Opinión Internacional

El Salvador y el imperialismo bolivariano

Hugo Chávez pretende ser un «liberador continental». Sus dólares han invadido el Caribe, Suramérica y Centroamérica. Los programas de inversión externa venezolana en Latinoamérica podrían estar superando la inversión estadounidense. La política expansionista bolivariana se apresta a librar la batalla por El Salvador, luego de conquistar Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Honduras. El FMLN es fanáticamente chavista y su alineamiento con el coronel le aseguró el control del 30% del mercado de diesel del país. De esa forma el conflicto entre un partido extremista y la supuesta moderación de su candidato presidencial, lo resolverán los petrodólares.

No es la primera vez que conocemos de petróleo «solidario». La desaparecida Unión Soviética regaló petróleo y tractores en forma más eficiente que Venezuela, y fue un rotundo fracaso. Lo nuevo ahora es regalar «dólares» multiplicados por precios del petróleo inflados por la especulación. Chávez financia la antiglobalización con dólares de la globalización que, paradójicamente, provienen del «capitalismo de casino», el peor de los capitalismos. Para saber si los ejércitos de petrodólares son libertadores o destructores es necesario analizar el llamado «Socialismo del Siglo XXI» que exporta el coronel.

Para ayudar a los pobres es necesario que las instituciones se fortalezcan, que las economías funcionen, que la democracia se preserve, que los gobiernos sean eficientes y que las sociedades sean tolerantes. El modelo chavista des-institucionaliza los estados, destruye las economías, coloca agitadores en los gobiernos, expulsa la inteligencia de los países, divide a las sociedades y restablece el autoritarismo. Llega al poder con una cara moderada y el soporte de las clases medias. Pero una vez en el gobierno, moviliza, con asistencialismo, a los más pobres y construye con ellos una nueva mayoría electoral. Esta mayoría le permite cambiar las reglas del juego a su gusto, refundar al Estado y radicalizarse. En ese momento pasa a hablar de «revolución», institucionaliza la polarización, divide al país, fragmenta el sistema político, aparece el autoritarismo, los pobres son lanzados contra las clases medias y éstas, asustadas, pasan a la oposición, pero ya es tarde, el modelo está consolidado. Las consignas son contra los ricos, pero siendo éstos muy pocos, la verdadera batalla es entre pobres y clases medias.

Chávez anunció que no asistiría a la Cumbre Iberoamericana precisamente para proteger la cara moderada que necesita por ahora el FMLN, pero si ganan el coronel llegará al país cada vez que le dé la gana.

Gobiernos ineficientes y con economías quebradas pueden, con este modelo, sostenerse ganando referéndums y elecciones. La polarización es llevada hasta las últimas consecuencias y para preservar la mayoría pierde importancia la eficacia para gobernar y toma prioridad la capacidad para desatar el odio contra los opositores y volverlos culpables de los agravios del pasado y de las carencias del presente. Esto no es nuevo, la revolución cubana ha sobrevivido en las peores condiciones, gracias a su enemigo el «imperialismo yanqui» y en nuestro país ARENA ganó tres elecciones seguidas polarizando. Esta politiquería de la derecha nos tiene a punto de pasar de una polarización basada en el miedo, a otra peor basada en el odio.

Igualmente el modelo bolivariano se mantiene por rechazo al contrario y no por virtudes propias. El Estado es convertido en un aparato destinado a la movilización y agitación política institucional para gobernar desde las calles. En este escenario los petrodólares financian a potentes estructuras partidarias territoriales que pegadas al Estado hacen asistencialismo y organizan a pobres como nuevos electores.

En Venezuela, bajo el chavismo, el gobierno creció de 1.3 millones de empleados a 2.3 millones. En Nicaragua, los llamados consejos del poder ciudadano, armados de petrodólares están librando una batalla votante por votante. Para consolidar el «socialismo» una artillería de dólares compra a militares, jueces, diputados, magistrados y políticos. Así mantienen a la oposición dividida y a las instituciones controladas. Éstas últimas pasan a ser instrumentos para acosar y perseguir. Si un medio de comunicación, un personaje, un partido político o una empresa son problema, el «nuevo socialismo» cancela licencias, abre cargos judiciales, ilegaliza partidos y ONGs, expropia empresas, amenaza, chantajea y, en caso extremo, puede asesinar.

Los millones de petrodólares sin control no hacen solidaridad inocente, ni generan una inclusión ventajosa para los pobres. El asistencialismo los destruye como sujetos productivos. La institucionalización del odio entre los ciudadanos vía revanchas raciales, políticas o sociales termina haciendo más pobres a los países. En sociedades con democracias incipientes e incapacidad para inventar economías productivas, los petrodólares potencian la corrupción, desestabilizan la vida política, acaban con los empleos y destruyen las débiles estructuras productivas. Brasil atrajo 37,700 millones de dólares en inversión externa, Chile 15,300 millones y Venezuela sólo 600 millones, esta es la diferencia entre las izquierdas que construyen país y las que lo destruyen.

Una victoria del «chavismo salvadoreño» desestabilizaría toda la región. Centroamérica ha sufrido sangrientas guerras resultado de políticas imperialistas estadounidenses; es asolada constantemente por huracanes y terremotos; vive empobrecida por la insensibilidad de oligarquías retrógradas; sufre la violencia brutal de pandillas y crimen organizado, y alberga, en Guatemala, el conflicto étnico potencial más peligroso de Latinoamérica. La ofensiva desintegradora y divisionista del imperialismo bolivariano puede violentar y empobrecer más a Centroamérica. El modelo chavista no es un ningún socialismo, es una venganza organizada y las venganzas no resuelven problemas, los multiplican.

*Columnista de El Diario de Hoy.

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