Opinión Internacional

El calvario del referendo

En medio de un suspenso propio de una novela negra, de ésas en las que el lector siempre teme lo peor, comienza hoy en el Congreso el calvario del referendo.

Al rompe, es preocupante advertir en el ambiente una sensación peculiar, como si en lugar de que se estuviera abriendo la puerta hacia la depuración de las prácticas políticas se hubiese soltado una cabra borracha en medio de una cristalería. Hay demasiada incertidumbre y demasiada confusión como para saber dónde va a terminar lo que hoy comienza.

Y, en honor a la verdad, son varios los obstáculos que tendrá que enfrentar el referendo propuesto por el Presidente. El más obvio y el que más le puede reportar beneficios frente a la opinión pública es su necesario enfrentamiento con la clase política, la misma que se siente afectada en sus privilegios y que quiere a toda costa torpedear el referendo presidencial. Esa clase política jugaría a aprobar un referendo distinto al propuesto por esta administración –en el que incluirían, claro está, la revocatoria del Presidente– con la idea de sacarse el clavo con el Gobierno, pero sin decirle no al referendo. Pastrana se vería obligado a salir a buscar las firmas en la calle para presentarlo por otro lado, amparándose en el artículo 134 de la Constitución que así lo permite. Mientras tanto en el Congreso, la clase política habría cobrado ya la cabeza de nuestro Fouché criollo, el Ministro del Interior, quien probablemente no logre salvarse de la moción de censura que le espera. Y estaría por verse si lo mismo va a suceder con las cabezas de los ministros de Hacienda y de Salud. ¿Alguna duda de por qué sentimos que se soltó una cabra en medio de una cristalería?

Ahora bien, la situación no sería tan difícil para el referendo si su único obstáculo fuera el de atajar a una cabra loca en medio de una cristalería. La verdad es que el obstáculo más difícil de sortear no es ése sino éste: el de que en contra de la propuesta presidencial está la Constitución del 91. Puede sonar a paradoja, pero es cierto. Concebida con la idea de democratizar y de abrir el cerrado sistema político, la Constitución impuso en la práctica una doctrina según la cual cualquier iniciativa popular debe pasar por el cedazo del Congreso. Por eso el referendo va a tener que enfrentar con entereza las innumerables interpretaciones –yo les digo leguleyadas– que tanto fascinan a expertos y que tanto cansan y confunden a la opinión pública. En un país donde los juristas están acostumbrados a sacarle a una coma kilometrajes insospechados y a interpretar incisos y artículos con la maleabilidad de un acróbata, torcerle el pescuezo a la Constitución se ha convertido en un deporte nacional. ¿Será posible que haya un acuerdo en lo fundamental con los más prestantes constitucionalistas para señalar el mejor de los caminos y evitar la zozobra y la falta de norte? Este embrollo nos lleva a otro: al del ya tradicional 5-4 de la Corte Constitucional. Bien es sabido que cualquier vicio de forma, por pequeño que sea, en manos de esa corte de mayoría antigobiernista podría ser fatal para el referendo.

Pero de todos, el obstáculo más difícil de franquear es el que pone a prueba la fortaleza y la templanza del Gobierno para atravesar con vida este campo minado. Lo ideal sería que se hubiera presentado un referendo concertado en lo fundamental con los sectores independientes o al menos con los sectores que quieren el cambio de las costumbres políticas. De esa forma se hubiesen afilado más las cortapisas para impedir que los Pinedo Vidal puedan volver fácilmente al Congreso. (Lo más probable es que vuelva). Sin embargo, eso ya no se pudo y si bien el referendo no es la panacea, sí plantea un escenario sustancialmente más favorable para desparlamentarizar la política que el que había antes. No obstante, a estas alturas eso no es suficiente. El Gobierno tiene que demostrar que esá dispuesto a hacerle frente a la corrupción en su propia casa y en su propio jardín. De lo contrario va a ser muy difícil que el país llegue sano y salvo a donde debería llegar… eso, claro está, si logramos atajar a la cabra antes de que acabe con la cristalería.

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