Opinión Internacional

El justificado pesimismo en Ecuador

Creo que en ninguno de los diez comicios presidenciales de este año en América Latina el panorama ha sido tan desolador como en Ecuador, donde el electorado tendrá que decidir el 26 de noviembre entre dos variantes de populismo, uno de izquierda y otro de derecha. Esto es una lástima. Considerando que el próximo presidente recibirá un país que, pese a gozar ahora de abundante liquidez gracias a los altos ingresos petroleros, tiene altísimos índices de pobreza y desempleo, una deuda externa de millones de dólares que se come un tercio del presupuesto anual, un sistema judicial en crisis y un electorado impaciente que ha contribuido a la caída de tres presidentes en la última década, uno esperaría una elección entre dos candidatos un poco más atractivos.

¿Quiénes son los representantes de estas dos variantes de populismo? El candidato que más ruido ha hecho en los medios ha sido, sin lugar a dudas, el joven y carismático Rafael Correa, candidato del movimiento Alianza País y ex ministro de economía del actual gobierno (por sólo 3 meses). Correa ha llamado la atención no tanto con sus ideas y propuestas, sino porque se ha proclamado amigo y admirador del presidente venezolano Hugo Chávez, y porque, al igual que éste, se proclama izquierdista y tiene un discurso ferozmente antiestadounidense: está en contra de un tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, quiere expulsar a los norteamericanos de la base militar en Manta, ha amenazado con reñirse con el Banco Mundial no pagando la deuda externa y apoya a regañadientes la dolarización (probablemente porque el 70 por ciento de los ecuatorianos la apoya). También como Chávez ha prometido una Asamblea Constituyente para “refundar la nación,” lo que en términos pedestres significa una reforma radical de las cortes, los partidos políticos, el sistema electoral y la burocracia gubernamental, entre otras cosas.

¿Son justas las comparaciones de Rafael Correa con Chávez? ¿Será la Asamblea Constituyente en Ecuador un punto de partida para la acumulación de poder y la erosión de las instituciones democráticas? Responder estas preguntas es especular, pero sospecho que las comparaciones son exageradas. Dejando a un lado las marcadas diferencias entre Ecuador y Venezuela, Correa no tiene un pasado militar y golpista, sino académico: tiene un PhD en economía en una reconocida universidad de Estados Unidos. Sí, su propuesta de la Constituyente podría ser un intento de concentrar poder, pero también un simple reconocimiento de las dificultades de gobernar con un congreso opositor (Correa no tiene un solo diputado en el nuevo congreso). Hasta su amistad con el presidente venezolano y los excesos de su postura antiestadounidense podrían obedecer, en parte, a una estrategia electoral, pues en Ecuador el antiamericanismo es rampante y tanto Chávez como Castro registran en ese país sus más altos índices de popularidad (según el Iberobarómetro 2006, un 80 por ciento de los ecuatorianos simpatizan con Chávez). En una entrevista el profesor Werner Baer, miembro del comité que evaluó la disertación de Correa en la Universidad de Illinois, me dijo que Correa podría perfectamente estar siguiendo el libreto no de Chávez sino de Lula. Es decir: campaña radical, gobierno moderado.

Si Correa representa la opción de izquierda radical de estos comicios, Álvaro Noboa, el multimillonario empresario candidato del Partido Renovador Institucional (PRIAN), representa el otro extremo. Algunos dicen que hoy día en América Latina nadie puede darse el lujo de lanzarse a presidente con una plataforma favorable hacia los Estados Unidos, los tratados de libre comercio y las reformas liberales. Si ese es el caso, Ecuador rompió la regla. Pues Álvaro Noboa, además de prometer un gobierno de corte liberal que reducirá impuestos, buscará activamente buenas relaciones y un TLC con Estados Unidos, y no tendrá relaciones con Venezuela y Cuba, afirma sin el menor empacho que seguirá el modelo neoliberal de Ronald Reagan –la némesis de la izquierda latinoamericana durante los ochenta. Que Noboa esté arriba en los sondeos en Ecuador –el país más castrista de la región– es una prueba más de una verdad poco reconocida: el peso a menudo insignificante que tiene el rubro derecha/izquierda a la hora de elegir.

Para muchos en la comunidad internacional –incluyendo Washington– Noboa es la opción sensata frente al amigo radical de Chávez o la única manera de evitar una peligrosa incorporación de Ecuador al grupo izquierdista antiestadounidense de Cuba, Venezuela, Bolivia y ahora, quizá, Nicaragua. Esta alarmista consideración geopolítica pareciera cegarlos a los defectos del magnate bananero candidato del PRIAN. Porque Noboa, lejos de ser un dechado de virtudes, es, como Correa, un populista que, fiel a las prácticas de muchos de sus antecesores latinoamericanos, anda haciendo promesas incumplibles, regalando para ganar votos sillas de rueda, bolsas de arroz, computadoras, medicinas y dinero en efectivo, y explotando símbolos religiosos con propósitos proselitistas –práctica que ha sido condenada en Ecuador por la Iglesia Católica, así como Human Rights Watch y muchas otras organizaciones de derechos humanos han condenado el trabajo infantil en las plantaciones de banana que suplen a la exportadora de Noboa.

