Opinión Internacional

El choque de las estupideces

Desde hace un par de semanas, la ira se ha apoderado del mundo musulmán. Miles de mahometanos protestan, enfurecidos, contra la publicación en un diario danés de unas caricaturas de dudoso gusto, que asimilan al Profeta del Islam como valedor de los grupúsculos terroristas. “Herejía”, “sacrilegio”, “blasfemia”, son las calificaciones que acompañan las marchas de los musulmanes que corean “muerte a Dinamarca”, “muerte a Francia”, “muerte a…”. Esta vez, la oleada de protestas se desencadenó sin necesidad alguna de que los secuaces de Osama Bin Laden tuvieran que movilizar a la calle árabe. Esta vez, bastó con la desafortunada publicación de unas caricaturas.

Es probable que hace 10 ó 12 años, este episodio no hubiese provocado el desbordamiento que presenciamos; que el incidente se hubiese limitado a una queja formal por parte de la comunidad musulmana residente en Dinamarca, a una crisis sin mayor trascendencia. Pero qué duda cabe que después del 11-S los ánimos están al rojo vivo. Los fundamentalistas cristianos defienden fervorosamente los sacrosantos “valores democráticos” de Occidente; los radicales islámicos, su propio concepto de la religión, de una religión que vive su momento de auge después de la Declaración de “guerra santa” de Bin Laden, de la respuesta igual de radical (aunque algo más matizada) de George W. Bush.

Para muchos analistas, la “guerra contra el infiel” y la “guerra contra el terrorismo” son las dos caras de la misma moneda. Mientras los integristas liderados por el multimillonario saudí pretenden acabar con la supremacía de los judíos y los cruzados, los neoconservadores que rodean al Presidente de los Estados Unidos confían en imponer la democracia made in USA a todas las naciones, culturas y civilizaciones del planeta. Pero conviene recordar que en los últimos lustros, el loable propósito se ha cobrado decenas, centenares de miles de víctima musulmanas. La democracia no brota encima de cadáveres.

Lo que empezó, pues, como un simple hecho anecdótico se ha convertido en una auténtica pesadilla. Una pesadilla para Occidente; una pesadilla para los gobernantes árabes, incapaces de contener la ira de las masas que exigen venganza, castigo al infiel que insultó al Profeta. Al inicio de la crisis hubo un cúmulo de equívocos, que llevó al primer choque de los radicalismos. Recordemos los hechos: un diario publica, en vísperas de unas elecciones centradas en la presencia de extranjeros en el minúsculo país escandinavo, unas caricaturas de mal gusto. La comunidad musulmana protesta. El Primer Ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, se niega a recibir a los embajadores árabes, que exigen explicaciones. Las altas instancias islámicas, alertadas por la mayor autoridad musulmana de Dinamarca, el imán Ahmed Abdel Rahman Abu Labán, proclaman el “día de la ira” contra el país nórdico. La calle árabe sigue; la crisis está servida. El choque de las intransigencias desemboca en el choque de las estupideces.

En este caso concreto, no procede hablar de la libertad de prensa, de los valores intrínsecos de la sociedad occidental. No hay que confundir la libertad de información con el libertinaje, la crítica con la mofa, el buen criterio con la chabacanería. No hay que adoptar posturas intransigentes, susceptibles de ensanchar la brecha entre “nosotros” y “ellos”, no hay que echar leña al fuego encendido por los talibanes de Al Qaeda, por los cruzados de Bush.

Hace treinta años, poco después del embargo petrolífero decretado por los países miembros de la OPEP contra Occidente, aliado incondicional de Israel en las guerras de 1967 y 1974, la televisión pública francesa se vio obligada a retirar una publicidad que se limitaba a una frase aparentemente inocente: En Francia no tenemos petróleo, pero tenemos ideas. Algo que no gusto a la comunidad musulmana. La cadena televisiva optó por prescindir del anuncio, presentando disculpas a los espectadores de confesión mahometana. Se habían respetado las normas elementales de la convivencia.

Fuente:
Centro de Colaboraciones Solidarias

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