Opinión Internacional

Dos presidentes en apuros

Me gustaría decir que los dos, en su respectivo país, se van a someter este domingo 28 de mayo al veredicto de las urnas, pero no es cierto. Tanto Alberto Fujimori como Hugo Chávez tienen tal amor por el poder y es tan grande su empeño de conservarlo a cualquier precio, que la transparencia y las garantías democráticas no son precisamente su lado fuerte. Como el Jalisco de la ranchera mexicana, nunca pierden. Y si llegasen a perder, como Jalisco también, arrebatarían. Pase lo que pase, buscan quedarse en su silla.

¿Qué tienen en común dos personajes tan distintos? Porque distintos lo son, no hay duda. Aunque ambos son arrogantes, Fujimori ostenta un hermetismo y una astucia tan refinada que obliga a pensar en sus ancestros orientales. Se apoya esencialmente en su fiel Vladimir Montesinos y en sus inquietantes servicios de inteligencia. Cuida como la niña de sus ojos a la jerarquía militar, otro soporte esencial de su gobierno. En cambio, Chávez es un producto exuberante del trópico. Lo que más trabajo le cuesta es quedarse callado. Se siente poseído por el espíritu de Bolívar, delirio que anula en él cualquier cautela y tacto político y lo lleva a perder aliados y amigos con una velocidad sorprendente, incluyendo a los propios militares. Pese a todo, la situación de los dos presidentes ofrece hoy curiosas similitudes.

La innegable popularidad que ambos llegaron a tener parece hoy seriamente erosionada. Si consiguen tranquilamente su propósito, el mandato que consideren haber recibido tiene el talón de Aquiles de una creciente y muy bien fundamentada oposición. Para los dos, este es un hecho nuevo. Llevados al poder por una ola de descontento surgido de la entraña popular, completamente ajenos al tradicional ajetreo político, Fujimori y Chávez provocaron el ocaso, no se sabe aún si definitivo, de los partidos en otro tiempo más representativos del Perú y de Venezuela. Dejaron a sus países sumidos en una extraña orfandad de alternativas políticas distinta a ellos, de modo que el principal instrumento de la democracia -las elecciones- les sirvió para sustentar su indudable vocación autoritaria; es decir, para debilitar a la democracia misma rompiendo el necesario equilibrio entre las ramas del poder público. Exactamente lo que han hecho siempre nuestros caudillos.

Sin esas vértebras esenciales que son los partidos políticos, la oposición tuvo por largos años en el Perú y por largos meses en Venezuela un carácter casi confidencial. Por falta de raíces en el pueblo raso, parecía un ejercicio intelectual de salón. Agudo y muchas veces salpicado de humor, era en todo caso elitista. La prensa misma no parecía dispuesta a alzar la voz, y quien lo hiciera, como Baruch Ivcher, en el Perú, o Teodoro Petkoff, en Venezuela, debieron despedirse de los medios que les habían servido de insolente tribuna.

Todo eso ha cambiado hoy. Dentro de la más pura tradición latinoamericana, la oposición, tanto en un país como en el otro, acabó expresándose a través de una figura y no de un partido o movimiento debidamente articulados. Nadie imaginaba, un año atrás, que al todopoderoso Fujimori le resultara un competidor como Alejandro Toledo y al todopoderoso Chávez, otro como Francisco Arias Cárdenas. El descontento que se sentía hervir en Venezuela en la clase alta y en la empobrecida clase media, empieza -solo empieza, es cierto- a horadar la clase popular a la sombra de la inseguridad y el desempleo. Las ofertas revolucionarias de Chávez, sustentadas en un alboroto de gestos y palabras y en los presumibles consejos de su amigo Fidel Castro, sólo han servido para ahuyentar a los inversionistas y provocar el éxodo de empresarios y profesionales cavando una brecha cada vez más honda entre las expectativas oficiales y la dura realidad.

Alejandro Toledo, por su parte, le arrebata a Fujimori masas que fueron suyas, sostenido no sólo en su leyenda de «cholo» de verdad, sino también en una situación social agravada por el decrecimiento de la economía desde 1998 y la pauperización de la clase media baja y de la clase popular, cuyo único refugio es la economía informal. El retiro de su candidatura por falta de garantías y las impugnaciones de la OEA oscurecen el panorama del Perú. Muchas incógnitas se abren en torno a un nuevo mandato de Fujimori. Muchas también, en una Venezuela cada vez más polarizada y descontenta, pero dispuesta a no callarse. El 28 de mayo será en los dos países una fecha de ruptura altamente incierta.

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