Opinión Internacional

Ex Comandos de Pinochet en Irak

Una tarde del mes de junio de 1975, mientras realizábamos nuestra rutina diaria en la vieja cárcel de Copiapó con los compañeros de la Universidad del Norte, a los cuales se agregaban un grupo de estibadores de Chañaral y unos pescadores de Caldera, quienes según la afiebrada mente del Teniente-Coronel Arturo Ramsés Alvarez Sgolia, Jefe Militar e Intendente de la Región, habríamos conformado un terrorífico grupo con un denominado plan “Lobo Azul” para acabar con todo el territorio atacameño, lo cual fue ampliamente difundido por la prensa nacional, comandada por el vetusto y oligárquico diario “El Mercurio”, nada menos que en un editorial del 1 de junio de 1975, fuimos llamados por un gendarme para acudir a otro recinto de las instalaciones carcelarias, a fin de que escucháramos una breve “conferencia” de un enviado de Ramsés, el desequilibrado Teniente-Coronel. Nos trasladaron a un espacio, donde existía una especie de escenario, desde el cual nos dirigiría la palabra el enviado de Satanás. De pronto, surge un individuo fuertemente armado, uniformado con una indumentaria de combate que pertenecía al Ejército, el cual empezó a pasearse ante nosotros golpeando unas lustrosas botas negras y mirándonos con desprecio. Se identificó como un Comando, “que estaba al servicio de la Patria para defenderla según él de los traidores” entre quienes nos encontrábamos nosotros. Habló de “los sagrados valores de la Patria”, de la “llama encendida de la libertad”, del “orden” que había impuesto su General Pinochet y de toda esa letanía que utilizaban esos depredadores de la nación en aquélla época de sombras y de tinieblas. Posteriormente, pasó a lo que él específicamente representaba. Integraba un escuadrón élite de comandos, formados en el exterior con seguridad en Panamá, en aquel entonces, donde se perfeccionaban tales criminales para “matar gente”. Recuerdo patentemente que nos indicó que él solo era capaz de destruir toda la ciudad, donde en aquellos tiempos residían unos 100 mil habitantes aproximadamente. Su formación era tan completa, que se asemejaba a Rambo, o a otra de esas figuras imaginativas de esas películas de grandes guerreros mata-hombres. Terminada su “brillante” intervención se retiró. Tal vez, la intención fue de asustarnos, pero no logró el objetivo por cuanto ya habíamos asimilado la presencia de tanto espécimen que atentaba contra la civilidad chilena. Y a esas alturas, nuestros miedos iniciales habían desaparecido. Mas bien, nos invadió una sensación de amargura y desazón de contemplar a un individuo nacido en la misma patria nuestra, tan superficial, con una mente limitada y hueca, manipulado por un sistema genocida.

Menos mal, que nosotros conocimos a una caricatura parlanchina y no experimentamos la acción de estos comandos locos, como le ocurrió al profesor Mario Benavente, exiliado por muchos años en Venezuela, y a “Cupido”, joven universitario, compañero nuestro posteriormente en el recinto de presos políticos de Tres Álamos, quienes cuando estuvieron detenidos en el campo naval de Ritoque, una noche cualquiera, estos comandos de la Marina, que los resguardaban idearon llevar a cabo una locura que ha quedado registrada en la historia de los campos de detenidos de Pinochet. Se les ocurrió la luminosa idea de pintarrajearse, armarse hasta los dientes y esperar que los detenidos – que según nos relataron ellos mismos, en oportunidades diversas habitaban algunas viviendas, tipo cabañas- conciliaran el sueño Tal vez, sería pasada la medianoche, cuando estos diablos armados irrumpieron, echando abajo las puertas y disparando hacia el interior de las viviendas. A sus propios presos que custodiaban, los sacaron violentamente al exterior. Les rompieron sus escasas pertenencias. Los trasladaron desnudos a los patios de las instalaciones en una madrugada invernal y solamente los dejaron libres, cuando se saciaron de sus tropelías. En esa época, hubo denuncias de la Vicaría Pastoral y la Comisión de Derechos Humanos, pero no pasó más allá. Los comandos prosiguieron en sus juegos enajenados, en distintas guarniciones del país, practicando tales ejercicios de “locura y muerte”.

Hoy, estos comandos y sus herederos que ya están fuera de las Fuerzas Armadas, aunque algunos laboran como miembros de seguridad en empresas, especialmente en las vastas plantaciones de pinos y eucaliptos de compañías anónimas, cuyos dueños se esconden en el anonimato, constituyendo una nueva clase de terratenientes. Muchos, que carecían de oficio y se distraían jugando a la guerra en equipos electrónicos, de la noche a la mañana, recibieron una jugosa e inesperada oferta de los representantes de una empresa norteamericana, que andaba en busca de estos “dignos ex defensores de la patria “ para contratarlos, estrenarlos aún más y enviarlos al enfrentamiento candente que en este momento se desarrolla en Irak. La oferta consistió en unos 5 mil dólares mensuales para aquéllos que no alcanzaron a altos grados y para los otros con categoría que comprendiera desde el grado de Mayor hacia arriba, se les ofreció un renta de unos 30 mil dólares mensuales. Se estima que el conjunto de comandos inicial comprometido habría llegado a una cifra superior a cien y fueron contratados por considerarlos “muy profesionales. Luego, los trasladaron a un campo de entrenamiento del país del norte, donde cuatro instructores les indicaron cómo enfrentar a los iraquíes en su propio terreno. Estos directores lo constituían tres norteamericanos y un puertorriqueño. No sabemos cuánto tiempo se mantuvieron incólumes estos mercenarios en tierras del oriente. Lo cierto, que con otros “mata gente” de Sudáfrica e Irlanda, donde se encontraban unos sudafricanos asesinos en Namibia y su propio país en tiempos pretéritos, contratados de similar manera iniciaron su mercenaria labor. Parece que a los “ex comandos de Pinochet” los asignaron cerca de Fallujah, con misiones específicas, pero aquí estos individuos recibieron su merecido, por cuanto los grupos de iraquíes de la resistencia los detectaron y en un atentado pusieron fin, hace poco más de un mes atrás, a los cuatro integrantes, directores de este comando, al explotar el jeep que los transportaba, aunque otras versiones señalan que dos de ellos habrían sido colgados. Ante esta advertencia los “ex comandos de Pinochet” se han asustado, ya no demuestran el arrojo que antaño tuvieron en la cárcel de Copiapó, ni en el campo carcelario de Ritoque. Ahora, lo único que desean es retornar al lar nativo para poner a salvo sus vidas, al encontrase con un adversario que no les da cuartel a los invasores, que de distintas partes del mundo han pretendido desde hace más de un año apoderarse de la nación que les pertenece. Las actuales autoridades chilenas, que nunca tuvieron la más mínima injerencia en estos contratos de “ex comandos de Pinochet”, deben mantener la posición digna de permanecer ajenos a tal situación, y que sean estos mismos mercenarios los que resuelvan por sus propios medios escapar de una “guerra de verdad”, y no de juegos electrónicos bélicos, y al no encontrar oponentes armados, significaron en la patria nativa la muerte y desaparición de tres mil connacionales civiles, presos muchos e indefensos la mayoría.

(*)Escritor chileno, radicado en Venezuela, desde enero de 1976.

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