacionales era irresistible, aunque después los ciudadanos de aquellos estados
lamentaron la disolución de aquel organismo sumamente civilizado al que debían
siglos de orden, buena administración y progreso civil.

Pero vengamos a la situación actual. La Austria de hoy no es la Alemania de
Weimar humillada, ofendida, dejada en la indefensión por medio de un «diktat»
internacional y condenada a un déficit financiero crónico a causa de la estúpida
política de las «reparaciones». Austria es un país económicamente sólido,
socialmente equilibrado y con los engranajes administrativos en perfecto orden
(ojalá pudiéramos decir lo mismo de nuestros países latinos) y sólo recorrido por
un estremecimiento de rebelión contra las olas de inmigración bajo las que
también él corre el riesgo de verse sumergido. Este estremecimiento se llama
Haider, pero, en mi opinión, no es nada más que un escalofrío, que da miedo a
Europa sólo a causa de una coincidencia histórica, porque también Hitler era
austriaco. Por lo menos así me parece a mí que están las cosas.

Pero mi comunicante plantea una pregunta que trasciende el caso específico e
invita a la meditación: es decir, si una democracia tiene derecho de suicidarse,
como hizo la Alemania de Weimar, uniéndose «legalmente» al nazismo, y como
corrió el riesgo de hacer Italia en 1948, también de manera legal, es decir,
mediante el libre voto popular.

He aquí mi opinión al respecto. Yo no sé si este derecho existe o no existe en el
plano conceptual. Pero en el plano concreto de los hechos, tal como la historia de
todos los tiempos y de todos los pueblos lo registra, ese derecho existe porque
no hay democracia que no haya muerto precisamente mediante un suicidio.

Para referirme a los casos más conocidos de mis lectores italianos, ¿qué es lo
que sucedió en Italia en 1919 y en 1922? Según los historiadores partidistas (y
me parece innecesario decir de qué tendencia), fue Mussolini quien con sus
trapicheos y después con su marcha sobre Roma estranguló y asesinó la
democracia. Pero es una falsedad. Mussolini no estranguló a nadie. Ocupó el
lugar de la democracia porque aquel lugar estaba vacío, pues la democracia ya no
estaba en condiciones de ocuparlo. Mussolini no fue llevado a Roma, como
después se dijo, «sobre la punta de las bayonetas» de los protagonistas de la
famosa «marcha sobre Roma» (entre los cuales, por lo demás, había muy pocos
que dispusieran de una bayoneta). Él llegó a Roma en coche cama invitado por un
rey al que la democracia no lograba dar un gobierno capaz de tomar decisiones. Y
esto, ¿qué era sino un suicidio?

El caso es que todos los regímenes, y no sólo las democracias, mueren por sí
mismos, es decir, por su corrupción interna y disolución. Debido a su
constitución, la democracia parece que debería estar a cubierto de esas insidias,
porque está más en condiciones, gracias a la libertad, de poner sobre aviso a la
opinión pública y de elaborar los anticuerpos necesarios. Pero, en la realidad, eso
sucede sólo en los países de larga tradición democrática.

Entre nosotros, la democracia siempre ha estado en una situación de riesgo, y
sigue estándolo, incluso ahora más que antes. Basta con echar un vistazo a
nuestro alre-dedor…

http://www.vanguardia.es

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