Opinión Internacional

Elecciones en Estados Unidos

Vienen cumpliéndose en Estados Unidos las elecciones primarias para elegir a los candidatos republicano y demócrata que, en noviembre de este año, se disputarán la elección presidencial para suceder al presidente Bill Clinton, en el período 2000-2004. La firme tradición democrática de ese país implica que, desde hace muchos años, el pueblo sea quien participe en la elección de los candidatos de cada partido (y por supuesto en la del Presidente), contrariamente a lo que sucede en sistemas aún dominados por una clase política excluyente, como el nuestro, donde por regla general los candidatos son “ungidos” por la alta burocracia de los partidos, sin injerencia directa del electorado.

El cambio de Presidente en los Estados Unidos genera una enorme expectativa en la comunidad internacional, por las obvias implicaciones asociadas con un cambio de liderazgo en el país más poderoso del planeta. En el plano económico, el mundo espera un gobernante comprometido con la sostenibilidad de un mercado libre de restricciones al comercio de bienes, servicios y capital; y que garantice la estabilidad macroeconómica y la continuidad de Estados Unidos como “jalonador” de la economía mundial, consideración todavía más vital tratándose de socios tan dependientes económicamente de aquél como Colombia.

En materia de política exterior, se espera que el nuevo líder tenga la fortaleza necesaria para mantener el liderazgo norteamericano en los foros multilaterales (ONU, OTAN), y para contrarrestar las amenazas modernas a la paz mundial (terrorismo, conflictos étnicos, narcotráfico); pero también que tenga la cautela para
evitar un desbordamiento innecesario del expansionismo norteamericano. Por ejemplo, la obstinada política de defensa del presidente Reagan acentuó en su momento la polarización de Occidente con el bloque soviético, quizás en forma excesiva frente a lo que aconsejaba el normal mantenimiento del equilibrio de poder mundial.

En la práctica, el elector norteamericano medio se detiene bien poco en estos factores, por sentirlos ajenos y hasta perturbadores del futuro de su nación, y en cambio, es mucho más susceptible a las cualidades personales de sus candidatos y a las actitudes que tomen frente a circunstancias concretas. Las diferencias programáticas cuentan, pero no tanto en el plano conceptual como en la posición que, en forma casi convencional, se atribuye a cada partido frente a los grandes temas de interés ciudadano: los republicanos son enemigos de un Estado grande y favorecen la reducción de impuestos, los demócratas prestan mayor atención al gasto social; los republicanos se muestran como voceros de la vida (life), los demócratas del aborto (choice); aquéllos favorecen la libertad en el porte de armas y la restricción a los homosexuales, éstos no.

En esta fase aún temprana en que la controversia es de carácter intra y no interpartidista, tales diferencias son todavía menos claras y cada precandidato apela a muy diversas tácticas electorales. La contienda entre los republicanos George Bush y John McCain es un buen ejemplo de ello. Bush se tiende a considerar más como un conservador de extrema, McCain uno moderado, lo cual fue explotado por el segundo en las elecciones de Michigan para desprestigiar a Bush como vocero de la intolerancia religiosa, con muy buenos resultados que le dieron un triunfo sorpresivo en ese estado. Pero en la etapa previa al “supermartes” que tuvo lugar ayer (así llamado por reunir la votación de 17 estados, entre ellos tres de los más influyentes: California, Nueva York y Ohio), la revista Time informa que, por lo menos en California, McCain volteó su estrategia para presentarse como el conservador
reaganiano, y Bush hizo lo propio tratando de aparecer como el republicano progresista, tratando de cautivar así el poderoso electorado latino de ese estado, y entre el cual ya es famoso por su gestión como gobernador de Texas. ¡Cualquier parecido con nuestra tríada conservatismo-colabo es pura coincidencia!

Al cierre de esta edición, los resultados en Georgia y en Ohio daban el triunfo al precandidato Bush, con lo cual aumentaría sustancialmente su ventaja sobre McCain, quien sólo ganó en el pequeño estado de Vermont. De sostenerse esta situación para los dos estados electoralmente más fuertes –California y Nueva York–, Bush tendría casi asegurada su nominación como candidato republicano a la Presidencia. En el caso de los demócratas, la diferencia es tan amplia que ya se habla del probable retiro de Bradley, en cuyo caso el sucesor de Clinton estaría entre su actual vicepresidente y el hijo del ex presidente, disputa que por ahora está llena de incertidumbre.

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