Opinión Internacional

El regreso del “terror nuclear”

Las preocupantes noticias provenientes de Washington y Bagdad, después del discurso de Bush en el Congreso y el de Powell en la (%=Link(«http://www.un.org/»,»ONU»)%)
, —que indican la inminencia de una guerra en el Mediano Oriente— junto con las tensiones entre Corea del Norte y EE.UU. por el programa nuclear del país asiático, además del esperado recrudecimiento de la conflictividad entre israelíes y palestinos a raíz del triunfo de la derecha en Israel, traen a colación el tema de un holocausto nuclear y el uso de bombas de destrucción masiva para fines bélicos o terroristas.

Durante la llamada “guerra fría”, el mundo estuvo viviendo una incómoda etapa histórica en la cual podía ocurrir en cualquier momento una catastrófica confrontación entre las dos mayores potencias mundiales, que conformaban dos bloques antagónicos dispuestos a la aniquilación mutua a través de poderosas bombas nucleares y certeros mísiles de alcance intercontinental. El progreso de la tecnología militar, espacial e informática ha hecho que las guerras modernas sean ganadas actualmente por aquellas naciones que poseen una mayor capacidad tecnológica en esas ramas del saber, y no solamente las que tengan mayores pertrechos convencionales o un gran número de efectivos militares.

De acuerdo con las realidades de inicios del siglo XXI, existe actualmente unas sola superpotencia militar, en vista de la desintegración territorial y la debacle económica que sufrió la otrora poderosa Unión Soviética, hoy reducida al antiguo territorio ruso y convertida en un país del tercer mundo por sus graves problemas sociales y económicos. Sin embargo, Rusia aún posee un temible arsenal nuclear –el segundo en importancia– y un considerable aparato militar, si bien en ambos casos bastante disminuidos por la escasez de fondos para el mantenimiento de su operatividad. Las miembros secundarios del club nuclear –Reino Unido, Francia y China– así como los más recientes como Israel, India y Pakistán, tienen un potencial mucho menor que la superpotencia norteamericana, pero aún así pueden iniciar guerras muy destructivas en caso de que decidan usar sus ojivas atómicas.

Potencias y tratados

Lo más preocupante es que, a más una década del supuesto final de la guerra fría, todavía existen –entre las ocho potencias mencionadas– un total de 31.000 cabezas con bombas nucleares, con un poder de destrucción de unos 5.000 megatones, o sea 5 millardos de veces el de una tonelada de TNT o unas 200 mil veces la potencia de la bomba que destruyó a Hiroshima en 1945. Ciertamente, no todas estas armas están preparadas para el uso inmediato, siendo sólo unas 13.000 las que están listas y otras 4.600 que pueden lanzarse por avión o mísiles en poco tiempo, -estando las demás desarmadas- y quizás muchas no podrían ser nunca activadas por su deterioro u obsolescencia, especialmente en Rusia y EE.UU. De todos modos las cifras son aterradoras, pues persiste el terrible anacronismo de un arsenal activo a pesar de tantos tratados entre las potencias, que se iniciaron en los años 70, en la era de Nixon y Brezhnev —con el (%=Link(«http://www.state.gov/www/global/arms/treaties/salt1.html»,»SALT»)%)
para la limitación de mísiles nucleares— y que siguió con tratados tipo START en la era de Reagan y Gorbachev, terminando con los recientes acuerdos de reducción de arsenales entre Bush y Putin, todavía en proceso de implementación, sin contar el tratado ABM para limitar los sistemas antimisiles, desechado unilateralmente por Bush al desarrollar un escudo antimisilístico

Además de esos acuerdos bilaterales, existe desde 1963 un tratado promovido por la ONU para limitar las pruebas nucleares (NBT), prohibiéndose primero las atmosféricas y luego las subterráneas. Otro tratado, el NNPT –que evitaría la proliferación del poderío nuclear– fue firmado inicialmente por 63 naciones, siendo ratificado en 1995 por 174 países. En el mismo, se prevé la cooperación de las actuales potencias nucleares en el uso pacífico de la energía atómica y en materia energética, con tal que la nación receptora no inicie programas nucleares para uso bélico. Sin embargo Francia y China no lo ratificaron, mientras Israel y Pakistán nunca lo firmaron, permitiendo así el surgimiento de nuevas potencias nucleares en el conflictivo continente asiático. Así, tanto India como Pakistán –vecinos y rivales, con disputas territoriales y que habían iniciado sendos programas nucleares en 1974–, culminaron los mismos con exitosas pruebas atómicas en 1998, que puso a su disposición unas decenas de cabezas de nivel de kilotones (tipo Hiroshima), junto con mísiles operativos de alcance entre 600 y 1500 kilómetros. Estas naciones todavía no tienen bombas termonucleares –o sea, de hidrógeno— pero aún así se han convertido en potencias de cuidado por la capacidad destructiva de sus bombas atómicas, que podrían arrasar una ciudad mediana o hacerla inhabitable.

