Opinión Internacional

Destapando el destape

En México, la contienda electoral se adentra ahora en su recta final luego del debate televisado donde los aspirantes intercambiaron la andanada de ofensas normal en este género de espectáculos que, según los sondeos, resultó mas favorable a Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional, que al abanderado del PRI oficialista, Francisco Labastida Ochoa.

Nos acercamos, pues, al punto crucial de un proceso inédito en la historia del hermano país, porque por primera vez la elección del candidato gubernamental se llevó a cabo en primarias que, a pesar de las críticas, significaron un avance respecto del dedazo presidencial que hasta ahora solía ungirlo de manera dinástica; y porque aún si este paso hacia la transparencia pudiera lucir modesto, existe una probabilidad real de que el PAN de los sectores mas conservadores, se alce con el triunfo en los comicios del 2 de julio venidero. Y esto no ha sucedido jamás desde que los generales de la revolución victoriosa realizaron en 1929 la alquimia insólita de su institucionalización.

Es el momento que Jorge Castañeda ha escogido para analizar el fascinante mecanismo de la sucesión, entrevistando a los últimos cinco huéspedes del Palacio de Los Pinos y a un grupo de figuras prominentes del Gabinete ejecutivo o la administración regional que, a despecho de sus méritos y carisma, perdieron en algún momento del sexenio el respaldo presidencial.

Para destapar, en síntesis, las intimidades del destape a que apostó México su estabilidad a lo largo del siglo.

La Herencia, que así se llama el libro, carga el lastre de la familiaridad de Castañeda con el PRI hegemónico, que ha permitido trabajar y prosperar según las épocas a numerosos intelectuales, artistas y periodistas de renombre que aceptan las reglas del sistema y dentro del cual su padre ejerció funciones diplomáticas e incluso se desempeñó como canciller de la república. Pero, de todos modos, es una brújula invalorable a la hora de navegar por el laberinto de una de las estructuras políticas mas cabronas, ingeniosas y, desde luego, exitosas que jamás vieran la luz en nuestro continente.

México, según el autor, es infinitamente difícil de aprehender, administrar y gobernar y cualquier aproximación que parta de una óptica demasiado simplista de los problemas nacionales, está condenada al fracaso, toda vez que, como concluye, “la verdadera vigencia del sistema que se extingue con una lentitud desesperante yace allí, en la conciencia de la inmensa complejidad del alma mexicana”.

Y es que, a lo largo de ocho décadas, el engranaje del destape que evitó la retahila de golpes que sacudieron al resto de las sociedades del ámbito iberoamericano y hasta de la generalidad del mundo en desarrollo, no pudo despojarse de una fragilidad crónica; ni siquiera en su etapa de mayor esplendor, cuando funcionó como canal de ascenso de la clase media urbana surgida de la revolución fragorosa y radical que Siqueiros, Orozco y Rivera plasmaron en sus magníficos murales.

Es cierto que logró la auténtica hazaña en nuestra cultura política de que el mandatario saliente entregara el poder y que el elegido lo aceptase sin hostigar, fusilar o crucificar a sus anteriores rivales y, sobre todo, a quien lo invistió con el mando; pero al costo de una extrema precariedad en cuyo débito resaltan la represión del movimiento estudiantil de 1968 y, en fecha mas reciente, la incapacidad para satisfacer las demandas de los indígenas zapatistas.

Es un sistema que comienza a colapsar, según Mario Moya Palencia, cuando el Presidente Miguel de la Madrid trastoca la rotación bigeneracional instaurada por Lázaro Cárdenas y propicia a la movilidad, y designa a Carlos Salinas de Gortari en lugar de alguna figura de sus contemporáneos, como Porfirio Muñoz Ledo o el propio hijo del mítico caudillo, dejándoles como única alternativa la ruptura con el partido y colocando a éste en la necesidad de apelar a manipulaciones informáticas en las elecciones de 1988 que los disidentes no cesan de calificar de fraudulentas.

El mecanismo del PRI evolucionó, así, desde una época de semi-consenso fraguado por el Presidente de turno, hasta lo que Castañeda califica de imposición descarada de la voluntad presidencial, y de un predominio político al primado de la economía; y de cara al nuevo milenio deja una herencia llena de interrogantes que deberían hallar una respuesta inicial en el veredicto popular.

Sobre todo, porque las encuestas pronostican en julio un resultado muy estrecho, gane Fox o Labastida, que obligaría a oxigenar el juego político y proscribir la digitalización que, paradójicamente, intenta imponerse en otros lugares del continente mientras toca retirada en la mera cuna del dedazo.

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Caracas, mayo 2000.

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