Opinión Internacional

El poder y la modestia personal

«No nombro en cargos a nadie, no puedo, ni quiero, ni necesito, tener más poder, unipersonalmente no puedo tomar decisiones para designar al más modesto funcionario del Estado cubano.» Estas afirmaciones las hacía Fidel Castro Ruz al sacerdote católico brasilero Frei Betto en una larga entrevista publicada luego en el volumen Fidel y la Religión, en 1986.

Una de estas deportivas exhibiciones de modestia de carácter orwelliano: el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el papá del Estado cubano, absoluto mandamás, por derecho adquirido, de la isla durante 50 años, el campeón de las elecciones de tercer grado, sin partidos rivales y sin publicidad electoral, que puso de sucesor a su hermano, necesita forzar un retrato como modesto hombre de familia, sabio funcionario consciente de la importancia de delegar y de los límites de su poder. No pudo escoger su destino: lleva a cuestas la enorme responsabilidad de llevar las riendas de la revolución y adelanta su tarea con austero recato ciudadano.

En esa ocasión, como también en Encuentro con Fidel, concedida al reportero italiano Gianni Miná al año siguiente, Castro aborda con erudición la historia del absolutismo y le pasa revista con ánimo crítico a todas las tiranías y maldades que se han cometido por ahí: Luis XIV y la Francia prerrevolucionaria, las guerras napoleónicas, Fernando VII, el apartheid sudafricano, el Sha, Somoza, Trujillo, Odría y Videla. Este tipo de sujetos que se consideran la encarnación de la voluntad nacional, que no les gusta que se les critique y que les encanta mandar a los demás.

No hay que hilar demasiado para que nos vengan a la memoria las reflexiones de aquel Hugo Chávez que afirma que «no se pertenece»: que suspira por sus juegos de béisbol y sus veladas a la orilla del Arauca en lugar de estar en Miraflores, y al cual le gusta en ocasiones presentar sus opiniones, que como sabemos siempre llevan el membrete de una orden, como «humildes aportes» a un inexistente debate colectivo en su partido.

Esta estrepitosa falsa modestia, parecida a la de Stalin, tiene aplicaciones cotidianas. La condena el egoísmo y los excesos de la publicidad del capitalismo tiene una sola excepción: ellos mismos. Afiches, vallas, murales y graffitis con fotos de toda índole, una presencia en la televisión rayana en la locura, «pensamientos» colgados en pancartas y volantes que traen inscritas auténticas obviedades ¬ del tipo «aquel que consagra su vida a luchar por la justicia, siempre será buena persona»- convertidas en rango de ley, que se quieren hacer pasar por profundas y desprendidas. Un faraónico derroche de vanidad.

La monserga en contra de los dueños de medios que adelantan algunos periodistas que defienden al gobierno tiene el mismo objetivo. No se trata de que no existan dueños de medios, como nos quieren hacer creer: en el fondo el asunto es que todos los medios tengan el mismo dueño. En este caso no es otro que Hugo Chávez. Venezolana de Televisión hace mucho no es canal del Estado, ni siquiera del gobierno: es el canal personal del Presidente, en el cual éste hace lo que le da la gana. Espacio donde está proscrito cualquier tipo de debate, incluso si trata de un debate dentro de los límites chavistas, donde nadie puede decir nada que al presidente Chávez no le guste, y sólo tienen presencia los incondicionales y los adulantes.

Y claro, el marco ordinario de libertades públicas, el que está vigente en todos lados, en las cuales los presidentes tienen límites en su proceder, y mandato finito, y son obligados por la ley a cumplir con su deber, y no están forrando la cuidad con su rostro y sus reflexiones hueras; ese en el cual los derechos políticos valen para todos, porque todos pueden organizarse en torno a una causa para aspirar a formar parte del poder político, están destinados a formar parte del derecho burgués. Ese formato hipócrita y falso, donde las ideas hay que discutirlas con los demás y luego de estar en la presidencia es menester entregar el poder luego de un tiempo acordado. Excusas de los conciliábulos y las élites para perpetuar su dominio sobre la sociedad.

Así mismo lo dicen: «excusas de los conciliábulos y las élites para perpetuar su dominio sobre la sociedad». El problema podría ser nuestro: es que no terminamos de entender a los justicieros.

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