Áreas conflictivas

Al mismo tiempo, se sabe que Israel venía implementando desde los años 60 un programa secreto para llegar a tener unas 200 cabezas atómicas y varios tipos de cohetes, con el fin de defenderse de una potencial amenaza proveniente de países islámicos adversos. Este temor se materializó hace un par de décadas, cuando se supo que Iraq había inaugurado un reactor nuclear –capaz de enriquecer uranio para bombas- instalación que fue destruida prontamente por cazas israelíes en 1981. Pero se sospecha que Iraq pueda haber continuado secretamente con ese programa, especialmente después de la debacle soviética –cuando se vendió ilegalmente algunos pertrechos atómicos al mejor postor, y todavía hoy día recibe “asistencia tecnológica” de fuentes rusas en el área nuclear, supuestamente para fines pacíficos. Igualmente, otros países musulmanes como Irán, Libia y Siria pudieron haberse beneficiado de esa asistencia o de la confusión post-Urss, adquiriendo bombas compactas o armas biológicas y químicas, todo con la intención de incrementar su poderío regional o usarlas contra Israel, potencia a la que responsabilizan del retardo en la formación del estado palestino a partir de los territorios ocupados en la guerra de 1967.

Encima de la conflictividad causada por el antagonismo geopolítico y étnico-religioso en el Mediano Oriente (ya han sucedido siete guerras en la región), y los constantes enfrentamientos entre India y Pakistán (naciones ya enfrentadas en tres guerras y frecuentes escaramuzas), aparece un nuevo foco de tensión con un nuevo ingreso al club nuclear, Corea del Norte, una nación agresiva que padece hambrunas frecuentes pero que gasta casi la tercera parte de su presupuesto en rubros militares. Washington había tratado de aplicar a este caso el Tratado de No-proliferación Nuclear ya mencionado, ofreciendo ayuda tecnológica y petróleo para que ese país no implementara su propio programa atómico, pero Pyongyang anunció de pronto que seguiría con el mismo para “fines defensivos”. El timing del anuncio fue bastante oportunista, a la luz de los planes de guerra contra Iraq, –que quizás impedirían a EE.UU. abrir un segundo frente– todo con el fin de obtener mayores concesiones económicas de Occidente y presionar para un “acuerdo de no agresión”, obviamente inaceptable para Washington a pesar del precedente de Cuba en 1962. Obviamente algunos países vecinos como Corea del Sur, Japón y Taiwán están alarmados, mientras China y Rusia tratan de mediar en el delicado chantaje nuclear. De llegar a convertirse Norcorea en una potencia nuclear, se alteraría el balance militar en el Extremo Oriente y el Pacífico y quizás obligaría a una enérgica respuesta de EE.UU., la cual podría desatar un guerra atómica en la región.

Así que el mundo se enfrenta, al iniciar el nuevo siglo, con una re-edición de la guerra fría, ahora salpicada con algunas guerras calientes debido a la ambición de líderes como Saddam Hussein, quien –además de mantener un régimen totalitario en su tierra, ha invadido a países vecinos (Irán y Kuwait) y amenazado frecuentemente con “liberar los territorios palestinos” y “empujar a los israelíes hacia el Mediterráneo”. La audaz iniciativa estadounidense para derrocarlo con una cuestionada campaña relámpago –bautizada abiertamente como “Cambio de régimen”—podría tener consecuencias nefastas en la geopolítica de la región y exacerbar el terrorismo mundial, pues soplan aires de reconciliación entre Irán e Iraq, e incluso se habla de una cooperación nuclear entre Pakistán e Irán, acordada en la reciente visita de Khatami a Islamabad.

Riesgos evidentes

El mundo recuerda también el beneplácito demostrado por las masas musulmanas en Asia y África cuando Pakistán demostró su poderío nuclear con pruebas irrefutables, mientras calificaban alegremente esas armas como “bombas islámicas” para inflar su orgullo étnico-religioso. El riesgo es que las lleguen a utilizar irreflexivamente en auxilio de cualquier nación musulmana, en cuyos sectores radicales se nota una fuerte aversión a la cultura occidental y en particular a los planes hegemónicos anglosajones en la región, reminiscentes de un turbulento y humillante pasado colonial. Pero el mayor peligro es que dichas armas puedan llegar a manos de grupos terroristas, o estén a la orden de nuevos regímenes extremistas –al estilo Talibán–, todo lo cual podría hacerle mucho daño a Occidente, empeorando la recesión mundial y convulsionando las relaciones internacionales.

