Opinión Internacional

El siglo empezó en Manhattan

Así como se afirma que el siglo XX comenzó en Sarajevo y concluyó en Berlín, así también puede señalarse que la tragedia de Nueva York marca el inicio de esta centuria. «Pearl Harbor en el río Hudson», tituló la edición on-line de la revista The Economist en un esfuerzo eficaz por captar la analogía histórica. A pocos días del 11 de setiembre es ya casi unánime la percepción de que el «orden mundial» está cambiando. Para bien o mal, eso nadie lo sabe.

Ahora todo se encuentra globalizado al instante. Incluyendo el terrorismo a gran escala como una amenaza principal de la vida cívica en cualquier rincón del planeta. Que un millonario saudita convertido en renegado fundamentalista haya sido capaz de organizar un blitzkrieg terrorista que en apenas media mañana ha estremecido las bases de la bicentenaria sociedad norteamericana, es un hecho que tranforma de manera literalmente revolucionaria hasta las nociones básicas de convivencia general.

Mucho más que un problema de seguridad pública o de estrategia geo-política o de conflicto neo-militar, se trata de una etapa diferente en las relaciones internacionales. Una en la cual el poder está diseminado en un verdadero mercado global, donde las instituciones reconocidas pueden ser pulverizadas por la iniciativa individual de una cofradía fanática o de unos «hackers» anarcoides. La era del «hiper-terrorismo».

Parece increíble que el barbudo Osama bin Laden sea más desvastador para la llamada «pax americana» que el imperio soviético en su máximo esplendor. Alentado, por cierto, desde la CIA de Bill Casey en la confrontación ideológica de los ochenta –la jihad afgana contra la URSS tuvo su comando en Langley, Virgina–, el antiguo «freedom fighter» terminó por convertirse en el enemigo número uno de la Casa Blanca.

Desde Tokyo hasta Buenos Aires pasando por el fracturado Pentágono, la banda del «disidente» o la tenebrosa «al Qa’eida» ha envuelto al mundo en una colosal incertidumbre.

Condoleezza Rice, la asesora de Seguridad Nacional del presidente Bush, en un comentado ensayo sobre la política exterior de la futura administración republicana, publicado en Foreign Affairs (enero-febrero 2000), no le concedió demasiada importancia al tema del terrorismo como fuente primaria de inestabilidad y riesgo extremo. La preocupación existía y de un modo creciente, sobre todo por la fabricación de armas de destruccion masiva (wmd) en los llamados «regímenes granujas», léase Irak, Corea del Norte o Libia. Pero lo acontecimientos del 11-S son de una naturaleza distinta y acaso más perjudicial.

Bush está anunciando la «primera guerra del milenio», aunque se desconocen las coordenadas específicas del «enemigo». En medio de la confusión, dos cosas lucen ciertas: que no hay excusa legítima para el terrorismo –venga de Kabul, la ETA, o las FARC–, que la respuesta debe ser contundente y delimitada. El horror provocado en Washington y Nueva York no justifica una avalancha retaliativa en contra de pueblos y naciones.

El siglo comienza con una calamidad de porporciones épicas. Dios quiera que, a pesar de los pesares, sea para orientar la mejor conciencia antes que la peor venganza.

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