Opinión Internacional

El síndrome de Estocolmo

Santa Cruz, la que fuera una ciudad rebelde, que no se amilanó ante los
designios de la colonia a través de sus poderosas Audiencias, pese al costo
que tuvo que pagar. La ciudad andariega, que tuvo que migrar por gran parte
de su territorio buscando un asentamiento como destino, huyendo no de los
aborígenes como dice la historia oficial, sino de los poderes coloniales que
luego se transformaron en andinocentristas. Santa Cruz la hidalga, la digna,
la luchadora, la que no se dejó imponer un nombre y se dio modos para
conservar el de su fundación. Santa Cruz indígena y mestiza, con vocación
productora, hoy se encuentra en uno de los momentos más álgidos de su
historia. Esta circunstancia no es sin embargo tan sólo el resultado de los
acontecimientos actuales, sino que tiene que ver con muchos hechos en los
que el sometimiento se convirtió en uno de los aspectos de los que ha echado
mano el poder colonial primero y luego el colonialismo interno representado
por los gobiernos centralistas y andinos para ganarle la moral a los
cruceños.

Santa Cruz, después de sucesivos hechos históricos en los que su gente ha
sido violentada, masacrada y dominada, presenta ahora una actitud en la que
su carácter indómito parece haber comenzado a ceder, parece haber dado paso
a esloganes que pretenden fungir de parapeto para encubrir una especie de
parálisis, una forma de bloqueo en el que existen personas que encubren su
inmovilismo aduciendo a que prefieren vivir en paz, y que es ley del cruceño
la hospitalidad, cuando en realidad lo que se deja ver es una suerte de
cobardía, de temor, de fuerza que se vuelve contra sí misma y que no
reconoce que la paz no es un beneficio del que puedan gozar los cobardes. Lo
más grave es que en el momento actual, algunos actores sociales y políticos
desde el interior de nuestra misma región se están encargando de vulnerar
los reclamos de los ciudadanos tachándolos de radicales por pedir el
estricto cumplimiento de la ley, llegando incluso a endilgarles el rotulo de
terroristas que no valoran la paz, cuando en realidad sólo procuran dejar de
ser víctimas de quienes se están aprovechando de su poder para violentar sus
derechos y libertades. Estos nuevos aliados de quienes son sus captores,
están cerrando el círculo de la opresión, condenando al pueblo a la
anestesia a fuerza de atemorizarlo y bloquearlo para que no reclame sus
derechos. Este tipo de situación se conoce como Síndrome de Estocolmo, y nos
habla de un estado psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona
detenida, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En
este síndrome, se observa que los prisioneros suelen acabar ayudando a los
captores a alcanzar sus fines, a evadir la ley para permitirles que puedan
dar continuidad a sus planes de sometimiento. Esta actitud pasa a ser un
acto de cobardía puesto que el rehén o la víctima se juega antes que nada
por salir ileso del incidente, y por ello coopera tratando de complacer a
sus captores. Santa Cruz ahora aparece ante situaciones políticas en las que
se puede leer claramente el síndrome de Estocolmo, y este es un verdadero
desastre, pues nos convertirá en rehenes a todos, debido a que estos
cooperantes prefieren amilanar y endilgar culpas a las propias víctimas,
antes que desagradar al captor con el que han establecido una alianza, en
una relación emocional de sometimiento, al punto que acaba incluso
agradeciéndoles el hecho de pagar el precio de que lo aplasten, a cambio de
que les perdonen la vida.

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