Opinión Internacional

El referendo

El presidente Pastrana se la jugó a fondo. Su sorpresiva propuesta de revocar el Congreso, reducir su tamaño, eliminar asambleas y demás reformas del poder legislativo que planteó el martes por la noche, disipó el temor de que el proyecto de referendo fuera a ser un paño de agua tibia. Se trata de una iniciativa audaz y acertada, que ha recibido un amplio apoyo ciudadano y de la misma clase política, que mal podría colocarse en contra de un clima de opinión que exige una drástica limpieza del Congreso.

La iniciativa, que interpreta un sentimiento popular y a la cual nadie se va a oponer a corto plazo, tiene el potencial de reconstruir un consenso nacional. El Congreso ha demostrado su absoluta incapacidad para autorreformarse y, en términos institucionales, el referendo propuesto debe entenderse como algo a su favor: se trata de conformar un Congreso con mayor credibilidad y con mecanismos de acción más transparentes y eficaces. La oposición y el Partido Liberal deben entender la nueva realidad política generada por la propuesta de Pastrana y no entrar en una destructiva táctica obstaculizadora.

El interrogante del momento es si el Congreso puede «meterle la mano» al texto del referendo. Las tesis antagónicas sobre este punto nacen de la ambigüedad del concepto del Consejo de Estado sobre la materia. El presidente de la Corte Constitucional, Alejandro Martínez, en apresurada opinión que de hecho lo inhabilita, afirma que el Congreso puede modificar lo que quiera, mientras Hernando Herrera, ex presidente del mismo tribunal, experto en el tema de referendos, sostiene lo contrario. La discusión promete ser larga y desgastadora, aunque el Gobierno ha sido claro en que el texto de la iniciativa no será materia de transacciones. Se toma o se deja, ha dicho el Presidente. Y lo cierto es que no se entendería que el Congreso, que dispone de una facultad permanente para tramitar reformas constitucionales que no ha ejercido, decidiera ahora interferir en la puesta en marcha de un mecanismo de participación ciudadana, consagrado, justamente, para tramitar aquellas iniciativas que han naufragado allí mismo.

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Desde ahora se anticipan agrias reacciones en caracterizados sectores parlamentarios, incluso en aquellos que han formado parte de la coalición mayoritaria. El Presidente se encuentra ante un replanteamiento profundo de sus socios de gobierno. Ha cambiado las bancadas parlamentarias de la cuestionada Gran Alianza por la búsqueda de respaldo ciudadano, lo que, además, puede significar el retorno al cuadro de respaldos de sectores independientes que habían tomado distancia del Gobierno.

Pero ya están sobre el tapete las declaraciones de senadores liberales y de la propia Íngrid Betancourt, quienes afirman que la responsabilidad del reciente escándalo también les cabe a los ministros que autorizaron las partidas que fueron objeto de la última feria de contratos. Y esto era predecible. Las fuerzas opositoras y grupos parlamentarios en trance de ser revocados no pasarán agachados pasivamente, esperando a que el pueblo soberano tome la decisión de revocarlos.

Aunque herido gravemente, el Congreso conserva la plenitud de sus atribuciones hasta que el pueblo no disponga otra cosa. Lo cual puede complicar el trámite de cruciales iniciativas legislativas. Por ejemplo, las relacionadas con la reactivación económica. Es difícil, en fin, predecir el comportamiento de una corporación activa desde la sala de cuidados intensivos.

Más adelante tendremos oportunidad de comentar tantos aspectos que plantea el referendo. Entre otros, el trastocamiento de la agenda legislativa, el nuevo calendario electoral, los procesos de negociación en curso (con la guerrilla, el Fondo Monetario, etc.) y las implicaciones de que el Gobierno ya no podrá acudir al instrumento del referendo en los próximos dos años.

No sobra, finalmente, un llamado a la cordura. El referendo no puede convertirse en una feria que termine poniendo todo en tela de juicio. Tampoco se pueden exagerar las promesas y expectativas. Porque después vienen las terribles desilusiones, como ya se vio con la última revocatoria del Congreso. Se ha generado una gran oportunidad de cambio. Pero si no se obra con cabeza fría, si el patriotismo no se impone sobre el populismo, también los riesgos serán enormes.

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