Ecuador: el susto del 21 se diluye…
Las elites del país siguen sin saber a qué santo encomendarse. Con una perplejidad que las paraliza se dan cuenta de que el campanazo del 21 de enero -similar al sufrido cuando ganó Abdalá Bucaram- no ha producido lecciones. El pánico que hizo que muchos empresarios y dirigentes políticos no durmieran aquella noche en sus casas, se está desvaneciendo como un mal sueño.
A los discursos tan insulsos como efectistas que se oyeron en Guayaquil el 22, se agregan esas prácticas mezquinas que obligan a un miembro de un partido que quiere colaborar con este Gobierno, a desafiliarse. Es el caso de Heinz Moeller.
La pregunta que atenaza a esas elites es clara: si no le ayudan a un Gobierno como el de Gustavo Noboa (cuya fama es no tener partido, ser honesto y no gozar de influencias directas en los otros organismos del Estado), y si no le ayudan ahora que las alertas han sido encendidas y que el país está en situación calamitosa, entonces, ¿cuándo lo harán?
Dos tesis podrían resumir los escenarios que se barajan. Uno es el susto como argumento de unión de esas elites empresariales y políticas. Mantener el susto activado, como otros hicieron con Perú (la herida abierta). No olvidar el 21 de enero. Si se juzga por la pasividad que se observa, esa tesis no parece funcionar. No hay, en efecto, espontáneos que promuevan un proyecto nacional mínimo que, frente al descalabro institucional del 21, dé pruebas de una voluntad irrenunciable de las elites de refundar el país. Y de darle a la democracia el sentido de bienestar que el país más pobre no identifica ni siente.
El país político y empresarial parece haber vuelto a la expectativa. A esperar que el Presidente proponga y a buscarle cinco patas al gato. Tampoco se ve una voluntad expresa en el empresariado de presionar al mundo político y proponer pactos sociales y de trabajo al resto de la población. No hay por qué extrañarse, en esas circunstancias de que el país se deslía: las elites no creen en su misión de liderazgo y son sumisas -profundamente- al mundo político cuyas lógicas ya todo el mundo sabe adónde conducen.
La segunda tesis que se baraja -incluso en medios cercanos al Presidente- propone romper el juego político tradicional. Tratar de reforzar a un Ejecutivo que se encuentra, en este momento, totalmente inerme ante el Congreso. El mecanismo propuesto es recurrir a una Consulta Popular para que el país le dé al Presidente la posibilidad de disolver una vez al Congreso. Y, en caso que juzgue conveniente hacerlo, volver inmediatamente a elecciones. ¿Qué pasaría entretanto? El Presidente, dicen los aficionados a esa tesis, gobernaría por decreto. Otro limbo.
Lo único seguro es que una buena mayoría de políticos ha retrocedido en vez de avanzar: están formando bloques de interés y ya olvidaron el susto del 21. Los escenarios no están jugados, pero parte de esas elites saben que si no se unen para desarrollar al país y pagar la factura social, no sobrevivirán.