Opinión Internacional

Democracia y derechos humanos: a propósito de Venezuela

En las últimas semanas se vive en Venezuela una situación de zozobra. Para algunos cercanos al gobierno del presidente Maduro, en Venezuela camina un golpe de estado promovido por sectores fascistas con apoyos en Estados Unidos. Para los opositores a la revolución chavista, en cambio, se estaría ante un régimen despótico que viola masivamente derechos humanos, entre ellos los de la oposición. Cuando se ha optado por convicciones filosóficas rechazar la violencia como medio de lucha por el poder, no se puede más que condenar las violaciones de derechos humanos, sea que procedan del gobierno venezolano o de sectores de la sociedad que pretenden desconocer las decisiones democráticas que han llevado a Maduro y su gobierno al poder.

Los derechos humanos son un límite a la democracia. Ellos aseguran posiciones tan importantes y fundamentales que quedan sustraídas a la disposición de las mayorías políticas. La legitimidad de un gobierno depende del respeto pleno y permanente de los derechos humanos. La violación de los mismos por otros no justifica el desconocimiento de los derechos humanos por el agredido. El uso de la fuerza por los organismos de seguridad, militares y de policía, así como por particulares es inaceptable cuando desconoce los derechos humanos. Pero la arbitrariedad y la violencia no se combaten efectivamente con contra-violencia.

Para muchos puede resultar ingenua o débil defender derechos humanos cuando se busca profundizar la revolución o derrocar un gobierno despótico. Consideraciones estratégicas pueden aconsejar el uso de la fuerza y no de la razón para asegurar fines políticos. Pero, a mediano y largo plazo, tal decisión resulta errónea. Los derechos humanos muestran el nivel alcanzado en sensibilidad ante la injusticia. Si tal sensibilidad se desconoce, se reduce el ser humano a cosa que se instrumentaliza o manipula, abriendo así la puerta a nuevas y múltiples violencias.

La ideología no debe imponerse sobre el respeto al derecho. Es como colocar la carreta delante de los caballos, como afirma algún filósofo connotado. El derecho no tiene que ser un instrumento de dominación; puede ser un instrumento de emancipación para personas o grupos contrapuestos, con convicciones filosóficas, políticas o religiosas diversas. Por eso las acciones de todo gobierno que desconoce la libertad, la igualdad, el sometimiento de todos a una única legislación común y la separación y el control del poder público, son ilegítimas y deben recibir el rechazo de todos.

Pero si en Venezuela llueve, en Estados Unidos y Colombia no escampa. Guantánamo, las sucesivas guerras iniciadas por el gobierno del norte contra pueblos inermes o su desconocimiento del derecho y de la justicia internacional, descalifican a Estados Unidos como agente moral y político garante de los derechos humanos. El gobierno colombiano y sus fuerzas armadas tampoco se salvan del juicio adverso. Violación masiva de derechos humanos y la impunidad en la persecución de los responsables, son realidades que descalifican a ese gobierno en la condena a las autoridades públicas más allá de las fronteras. La teoría de las pocas manzanas podridas no es creíble a la luz de los vínculos militares y policiales con el paramilitarismo y la corrupción.

¿Qué hacer en esta situación? Apoyar a entidades defensoras de derechos humanos que condenan prácticas violatorias sean de izquierda o de derecha; exhortar el rechazo a la arbitrariedad, venga de donde venga, mediante acciones solidarias y movilizaciones ciudadanas; y, quizás lo más importante, advertir al gobierno venezolano la importancia de un verdadero estatuto de garantías para la oposición; sólo así es posible dar a los grupos disidentes la esperanza de ser en el futuro mayoría y establecer normas de acción diferentes a las existentes.

El filósofo Gustavo Rabdruch ya lo decía hace más de medio siglo: “una ley extremadamente injusta no es derecho”. Cuando la sensibilidad humana es arrasada por las armas y pisoteada por las botas militares, es cuestión de tiempo que dicho gobierno se venga al piso. Por eso, si el presidente Maduro ama sinceramente la revolución chavista y los sectores opositores aman la paz y la libertad, es necesario que ambos se sensibilicen a las posiciones de sus contradictores, respeten los derechos humanos de propios y ajenos, y adopten un estatuto de garantías a la oposición política, sea del color y la tendencia ideológica que sea.

 

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