Opinión Internacional

El niño balsero: quejas y silencios

A pesar de la lamentable arrogancia y otras máculas más o menos divulgadas de nuestra comunidad, tampoco se puede negar la tremenda fascinación que a través de tantos años ha ejercido por todo el mundo la isla de Cuba y su gente creativa, emprendedora y próspera.

Desde el descubrimiento del mosquito de la fiebre amarilla por Carlos J. Finlay y los encendidos discursos de José Martí en Nueva York, Filadelfia y Tampa, hasta la crisis de los misiles de 1961 y los éxitos hollywoodenses de Desi Arnaz y Andy García, los cubiches siempre se las han arreglado para mantener a la gente en vilo, en espera del último mambo de Pérez Prado, El Derecho de Nacer, las innovaciones de Goar Mestre en la televisión, el ballet de Alicia Alonso, las novelas de Zoé Valdés y Cabrera Infante, las trompadas de Teófilo Stevenson o los éxodos masivos de gente que se lanza al mar por montones, huyendo de los «logros del socialismo».

La explicación más acertada a este marcado interés por lo cubano quizá pueda encontrarse entre las páginas de Cuba, La Isla Fascinante, obra magistral del insigne pensador dominicano Dr. Juan Bosch.

Escrito entre 1951 y 1952 e inexplicablemente copublicado recientemente entre los ministerios de Relaciones Exteriores de Cuba y la República Dominicana, el libro hace bien claro que la isla que fascinó al doctor Bosch fue, con sus virtudes y defectos, aquella en que vivió fascinadamente feliz «a.C.» (antes de Castro). Allí se casó con una cubana, y tuvo un hijo que nació en Santiago de Cuba, quizá la región de la mayor de las Antillas que más le recordaba su patria.

«Ser cubano es un premio», escribió el dominicano; pero el revelador libro de Bosch no pudo ser editado antes en la tierra que lo embrujó, pues aquel estúpido y contraproducente golpe de Estado perpetrado por Fulgencio Batista a pocos meses de elecciones obligó al escritor a exiliarse en Chile.

Turistas de revoluciones ajenas

Pero como «aquellos polvos trajeron estos lodos», después de los polvitos amarillos del hombre fuerte de Banes vinieron los fangos rojos del barbudo de Birán. El resto es ya historia antigua, y digo antigua, pues los cubanos, exagerados como siempre, tenemos en el poder al dictador más antiguo del planeta.

Ahora el último grito de la moda cubana es Elián González, el niño balsero cuya madre murió ahogada en las aguas del estrecho de La Florida y su padre reclama ahora su inmediata devolución a Cuba… (si mi papá me hace una cosa así, ílo mato!).

Eliancito lo llama tiernamente el «presidente» Castro, siendo éste el primero en unirse a la protesta del padre, secundados por una millonaria y vociferante turba uniformada con T-shirts con la foto del balserito. Todo esto en un país donde se supone que debido al bloqueo imperialista, culpable de todos los males del pueblo cubano, la gente no tiene ropa que ponerse. De paso han volcando cantidades navegables de tinta en la confección de centenares de carteles, en un sitio donde desde tiempos inmemoriales ya ni los pulpos tienen tinta; ¿y papel?, ni para las necesidades más íntimas.

De este lado del charco, entre los preocupados por los derechos paternos y la salud mental del nene se encuentran: deportistas, cantantes de calipso, terroristas internacionales, cronistas faranduleros, políticos neoyorquinos, intelectuales latinoamericanos, salseros, bailaores flamencos, militarotes, pastores por la paz, homosexuales de izquierda y curas marxistas (íqué disparate!). Además de un número indeterminado de personajes que forman la variada fauna del club internacional de fascinados a control remoto por la anacrónica figura verde y dinosáurica del «Comediante en Jefe».

Pero como todos sabemos, desde hace más de 40 años de la isla que fascinó a unos cuantos más que a Bosch se sale o se entra cómo y cuándo cada cual puede, que no es precisamente cuándo o cómo se desea.

Tal es el caso de Celia Cruz, que cierta vez pidió un permiso para visitar a su madre en su lecho de muerte y le fue negado; seguramente por motivos de seguridad nacional, ¿no? Yo por mi parte tuve mejor suerte, pues después de desembolsar unos cuantos miles de rublos… digo dólares por debajo del tapete a las autoridades de «Intercónsul», sólo tuve que esperar un poco más de ocho años para que por fin dichas autoridades permitieran la salida de mi hijo Franco y su madre a reunirse conmigo.

Aunque mucho me gustaría poder usar otra palabra más enfática, cabría preguntarse dónde demonios estaban estos turistas de revoluciones ajenas, ahora tan preocupados por Eliancito y su pay cuando todos estos abusos sucedían. Y cómo es que ni uno solo de ellos escribió ni una sola letra de protesta ni levantó su voz en defensa de Celia Cruz y su madre agonizante, ni reclamó mis derechos paternos, o se preocupó por la salud mental de mi hijo y su madre, casi una década secuestrados en mi país; o mejor dicho, en lo que queda de nuestra empobrecida Cuba, La Isla Fascinante.

Tomado de (%=Link(«http://www.clarin.com.ar/»,»El Clarín Digital»)%) de Argentina

*Músico cubano radicado en Nueva York

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