Opinión Internacional

El asilo

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En 1959, el padre de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, anunció una política exterior que fijó la postura inflexible de su gobierno ante regimenes dictatoriales de izquierda y de derecha. El fundador de Acción Democrática, que en sus inicios políticos fue comunista, comprendió que el fascismo y el totalitarismo son ambidiestros, y enfrentó, tanto a los militares apoyados por Washington como a los guerrilleros que intentaban exportar la revolución de Fidel Castro.

La entonces llamada “Doctrina Betancourt” se aplicó, de manera rigurosa, y Venezuela rompió relaciones con los regimenes de Trujillo, en Republica Dominicana, y de Somoza, en Nicaragua, reconoció de forma simbólica a la República Española en el exilio durante el franquismo y solicitó que la OEA excluyera a “regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitarias”, a diferencia de la insulsa y decante organización que hoy pide incluir a Cuba en contra del espíritu de su propia Carta Democrática firmada en Lima en el 2001.

La obsesión por la libertad de Betancourt no resultó nada de práctica en un continente plagado por gobiernos autócratas y militares, y sin embargo, Venezuela se convirtió en el abanderado de la lucha democrática latinoamericana y fue refugio para decenas de asilados políticos españoles, cubanos, y más tarde, para miles de inmigrantes que escaparon de las dictaduras del cono sur y de Bolivia y Perú. Durante la primera presidencia del muy corrupto, pero a la vez, muy demócrata, Carlos Andrés Pérez (CAP), Venezuela intercedió por Orlando Letelier, ex canciller de Allende, quien se residenció en Caracas en 1974 por varios meses, y su gobierno fue determinante para la liberación y exilio del secretario general del Partido Comunista chileno, Luis Corvalán, en 1976.

El rol de Venezuela en la pacificación y democratización de Centroamérica fue vital, y de hecho, CAP no logró culminar su segunda presidencia – no por el fracasado golpe de Hugo Chávez contra su gobierno – sino, por la decisión del Poder Judicial de juzgarlo en 1993 por malversación de fondos públicos para la campaña electoral de Violeta Chamorro contra la dictadura sandinista. Con el enjuiciamiento a CAP, el gobierno de transición de Ramón J Velásquez, la reelección de Caldera y el triunfo electoral en 1999 de un golpista indultado, Hugo Chávez, Venezuela demostró que su muy deteriorado y corrupto sistema seguía siendo funcional y tenía la capacidad de regenerarse.

En estas condiciones llegó Chávez al poder prometiendo más democracia, lucha total contra la corrupción, menos centralización, menos dependencia petrolera, y el fin de los vicios del sistema inaugurado por Betancourt, y en su lugar, Venezuela padece hoy una crisis terminal debido a la profundización de todos y la vuelta a la más rancia de sus tradiciones caudillistas.

La democracia venezolana está en el asilo y su acta de defunción está siendo convalidada por los actuales gobiernos latinoamericanos que succionan, aprovechando un delirio, la negra sustancia de las venas abiertas de esa tierra.

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