Opinión Internacional

El nuevo mayo francés

A cinco días del referéndum que decidirá si Francia ratifica o no el Tratado que establece una Constitución para Europa (TCE), el campo del NO parece que se llevará el palmarés del electorado galo. Para algunos observadores, los franceses se encuentran al borde del precipicio político.

Nunca he visto en este país un debate tan acalorado como el que se ha librado en estas últimas semanas en relación al TCE. Y es un debate único en Europa. Sin temor a exagerar, todos los miedos que se han anidado en el corazón de los europeos durante los años de la construcción de Europa han salido a relucir. Dicen que en las dificultades es donde se sabe de qué madera están hechos los hombres y he aquí que se comprueba una vez más la sabiduría de ese proverbio.

Los extremos se tocan

Si colocásemos en una curva de Gauss a todas las tendencias políticas francesas, tanto por el SI como por el NO, comprobamos un hecho interesante (y preocupante): los partidarios del NO son los extremistas (tanto de izquierda como de derecha), mientras que los partidarios del SI son la derecha y la izquierda moderadas, así como los centristas. Es por ello que muchos ven en una victoria del NO una reedición del ignominioso 21 de abril de 2002 cuando Jean-Marie LE PEN, lider del ultraderechista Frente Nacional (FN) e arrebató el puesto en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales al socialista Lionel Jospin.

Los extremistas han tenido buen cuido de azuzar todos los temores que la construcción de Europa han producido en los franceses durante años. Dejando de lado las arengas nacionalistas, anti-inmigración de Le Pen, lo cierto es que muchos franceses (especialmente al principio del debate) pensaban que la aceptación del TCE implicaba una aceptación de la entrada de Turquía en Europa, a la cual se opone la mayoría de los franceses y que, paradójicamente, ha sido estimulada por el propio presidente Jacques Chirac. Del lado de la derecha conservadora y nacionalista está también Phillippe de Villiers y su Mouvement pour la France (MPF), llamados los “soberanistas”, quienes se oponen al inevitable proceso de delocalización de ciertas empresas francesas ante los costos mucho más bajos de operación fuera de las fronteras de Francia.

En la extrema izquierda, las dulces señoras que lideran el Partido Comunista Francés (Marie-George Buffet) y el sindicato Lucha Obrera (Arlette Laguilliere), junto con Olivier Besancenot (Liga Comunista Revolucionaria), José Bové, el conocido militante antiglobalización campesino, enviado a prisión por haber atacado un restaurant McDonald’s, y, paradójicamente, uno de los artífices de la construcción europea, el ex Ministro socialista de Finanzas Laurent Fabius, quien se lleva consigo una mitad del ahora escindido Partido Socialista (PS), se aferran a un discurso anti liberal y anti mercado, no solamente desfasado con la realidad europea, sino con la realidad mundial. Asi, han llevado a muchos a pensar equivocadamente que el rechazo al TCE es un rechazo a Chirac y a su Primer ministro Raffarin, quienes tienen altos niveles de descontento en el electorado francés por las políticas sociales y económicas que han llevado adelante desde el 2002.

En el lado del SI están la mayoría (supuestamente) del PS (que podríamos llamar de izquierda moderada), los Verdes (el partido ecologista, ideológicamente socialista), el partido UDF (centroderecha) y el partido gobernante UMP (derecha). Como se ve, el grupo del SI es mucho más homogéneo y centrado en sus planteamientos que el grupo del NO (una amalgama coyuntural de opuestos, sin ningún objetivo político común, potencialmente explosivo).

La campaña refrendaria ha sido feroz. Los partidarios del NO, por ejemplo, colocan sus propios afiches sobre los del SI sin ningún pudor. Todos los días vemos en los diarios (Libération, Le Monde, Le Figaro, L’humanité, Le Parisien, entre otros) decenas de artículos de autores de ambos bandos esgrimiendo sus razones para el SI o para el NO. Réplicas y contrarréplicas se suceden, unas tras otras, en las revistas y en los programas de opinión de la radio y la televisión.

El aislamiento francés

¿Cómo explicarse una posible victoria del NO el domingo 29 en un país que ha sido una de las dos cabezas líderes de la construcción del edificio europeo?

La primera razón que se esgrime es la ilegibilidad del texto constitucional. En efecto, el TCE impreso ocupa casi una resma de papel, algo impráctico y poco cónsono Es pesado, difícil de leer por sus tecnicismos jurídicos, y enrevesado por las múltiples referencias a otros textos. Los partidarios del SI reconocen esta dificultad, pero hay algo importante a mencionar en este caso: la mayor parte del texto del TCE no es más que la recopilación de anteriores documentos. La porción realmente innovadora y nueva no ocupa más de un tercio del texto. Lo que se revela acá es una realidad dramática: los franceses (como la gran mayoría de los europeos) no han estado interesados en lo que ha sido el desarrollo de las instituciones europeas y han ignorado olímpicamente todo lo relacionado con ellas. Digerir cientos de páginas de un tratado al cual no se le prestaba ninguna atención antes es algo difícil para cualquiera. Es probable que los españoles (quienes la aprobaron) tampoco hayan tenido la voluntad de leer de qué se trataba el TCE. A mi modo de ver, aquí radica la debilidad mayor del tratado.

