Opinión Internacional

En la estela del desdén

Los errores en el manejo gubernamental de nuestro diferendo territorial con Guyana y la estela que van dejando son parte del balance de una política exterior en la que ha prevalecido el desdén hacia el país.

La llamada refundación de la república incluyó la negación de la historia y logros de nuestra diplomacia, para reinterpretarla en una narración de total y voluntaria sumisión a las potencias colonialistas e imperialistas entre los siglos XIX y XX.

De modo que la confrontadora presencia internacional de la revolución bolivariana, inspirada por el empeño en dividir el país y el mundo en amigos y enemigos, se orientó a promover ejes y alianzas defensivas del régimen refundador.

Se ha tratado, por y con todos los medios, de echar al olvido que nuestra política exterior fue clave en el laborioso trecho civil de construcción de Venezuela y su presencia en el mundo. Lo fue, en diversos momentos, para su reconocimiento internacional como Estado, la solución de gravosas reclamaciones internacionales, la definición y manejo de las contenciones sobre nuestros límites terrestres y los acuerdos para la proyección de los marítimos, la creación de mejores oportunidades para nuestra industria petrolera y comercio exterior, el acercamiento sur-sur y la concertación política latinoamericana ante situaciones y problemas críticos comunes, incluida una sana aproximación al Caribe ­con Cuba y Guyana en agenda­ y su acercamiento a Latinoamérica.

La negación del pasado se ha ensañado con la Cancillería, comenzando por la destrucción del camino andado para su profesionalización. Súmense la eliminación de instancias de asesoramiento, la desvalorización de consensos en las materias de mayor trascendencia y la inoperancia de los controles legislativos, administrativos y judiciales. La opacidad prevalece en las decisiones y compromisos de una política que asumió los visos de cruzada en procura de aliados incondicionales para el Gobierno. Así fue perdiéndose el refinamiento jurídico y político necesario para atender con tino asuntos delicados que el cristal de amigos y enemigos no ha hecho más que deformar y complicar.

Lo constructivo de la integración, la cooperación y la asistencia ­en las que a lo ya dicho se añade el desprecio por la economía nacional, por el genuino sentido de la complementación de intereses y por la franca solidaridad­ se ha diluido en una mezcla de iniciativas que han creado una madeja de compromisos ineficientes, ilegítimos e inescrutables.

Al desdén por nuestra historia, diplomacia y aspiraciones se suma el desprecio manifiesto hacia el derecho y la formalización institucional de responsabilidades internacionales, no sólo en cuanto a los regímenes de protección de los derechos humanos y la democracia a los que se descalifica como artimañas liberales, burguesas e imperialistas. El alcance es aún mayor, pues incorpora enorme incertidumbre en el conjunto de las relaciones con el mundo por cuanto indica que todo se vale en nombre de la pervivencia del gobierno refundador.

Es este, a grandes trazos, el cuadro del que el maltrato al diferendo con Guyana es apenas una pequeña muestra.

Felizmente, ya comienzan a circular y confluir propuestas democráticas constructivas, vindicadoras del conocimiento, responsabilidad y respeto hacia Venezuela, que comienza por casa.

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