Opinión Internacional

El terror nuclear, de nuevo en el ambiente

A más de un mes del inicio de la guerra en Afganistán, están aflorando en la opinión pública norteamericana ciertas dudas sobre la efectividad de una guerra convencional para lograr los objetivos anunciados, o sea derrocar el régimen del Talibán, capturar a los líderes del grupo terrorista Al Qaida y desarticular las células terroristas. De hecho, a pesar del ingreso de tropas terrestres dentro del territorio afgano, de la ofensiva de la Liga Opositora del Norte y de los crecientes bombardeos, sigue habiendo una fuerte resistencia para la toma de Mazar, Kandahar y Kabul, sembrando dudas sobre la capacidad de la superpotencia para derrotar prontamente a los aguerridos musulmanes e instalar un régimen moderado en el atribulado país. Encima del controvertido desempeño de la fuerza expedicionaria, se presencia el ingreso de miles de partidarios del Talibán desde el vecino Pakistán, mientras se avecina el temible invierno, que podría entorpecer el esfuerzo bélico de la coalición y aplazar cualquier desenlace hasta la primavera siguiente.

Del lado positivo, algunos aliados clave de la OTAN empezaron a enviar las tropas ofrecidas, actuando conforme a estatutos que califican los ataques suicidas como un acto de guerra contra su socio mayor. La confianza en Bush, sea en EEUU como entre sus aliados, sigue siendo bastante alta, a pesar de que en ambos lados del Atlántico se han manifestado dudas sobre la sensatez y justicia de la campaña militar, en vista de las numerosas bajas civiles y la catástrofe humanitaria que se avecina. Pero si bien tarde o temprano el Talibán tendrá que rendirse ante fuerzas superiores -o convertirse en fuerza guerrillera- y el grupo Al Qaida tendrá que mudar su cuartel general a otra parte o desbandarse totalmente, el destino del enigmático Bin Laden sigue siendo un misterio, aunque se rumora que ya puede haber muerto ante los certeros y penetrantes mísiles que han golpeado las cuevas afganas, o quizás -como suponen algunos- se había escurrido de Afganistán mucho antes, lo cual es probable dados sus considerables recursos financieros.

Sin embargo, aún sin conocerse las andanzas de Bin Laden, éste se las ha arreglado para lanzar sendos llamados televisivos a sus acólitos para que peleen a su lado y que arrecien los atentados terroristas contra “los maléficos enemigos del Islam”, con todos los medios posibles, incluso con armas de destrucción masiva. Así, en las últimas semanas han circulado versiones de que Bin Laden haya podido adquirir alguna bomba atómica compacta de las que andan “perdidas” desde la desintegración de la URSS, vendida supuestamente por codiciosos técnicos militares que han emigrado al exterior. La idea no es nada fantasiosa, en vista de que muchas bombas quedaron en manos de las repúblicas que se separaron de la URSS y que atraviesan grandes dificultades económicas desde entonces. Y tampoco se descarta que algún material fisionable haya sido sustraído subrepticiamente de laboratorios rusos o centrales eléctricas por personas inescrupulosas, con la intención de venderlas a naciones enemigas de Occidente o a grupos terroristas. En efecto, tanto en la literatura como en el cine de ficción política, se han elaborado sendas tramas que se basan en esa posibilidad.

Los expertos en cuestiones nucleares insisten en que no es nada fácil armar una bomba atómica, a pesar de que los conocimientos tecnológicos no son muy complejos y están suficientemente detallados en la literatura técnica, e incluso difundidos a través del Internet. Sin embargo el manejo de los materiales radioactivos requieren instalaciones y equipos apropiados, supuestamente fuera del alcance de grupos que tienen que esconderse constantemente, además de constituir un gran peligro durante su transporte. Pero en vista del escaso aprecio por la vida de los terroristas suicidas, no es impensable que éstos ignoren las usuales medidas de seguridad, ya que los efectos sobre la salud no son inmediatos sino a corto o mediano plazo. Incluso, aún si no lograran armar una verdadera bomba atómica, se especula que pudieran colocar bastante uranio o plutonio radioactivo dentro de una poderosa bomba convencional, que causaría mucho más daño que el de la explosión, afectando toda una ciudad por la dispersión de dicho material en un radio de algunos kilómetros. La amenaza ha sido considerada lo suficientemente creíble, que las plantas nucleares de todos los países de la OTAN están recibiendo desde ahora una constante protección militar por temor a posibles asaltos, atentados con explosivos o ataques aéreos que podrían causar nuevos desastres al estilo de Chernobyl.