Más allá de las ojivas nucleares, el material radioactivo usado en las bombas puede servir para combinarlo con explosivos convencionales y fabricar así las llamadas “bombas sucias”, que pueden hacer inhabitables vastas zonas urbanas. A principios de febrero, y ante la inminencia de un ataque de EE.UU. contra Iraq, se especula mucho en la prensa sobre la posibilidad de que ciertas organizaciones terroristas como Al Qaeda tengan listas una o más “bombas sucias” para usarla contra poblaciones o bases norteamericanas o de los aliados que participen en dicha guerra. Ante la contundencia de los bárbaros ataques terroristas en Nueva York y Washington, no hay límite para la creatividad de líderes inescrupulosos y fanáticos decididos, capaces de cumplir misiones suicidas o de sabotaje en cualquier parte del mundo a pesar de las precauciones de seguridad existentes. Evidentemente, las naciones avanzadas se han vuelto bastante vulnerables al terrorismo, en parte por su sistema democrático y sus sociedades abiertas.

Es difícil evaluar objetivamente el alcance y seriedad de la presente amenaza nuclear, cuando parece olvidarse los estragos sufridos por Japón con las dos bombas atómicas lanzadas sobre sus ciudades, o los perjuicios causados en diversas partes del mundo con las pruebas atómicas y los contados accidentes nucleares, particularmente el de la planta de Chernobyl en la Ucrania soviética, cuyas consecuencias todavía siguen padeciendo varias naciones del este europeo. También parece haberse olvidado el peligro que revistieron las crisis geopolíticas de Berlín y Cuba a principios de los años 60, que estuvieron a punto de iniciar otra guerra mundial, o del incidente del derribamiento del avión surcoreano por cazas soviéticos –a mediados de los 80– además de la veintena de incidentes donde se pudiera haber iniciado una devastadora guerra por una simple falla técnica o un error humano. Quizás los líderes mundiales deberían volver a ver películas reveladoras como Limite de Seguridad y La hora final, sobre una guerra accidental, o el reciente filme Trece días, sobre la crisis cubana de los mísiles, o –mejor todavía– el apocalíptico filme El día siguiente, que muestra una ciudad destruida por un ataque nuclear en el corazón de EE.UU.

Evitando un holocausto

Ciertamente, gracias a los medios y la libertad de información, existe ahora una mayor conciencia sobre los peligros de la destrucción nuclear y la contaminación radioactiva, sin que por ello se evite que muchas naciones tercermundistas traten de desarrollar armas nucleares para alardear de su poderío militar, casi siempre en aras de elevar artificialmente el orgullo nacional para fines políticos –aún a sabiendas que nunca podrán usarlas- distrayendo así la atención de sus propios fracasos gubernamentales.

Indudablemente, se trata de una distorsión del prodigioso poder del átomo, en usos nunca imaginados por los científicos que trabajaron en el proyecto Manhattan –empeñados a derrotar el totalitarismo alemán y japonés– o los teóricos como Einstein y Fermi cuando inauguraron la era atómica al iniciarse la guerra más horrenda y desastrosa de la historia. Pero fue una guerra cuya destrucción palidecería frente al de un eventual holocausto nuclear, que podría convertir la Tierra en un planeta inhóspito e incluso inhabitable.

La sola idea de una vasta guerra atómica es una prueba más de la irracionalidad potencial del ser humano cuando están envueltas las luchas por el poder y las ambiciones hegemónicas. No hay duda que las mayorías pacíficas y laboriosas del mundo esperan que los líderes mundiales tengan la prudencia y la visión necesaria para que estas armas –al igual que muchas otras de destrucción masiva– sean eventualmente proscritas a escala planetaria. Y también se espera que las superpotencias las eliminen de sus arsenales, para que haya un desarme realmente global y equitativo, iniciándose así una etapa donde la humanidad deje de vivir bajo el ominoso terror nuclear.

Hitos y cronología del poderío nuclear

1905 — Enunciado de la equivalencia entre masa y energía por Einstein.

1938 – Primera fisión del núcleo de Uranio por la Alemania nazi.

1939 – Carta de Einstein a Roosevelt para urgir desarrollo de bomba-A.

1942 – Experimento de Fermi de fisión controlada en Univ. de Chicago.

1943 – Inicio del Proyecto Manhattan para fabricar bombas atómicas.

1945 – Lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

1949 – La URSS anuncia sus armas atómicas; detona bombas-A en 1951.

1952 – Reino Unido prueba bomba-A, EE.UU. prueba bomba de Hidrógeno.

1953 – URSS anuncia prueba de su primera bomba de hidrógeno.

1957 – Reino Unido explota su primera bomba de hidrógeno.

1960 – Francia explota su primera bomba atómica, forma arsenal nuclear.

1964 – China prueba una bomba-A; en 1966 explota su primera bomba-H.

1967 – Israel ensambla dos bombas-A antes de la Guerra de Seis Días.

1974 – India explota su primera bomba-A pero aplaza arsenal atómico.

1998 – Pakistán e India realizan pruebas y acumular bombas atómicas. 2002 – Corea del Norte reinicia programa nuclear y fabrica bombas.

Feb. 2003 – Ante inminente ataque a Iraq se prevé terrorismo nuclear con “bombas sucias”, contra bases anglo-norteamericanas o ciudades de países que apoyan la invasión…

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