Opinión Internacional

¿Existen salidas?

La famosa globalización es, entre otras cosas, el triunfo del modelo capitalista y la demostración del fracaso del comunismo en el mundo. Con la caída de los modelos marxistas ésta surgió, y hablar de ella, en cierta manera, es acogerse al modelo capitalista. Pero ¿puede ese proceso tener matices? Implementarlo sin anestesia podría ser un exceso demasiado traumático, y en ello estamos de acuerdo.

Nuestro países han sido víctimas históricas de las tendencias: El capitalismo mal instrumentado ha degenerado en dictaduras militaristas de derecha corruptas que cercenan las libertades individuales, y el comunismo o el socialismo han degenerado en democracias y/o autocracias populistas y parasitarias, que han malbaratado nuestras riquezas y han mal acostumbrado a nuestros pobladores a ser unos pedigüeños de oficio.

La vía de querer globalizarnos asociándonos con los perdedores del mundo, que parece ser la escogida por nuestros gobernantes actuales, no es una salida, y por el contrario más bien parece ser el camino que nos llevará de seguro a mayores niveles de pobreza e indignidad, repitiendo modelos que ampliamente han demostrado su fracaso. Pero la vía de abrirnos completamente hacia las economías globalizadas del primer mundo parece demasiado arriesgada, pues no contamos con un pueblo preparado para competir en un mercado cada vez más exigente, y lo que es peor, no tenemos ni ciudadanos educados ni instituciones que funcionen. Entonces habría que pensar en una estrategia para irnos blindando en un proceso de integración pensado en varias vertientes paralelas.

La globalización busca que los estados sean débiles en sus ejecutorias pero altamente institucionalizados. Ello por ahora no es posible en países como el nuestro en los cuales los niveles de pobreza son tan altos. Necesitamos un Estado que sea fuerte para proteger a los ciudadanos en cinco aspectos fundamentales que deben constituir su centro: salud, seguridad, alimentación, vivienda y educación. Pero no necesitamos un Estado negociador, comerciante y competidor. Es por ello que poco a poco debe deslastrársele de toda aquella actividad que lo desvíe de su centro. A la periferia de sus objetivos debe dedicarse como el fiel de la balanza, imponiendo reglas claras, controles rigurosos y adecuados, y haciéndolos cumplir. Así podrá dejarse que la periferia, que sea capaz, se vaya globalizando. Mientras ello sucede, el Estado debe producir una verdadera revolución educativa, y debe tratar de obtener tecnología de primer orden y masificarla. No hay tiempo para estar tratando de redescubrir lo que ya otros inventaron. Se trata de aprender eso que ya existe para equipararnos en conocimientos. Luego, habrá oportunidad para desarrollar sobre ese conocimiento tecnológico.

Pero, además, el Estado debe comenzar a educar paralelamente para formar ciudadanos que sepan cuáles son sus deberes y los cumplan, y que exijan sus derechos y los hagan respetar. Ese es el verdadero aspecto humano de la función educativa. El ciudadano educado, con el tiempo, será el centro de la República. Así, el Estado podrá ir haciéndose más débil en cuanto a las actividades que no le son propias, y las instituciones, que son su expresión en la práctica, serán tan sólidas como educados sean sus ciudadanos. Si las normas son claras y las instituciones son sólidas e independientes, tanto en lo externo (unas de las otras), como en lo interno (diferenciadas de las personas que las integran), no habrá que temerle a la globalización que podría darse de manera natural. La clave, en nuestro concepto, está en instituciones sólidas y ciudadanos capaces de ejercer derechos y cumplir deberes.

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