Pero lo que ha sido el dislocamiento mayor es, sin duda, la inesperada y sorprendente decisión de Laurent Fabius de pronunciarse contra el texto constitucional dentro del PS. Los socialistas hicieron un referéndum interno y la victoria fue del SI (liderados por François Hollande, su poco carismático secretario general). A mi entender, Fabius se ha jugado la carta de la nominación presidencial de su partido para el 2007 utilizando a Europa como su chivo expiatorio. Pero más allá de la táctica a mediano plazo, el golpe de Fabius manifiesta un movimiento doble de fondo, hasta ahora soterrado: el aislamiento francés en el seno de la Unión y la marginalización de los socialistas franceses dentro de la izquierda europea.

La marginalización socialista resulta de un rechazo a tomar acciones desde el fin de la sociedad industrial de los años 30 a la manera en que otros países europeos han sabido defender sus políticas sociales sin comprometer el bienestar y el crecimiento económico. De llevar el NO la victoria el domingo 29, el PS corre el riesgo de quedar a merced de la corriente soberanista que quiere hacer creer, desde mediados de los 80, que la Europa se construye en contra de las naciones-estado, mientras que en el contexto actual de la globalización se impone pensar que la ecuación del éxito frente a los Estados Unidos tiene tres términos: las naciones, Europa, la globalización misma.

A mi modo de ver, el problema que se juega tiene una dimensión hasta ahora desconocida: se está creando una entidad original y totalmente nueva en la Humanidad. Es la primera vez en la historia que vemos el proceso de creación de una institución con características de Estado pero que está integrada, no por cantones o departamentos, sino por auténticos Estados Nación, independientes y soberanos. En otras palabras: es un problema de escala. Detrás de muchas de las objeciones (competencias de funcionarios, métodos de elección, alcances de poder entre las instituciones) se ve claramente la dificultad de muchos ciudadanos a pasar de la dimensión “estado-nación” a la dimensión “unión de estados” donde no se pueden utilizar los mismos criterios.

El malentendido de la Europa “social”

Un reproche que se le lanza al texto constitucional es que no es lo bastante “social”. Esta crítica tiene un doble filo: por un lado, puede significar que el texto no contempla de manera clara los componentes de un tratado de carácter social para Europa, y por otro, que los políticos que llevan adelante la implantación del mercado único deberían tener en cuenta las cuestiones sociales implicadas. El problema de las delocalizaciones y de las restricciones al gasto público que impone el Pacto de Estabilidad Macroeconómica, el objetivo es el impacto social del mercado único.

En principio, la dimensión social de la Unión Europea está reconocida y afirmada, incluson constitucionalizada al integrar la carta de los derechos fundamentales en el preámbulo del TCE. La mención a la “democracia social de mercado”, traducción de la Sozialmarktwirtschaft alemana, en el TCE, tiene, sin duda, una connotación demasiado socialdemócrata para algunos socialistas franceses. El TCE propone una consolidación de los derechos sociales, yendo aún más lejos que la Constitución francesa.

El problema radica en que el discurso francés sobre la Europa social no corresponde con los caminos que otros socialistas europeos han seguido. Más que creer que una especie de “complot neoliberal” (los paranoicos de la historia no existen solamente en tierras latinoamericanas) ha hecho a los europeos sordos a la generosidad y el sentido común de los franceses, es que los otros países de la Unión muestran en la realidad mejores resultados en sus políticas sociales, con más liberalismo económico, que los franceses con su empecinado culto al Estado benefactor: Suecia es el mejor ejemplo. La Francia “social” es una tasa de desempleo de 10%, que golpea particularmente a los jóvenes, una incapacidad explosiva de integrar a los inmigrantes y un Estado obeso amenazado de impotencia que vive de una fiscalidad cada día más voraz.

La campaña refrendaria, sin embargo, no debe dejar creer que las partidarios del NO se baten por el modelo francés de defensa de las políticas sociales y contra un tratado neoliberal. En realidad, el debate muestra más bien el desfase de Francia, incapaz de reformar su modelo social tal como lo han hecho otros socios de la Unión, sin renunciar a sus políticas sociales. El rechazo de los socialistas franceses a inspirarse en la izquierda europea conduce hoy al malentendido que manifiesta el aislamiento francés en Europa.

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