Opinión Internacional

Escaleras

Más que ciclos de tempestad y calma, las relaciones de los últimos diez años entre Venezuela y Colombia se asemejan a una escalera en la que cada tempestad va seguida por una precaria calma. Se acumulan tensiones no resueltas de las que se nutren nuevas y más intensas tormentas.

Recordemos los más significativos peldaños sobre los que ha escalado la relación: la invitación a una representante de la guerrilla a una sesión del Parlamento Latinoamericano en Caracas para debatir sobre el Plan Colombia (2000); la protección venezolana al guerrillero José María Ballestas (2001); la difusión de bien documentados informes sobre operaciones guerrilleras desde territorio venezolano (2002-2003); la captura de Rodrigo Granda en Venezuela por funcionarios colombianos (2003-2004); la mediación de Chávez para la entrega de secuestrados y su interrupción (2007); la solidaridad venezolana con Ecuador y las revelaciones de las computadoras de Reyes (2008).

La crisis presente está montada sobre esa larga secuencia y, particularmente, sobre su más cercano peldaño. Añadamos la circunstancia particular de este momento.

Para Álvaro Uribe, en los meses decisivos de su gestión para derrotar militarmente a la guerrilla (tanto más si se cancela la vía reeleccionista), es indispensable reducirles cualquier opción de “oxígeno” exterior, particularmente el político (para lo que han servido los datos de las computadoras y los desmanes de la propia guerrilla) y el económico y armamentista (muy vinculados al narcotráfico y a las guaridas extrafronterizas). De modo que tanto la cooperación militar de Estados Unidos como el control del tráfico de armas son prioritarios. Así que la relación económica –como ya lo advirtió el mandatario colombiano en medio de la ruptura del año pasado– ha dejado de ser el salvavidas de otros tiempos para la relación bilateral.

Por su parte, para el presidente venezolano lo importante es “seguir fortaleciendo el poder militar de la república”, cueste lo que cueste (crédito ruso mediante), porque el convenio militar Colombia-EE.UU, la denuncia sobre los lanza cohetes y otros eventos (como los informes acerca del incremento del narcotráfico en Venezuela, las denuncias sobre la naturaleza de los vínculos de la revolución bolivariana con Irán y Hezbolá, así como los datos del video del Mono Jojoy), no hacen más que confirmar que “Colombia es la plataforma elegida” para la agresión del “imperialismo yanqui”. Esta triangulación, que ha valido desde 1999 para alimentar el discurso antiimperialista, sirve ahora para cerrar el puño e intentar alimentar una polarización hemisférica muy venida a menos.

La tensión nunca resuelta ha estado públicamente presente desde la declaración del recién juramentado presidente Chávez en reconocimiento a la condición de beligerancia de las guerrillas colombianas. En enero de 2008, el mandatario venezolano caracterizó más abiertamente a las FARC y al ELN como “fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político bolivariano que aquí es respetado” e invitó a otros países a reconocerlas.

Crisis tras crisis, como sugiere el gráfico con el que se representa la evolución del comercio en el que la línea colombiana asciende y la venezolana desciende, hay en realidad dos escaleras.

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