Opinión Internacional

El dia que Mandela se salvó de un megafiasco

Mientras nos recuperamos de lo que pasará a la historia como un episodio bochornoso e imperdonable, quizás sea oportuno evocar las similaridades del reciente fiasco electoral con el traspiés sufrido por los comicios generales ganados por Nelson Mandela en Sudáfrica en abril de 1994, que pudo haber tenido consecuencias aún mas catastróficas que el desastre nacional previsto para el del domingo 28 de mayo.

Se trató entonces de una multitudinaria expresión de entusiasmo popular y de esperanza -que atrajo sobre aquella república africana las miradas del mundo y la presencia de tres mil observadores internacionales, enviados por sus respectivas cancillerías, como este cronista, o en representación de organizaciones no gubernamentales- destinada a clausurar el oprobioso capítulo del apartheid e incorporar definitivamente al Africa a una de sus naciones fundamentales, cuya ausencia imponía un lastre imposible de soportar para la integración continental.

Aquella kermesse que no por jubilosa estaba exenta de zancadillas –como el asesinato del carismático Chris Hanni, a quien se consideraba el delfín de Mandela; los disturbios que recién la semana anterior habían protagonizado seguidores del líder fascista Eugene TerreBlanche en un bantustán lindante con Pretoria y la ola de atentados que sacudió la víspera al aeropuerto de Johannesburgo y diversos lugares públicos de la capital- coronaba el proceso abierto por el Presidente Frederyk De Klerk en febrero de 1990 con la legalización de los partidos opositores y la liberación del paladín del Congreso Nacional Africano.

Le había seguido un extenuante proceso de negociaciones que amenazó colapsar muchas veces por el encono reinante entre las 26 organizaciones políticas, desde el Partido Nacional en el poder desde 1948 hasta los comunistas, que condujo a la redacción de un texto constitucional provisorio y, precisamente, la convocatoria de las primeras elecciones generales en casi cuatro siglos, cuya transparencia y legitimidad debíamos certificar los observadores extranjeros.

Hay que imaginar las dificultades técnicas que debieron superarse para aplicar en la totalidad del país un esquema electoral reservado hasta entonces al 5% de la minoría afrikaner y los llamados coloureds de origen hindú, instruir a la enorme masa de votantes negros (analfabetas en una apabullante mayoría); y, sobre todo, obtener la colaboración o neutralidad de la población blanca que controlaba el ejército, se sabía condenada por una consulta que, según todas las encuestas, favorecería al CNA, y temía, pese al mensaje conciliador de Nelson Mandela, un violento ajuste de cuentas a manos de los sectores mas radicales.

Factor adicional de incertidumbre en la recta final del proceso fue la obstinada actitud de Mangosuthu Buthelezi, jefe del Partido Inkhata, de marginarse de las elecciones en la importante provincia de Kwazulu-Natal, que depuso sólo en el último minuto, obligando a modificaciones de emergencia en los tarjetones que habían sido ya impresos y distribuidos.

Contra todos los augurios, los problemas no surgieron durante aquella magnífica jornada sino en los días sucesivos, cuando el mecanismo de contabilidad reveló fallas tremendas, derivadas paradojicamente del exceso de controles diseñados para dificultar el fraude y las urnas llegadas de todos los rincones del país comenzaron a cosechar telarañas en los galpones de la Comisión Electoral Independiente.

Se hizo evidente que serían necesarias semanas e incluso meses para totalizar los resultados mientras la tensión iba en aumento, que peligraba un cronograma demasiado optimista que había previsto casi de inmediato la instalación del Parlamento Nacional para proclamar al presidente electo, que la paz pendía de un hilo y que se imponía, por sobre cualquier consideración técnica, una solución política…

Que fue, en definitiva, ajustar los resultados al cuadro que las encuestas habían vaticinado como el mas probable y se consideraba el mas idóneo para un gobierno de unidad nacional que permitiera una transición indolora: una mayoría del 65% que aseguraba la presidencia de Nelson Mandela sin llegar a los dos tercios de los votos que le hubieran permitido al CNA redactar una Constitución a su medida; un 20% para el Partido Nacional, cifra mínima que le garantizaba al Presidente De Klerk conservar una de las dos vicepresidencias, y un 5% para el Inkhata, producto casi exclusivo de su implantación en Kwazulu-Natal, que garantizó la armonía tribal y al chief Buthelezi un lugar en el Gabinete, como Ministro del Interior.

Esta salomónica decisión, fruto del diálogo y la coincidencia de intereses, hizo posible que el 10 de mayo, hace exactamente seis años, se juramentara el primer presidente negro de la República Sudafricana ante los ojos incrédulos del mundo.

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