Opinión Internacional

Entre la NASA y Darfur

Esta semana pasada la prensa internacional nos revela que un nuevo transbordador espacial fue lanzado desde el Kennedy Space Center en Florida, Estados Unidos. A los que habitamos este planeta nos maravilla observar lo que el hombre es capaz de lograr, especialmente a partir de aquel 20 de julio de 1969 cuando el astronauta norteamericano Neil Armstrong pisó la Luna y pronunció su famosa frase: «Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad».

Pero la prensa también ha reseñado una noticia que pareciera no logró los titulares resaltados que la anterior sí consiguió, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acordó por unanimidad el envío de una fuerza de paz de veinte mil soldados, con el fin de ayudar a las víctimas del conflicto que desde febrero de 2003 azota la región de Darfur, África, y que han debido trasladarse huyendo de la muerte.

En esta región al oeste de Sudán se lleva a cabo un exterminio de la población negra, dedicada a la agricultura, por parte de la árabe, ganadera, criadora de camellos, debido fundamentalmente a la competencia por los escasos recursos de la zona, en especial el agua dulce. Esa es, al menos, la razón que expone el gobierno de Sudán, mientras la ‘diplomacia humanitaria’ llevada a cabo por algunos Estados, se ocupa de redactar informes sobre desnutrición, envasar agua y alimentos y levantar tiendas de campaña para los desplazados. Entretanto, una multitud de hombres con raza sensible, ve con horror la devastación de territorios y esperanzas humanas convertidas en carroña.

(%=Image(3344410,»R»)%)En el curso de estos ataques donde hay participación evidente de parte del gobierno sudanés, se mata a personas, se viola a mujeres y se obliga a los habitantes de la zona a abandonar sus pueblos después de incendiar sus casas y de quemar o robar sus cultivos y su ganado, que son sus principales medios de subsistencia. Se considera que, hasta el momento, unas 400.000 personas han muerto y unos 2.000.000 han debido abandonar sus hogares y desplazarse buscando algún lugar donde exista una mínima posibilidad de subsistencia.

Ambas noticias son sin duda alguna, dignas de acaparar la atención del mundo entero. Sin embargo, sorprende casi con rabia y dolor, que la primera llene de orgullo a una humanidad empeñada en derribar las barreras de lo conocido y adentrarse en un mundo que apenas suponemos, y la segunda, la noticia demoledora de un genocidio aparentemente ajeno, nos llene de vergüenza. Por indiferencia, o quizá porque la ‘realpolitik’, basada en intereses prácticos más que en ética, no muestra los indicadores como para que valga el esfuerzo involucrarse, los sucesos de Darfur no parecen conmover más allá del instante en que se lee un titular en letras pequeñas.

La conquista del espacio conlleva la unión de las capacidades humanas de distintos orígenes para, a la larga, mediante investigaciones y avances de la ciencia que ayudarían a obtener beneficios para la humanidad, fortalecer el planeta. Por otro lado, el genocidio, concebido como “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros», de acuerdo con la Asamblea General de Naciones Unidas, soporta la muerte y la destrucción de esos mismos individuos que habitan el mundo que se supone resguardamos celosamente mediante organizaciones encargadas de velar por nuestro hábitat.

Al tiempo que una humanidad aplaude imágenes en los plasmas de última tecnología, otra lejana, invisible en las pantallas satelitales, entierra niños que tienen apenas lo que puede ser un conjunto de huesos famélicos.

No queda pues sino pensar que la raza humana se mueve en un mar de tremendas contradicciones. Entre el espacio y el desierto. Entre la gloria y la hambruna. Entre la NASA y Darfur.

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