Opinión Internacional

El adversario escogido

Plantar la confrontación, con Héctor Magnetto, es el acto más racional de Kirchner. El de elegir, como contendiente, a Clarín. Porque representa -Clarín- la “cabeza de la víbora” inmanejable de la comunicación.
A través de la impostura, Kirchner emerge, otra vez, como el discípulo superador de Menem.
En 1995, al ser reelecto, Menem proclamó que había vencido a los medios de comunicación. Tenía razón.
Kirchner, en el 2010, en la búsqueda de su re/reelección, insiste con la misma lógica.
Para ambos -Menem, y en mayor medida Kirchner-, la cruzada contra los medios debe entenderse como la manera menos brutal de descalificar a los respectivos opositores. A la sumatoria de jactancias auto-referenciales que suele constituir la oposición, irreparablemente aplastada por el sujeto hegemónico, cuando administra el poder.
Massaccesi, Bordón y Álvarez Chacho, para aquel Menem del 95. El que acertó en la impertinencia de definir que había vencido ampliamente a la prensa.
Los tres políticos citados (Álvarez, Bordón y Massaccesi) muestran, por distintos motivos, quince años después, avanzados procesos -si aún no de extinción- de descenso de influencia. Al contrario, la prensa, aquel adversario escogido por Menem, se consolidó hasta erigirse, no sólo en el imaginario insensato de Kirchner, como el único factor de poder. Capacitado para generar antagonismo, y contención.
Para el Kirchner del 2010, los afectados por la impostura anti-prensa participan del abanico que lo mantiene, en una punta, a Macri, y en la otra a Pino Solanas Pacheco. En el medio lo tiene a Duhalde, Narváez, Alfonsín chico, Cobos y la señora Carrió.
Lo que en aquel Menem de 1995 se presentaba como una mera osadía, en el menemismo superador de Kirchner, del 2010 se transforma en un perceptible juego de infantes. Transmitido con avasallamientos concretos y violencia transitoriamente oral.

Trampa

El mecanismo básico fue descripto por esta cronista, en el texto “En la trampa” (cliquearlo).

Los opositores lo provocan a Kirchner, a los efectos de buscar la replica que no existe. Lo hostigan desde el exclusivo escenario de batalla. Los medios.
Pero Kirchner los sobrevuela. Para responderles con otros ataques, pero que los desorientan. Hacia el dueño del escenario. Es decir, a Héctor Magnetto. Que es, en la metáfora aplicada, quien les brinda el pasto a los opositores, para que continúen con el juego infantil de horadarlo. A Kirchner.
Significa que Kirchner, al colocarse por arriba del conjunto, y atacarlo a Magnetto, los ningunea. Como si no los registrara. En el universo precarizado, donde, como exclusiva funcionalidad visible, a falta de construcción política territorial, sólo brota la declaración. O la denuncia. Precisamente el lugar donde Clarín ocupa “la concentración mediática”. La principal fuerza que le establece, al hegemónico, el marco de contención para el proyecto de continuidad del poder.
Desde la condición de freno, la prensa se eleva como el adversario fundamental. Para aparecer, para existir y ser algo, el colectivo de opositores necesita de Clarín.
Sin los medios, imposibilitados de crecer, se evaporan. Por lo tanto la prensa debería asumir, sin lamentos, su propio poder.

El verso de la recuperación

En su declinación irremediable, el kirchnerismo plantea circunstancias improvisadas, pero que se imponen, acaso a su pesar, como operaciones de minuciosa inteligencia. Mientras desciende el prestigio, el gobierno sabe, con cierta destreza, aprovechar los ostensibles desencuentros. Los lícitos desencantos que genera la llamada oposición. Para instalar, como “acción psicológica”, la idea de la recuperación. La potencia relativamente derivada del crecimiento artificial.
En materia de imagen, la recuperación (instalada) de Kirchner, expresa la ilustración premeditada de la fantasía. Es el resultado del cuento lanzado al voleo del vacío. Hacia una sociedad distraída que lo adopta. Lo adapta. Finalmente la sociedad digiere la recuperación como verdadera.
No queda, en adelante, otra alternativa que consignarla. Aunque la recuperación, a criterio de Consultora Oximoron, sea el desmesurado producto de la fantasía.
Un verso.

Manipulaciones

Al designar, a la prensa, como máxima enemiga, de acuerdo a la evaluación, Kirchner no devalúa sólo a los opositores. Manipula también a la prensa. La embauca.
En “El telefonito” (cliquear), Oberdán Rocamora aludió a “los actos de embaucamiento hacia la prensa”.
De cuando los periodistas, como canarios, ingresaron en la trampera tendida por el oficialismo.
El que los (es)coge como instrumentos de confrontación.
Instalaron, por ejemplo, por doquier, que tenían dificultades para conseguir que la señora Hillary Clinton pasara por Buenos Aires. En simultáneo, sobreactuaban las trabas para que el presidente Obama recibiera, en Washington, a La Elegida. Cuando, según nuestras fuentes, perfectamente sabían que la señora Clinton iba a hacer su visita express. Que La Elegida iba a tener sus quince minutos de gloria con Obama.
Los periodistas honorables entraron, como cornalitos, en la red. Se desgastaron con comentarios peyorativos, por los calificados desaires. Para quedar desubicados, ante los consumidores del producto. El público.

Nomenklatura

Irrecuperablemente destruido, Kirchner sabe explotar la pasión de los periodistas por la autorreferencia. Por el orgullo lícito de sentirse protagonistas. Con los focos que los instigan hacia la solemnidad. A la conformación del espíritu de cuerpo, que accede al riesgo de transformarse en nomenklatura. Es decir, en partícipes de una lista elitista. De elegidos. El periodista se siente, en definitiva, cómodo con la asignada victimización. Improbablemente algo les resulte más fascinante que ocuparse de sí mismos.
Como si, al decir de Arturo Jauretche, estuvieran “absolutamente enfermos de importancia personal”.
Vuelven, los periodistas, a meterse en la otra trampa. Al ponerse quejosos. Se los desvía del ejercicio de la información. Y no asumen, lo peor, el poder que la sociedad les confirió.
Es el rol casi triste que cumplen los periodistas auto-referenciales de la nomenklatura.
Conjunto de amigos que se citan, convenientemente, entre ellos, mientras se brindan la manija recíproca y se sienten gravitantes. Sólo por la obviedad del kirchnerismo, que los (es)coge como blancos. Para volverlos a (es)coger.

Los nomenklaturados se convierten en centros de la atención. Protagonistas de la propia distorsión.
Creen que luchan, incluso, contra la arbitrariedad, presentada como una manera anticipada del fascismo. Sin entenderlo, primero, a Kirchner, que los emboca, los (es)coge sistemáticamente y los desvía, los obnubila con los focos. Pero sin entender nada, sobre todo, de fascismo, que es, como fenómeno, infinitamente más serio.
La exhibición de la problemática les sirve, a los nomenklaturados, para reclamar solidaridades. Recibir palmadas de los consorcistas, cerrar filas entre ellos y posicionarse, auspiciosamente, para la aventura de la continuidad.


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