Con su inmenso poderío económico, el candidato del PRIAN representa además una amenaza a la Silvio Berlusconi, en el sentido de que podría ser difícil separar sus intereses económicos de sus acciones políticas. Sus opositores acusan al PRIAN de ser el brazo político de su corporación, indicando que las oficinas del partido se confunden con las de sus negocios y que dirigentes del PRIAN son o han sido empleados de Noboa en sus más de cien empresas. También recuerdan que en los últimos años el PRIAN ha dirigido bloques de diputados que han favorecido en el congreso los intereses comerciales del magnate bananero.

Hay un ejemplo revelador de esta fusión del poder político y económico. En 2002 Noboa, que fue candidato presidencial en las elecciones de ese año, fue multado por una flagrante violación de la Ley de Control del Gasto Electoral (gastó 98 por ciento por encima del límite). En 2004 Noboa ofreció cancelar su multa con Certificados de Depósitos Reprogramados, lo cual provocó una controversia porque una vez negociados estos certificados pueden perder entre 30 y 50 por ciento de su valor nominal. Increíblemente el Tribunal Supremo Electoral aceptó la oferta de Noboa. ¿La razón? En esa época el tribunal estuvo encabezado por Nicanor Moscoso, ex tesorero de la campaña de Noboa, y luego por Wilson Sánchez, amigo personal de Noboa y cofundador del PRIAN. Este tipo de incidente es lo que lleva a analistas como César Montufar a decir que el riesgo de involución autoritaria en Ecuador no viene de Correa, que llegaría a la presidencia sin apoyo en el congreso y en las fuerzas armadas, y probablemente no podría, así quisiera, empujar su proyecto Constituyente. El verdadero riesgo viene de Noboa, que pese a que pareciera no tener ínfulas de dictador sí tiene el poder para erosionar aún más las débiles instituciones democráticas ecuatorianas.

Este, pues, es el desolador panorama electoral que enfrenta el pueblo de Ecuador: la elección entre un populista de derecha que se proclama “enviado de Dios” y cuyas empresas han sido demandadas por emplear niños, bloquear la formación de sindicatos y no pagar impuestos, y un populista de izquierda admirador de la chapuza autoritaria de Hugo Chávez y con ideas disparatadas que, de ser implementadas, provocarían un desbarajuste económico.

¿Se debe dar el chance a Correa que, después de todo, es más articulado y estudiado que Noboa y podría ser menos radical en el Palacio de Carondelet que en su campaña electoral? Es difícil responder esta pregunta. Correa no se equivoca cuando critica la corrupción y el clientelismo de los pasados gobernantes o crítica a estas elites por no resolver los problemas de la pobreza y el desempleo que han contribuido a la migración de 2 millones de ecuatorianos. Pero eso no lo va a solucionar riñéndose con el Banco Mundial y las petroleras extranjeras, ni tampoco oponiéndose a un TLC con Estados Unidos (lo que le costaría a los exportadores ecuatorianos unos 300 millones de dólares). Esta propuestas, y también la de la Asamblea Constituyente, parecen diseñadas para aislar a Ecuador del mundo y espantar esa inversión sin la cual el país no va a alcanzar el crecimiento económico alto y sostenido que necesita para generar empleo y reducir la pobreza.

Correa, por lo demás, encarna un viejo y peligroso mito que continúa –y continuará– seduciendo amplios sectores del electorado en los países subdesarrollados: aquel de los cambios sistémicos o reformas profundas que en pocos años, sino meses, limpiarán y modernizarán las instituciones, desplazarán a la pequeña elite que controla la política y la economía, y devolverá al pueblo la riqueza que les pertenece a ellos y no a las empresas extranjeras. Este mito es peligroso porque crea falsas ilusiones en poblaciones vulnerables que luego vengarán su desilusión protestando en las calles y también porque pareciera ignorar que el desarrollo no ocurrirá como resultado de medidas radicales o revoluciones sino con años de políticas inteligentes, reformas progresivas, esfuerzos continuos en muchos frentes que no sean prematuramente cercenados por otro candidato mesías, otras elecciones, otra Asamblea Constituyente que vuelva todo a fojas cero.

Por eso, esta difícil y poco atractiva labor de decidir cuál es el mal menor entre estos dos populistas se la dejo al pueblo ecuatoriano, no sin algo de razón –lo revelan también las encuestas Iberobarómetro– el pueblo más pesimista con respecto al futuro en América Latina.

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