Es obvio ahora que el proyectado “escudo defensivo” que ha tratado de vender Bush a sus aliados, y hasta a Rusia y China, sería inefectivo contra una amenaza de este tipo, pues una bomba nuclear compacta pudiera ser trasportada fácilmente por tierra o mar, o lanzada con cohetes de corto alcance del tipo Scud. Este peligro no puede subestimarse, ya que aunque sólo destruiría totalmente unas cuantas manzanas de una ciudad, el resto de la misma recibiría una funesta lluvia radioactiva. Pero más allá del daño material o las pérdidas humanas, el efecto psicológico sobre el país víctima de un hecho de esta naturaleza, sería mucho más dañino e inhibiría por años cualquier actividad económica hasta que se descontamine.

Obviamente, habiendo presenciado en vivo los espectaculares ataques suicidas sobre Nueva York y Washington, cabe esperar que todo es posible dentro de la mente de los grupos extremistas islámicos, que han demostrado tener toda la intención de causar el mayor perjuicio posible al mundo occidental, empezando por la economía norteamericana. Y ya lo han logrado parcialmente, pues la recesión se ha agudizado en EE.UU. desde del 11-S, especialmente a causa de la sorpresiva secuela de los casos de ántrax, reales e imaginados, que han aparecido en varias ciudades del país, e incluso en otras partes del mundo. La histeria y la incertidumbre son los peores enemigos de la confianza, y a pesar que ha habido pocas muertes por este concepto, la percepción de los inversionistas, comerciantes y público consumidor es de suma cautela. Si amainaran los casos de bioterrorismo, como parece estar sucediendo, y la campaña antiterrorista toma un giro satisfactorio, la economía tardaría un par de años en recuperarse totalmente.. Esto, contando en que el problema palestino, que está al fondo de toda la turbulencia geopolítica reciente, se dirija hacia un arreglo pacífico, algo todavía dudoso.

Volviendo al terror nuclear que se ha infiltrado desde hace poco en ambiente, los aliados de la OTAN se han sensibilizado por la nueva amenaza y finalmente Alemania, Francia e Italia se han puesto del lado de EE.UU. y el R.U., enviando tropas sustanciales al teatro de operaciones de Asia central. Quizás se necesitaba un susto de esa magnitud para que respondieran más enérgicamente, pues hasta ahora el apoyo había sido mayormente moral y simbólico. Nuevamente, se ha puesto en evidencia cierto egoísmo e hipocresía de los líderes europeos, que antes no querían arriesgarse a antagonizar a los países islámicos, pagando de paso un alto costo político interno por el clamor de los sectores pacifistas, pero ahora han tenido que tomar partido en la guerra por razones de “defensa nacional”, ante el temor de ser blanco de ataques terroristas.

Quizás todo ha sido una falsa alarma, inventada por Bin Laden y sus secuaces como parte de su guerra psicológica, pero sus amenazas han logrado sensibilizar a los países de Occidente y concretar un mayor apoyo mundial a la polémica “cruzada” antiterrorista liderada por EE.UU. Y quizás otras consecuencia positiva de esta emergencia, es que Bush y Putin anunciaron que se reunirán para acordar una sustancial reducción de armas estratégicas. Posiblemente luego iremos presenciando un gradual ocaso del armamento nuclear, después de que la misma potencia que lo desarrollara en un principio es ahora víctima de posibles atentados con las mismas armas que inventó. En esa ocasión, fue supuestamente para ganar la Segunda Guerra Mundial, aunque todos sabemos que ha sido para mantener una contundente ventaja militar sobre los soviéticos y erigirse como la única superpotencia mundial. A más de medio siglo del célebre “proyecto Manhattan”, sus propios realizadores aparecen ahora a la defensiva, o como los aprendices de brujo que nunca debieron haber liberado el inmenso poder destructivo del átomo, pues junto con algunas bondades de relativo valor, la energía atómica esconde riesgos mucho mayores. Peor todavía, ahora son muy difíciles de controlar en vista de la aparición de un terrorismo totalmente inconsciente y fanatizado, mucho más malicioso y sanguinario que el anarquista de otros tiempos, cuando era suficiente el sabotaje o eliminar a algún gobernante.

Ojalá que, en medio de los horrores de las sangrientas masacres urbanas de septiembre y la lluvia de bombas que ha caído sobre la desolada geografía afgana, en el mundo aflore al menos el convencimiento de que las armas de destrucción masiva son recursos bélicos obsoletos, insensatos y sumamente inhumanos, y se inicie una activa campaña global hacia su destrucción y prohibición total. Si esto sucediera, las numerosas víctimas inocentes de los ataques y los bombardeos no habrán muerto en vano, y –aunque se haya requerido mucha sangre para lograrlo- el futuro de la humanidad será mucho más auspicioso.

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