Opinión Internacional

Globalización de la lucha antidrogas

Si existe una mapa de la desigualdad y la pobreza y otro mapa del deterioro ambiental en las distintas regiones del planeta, lo hay también sobre la economía de la droga y sus efectos corrosivos, a escalas locales, nacionales y globales.

Dicho mapa nos muestra vastas áreas rurales de América latina y Asia como territorios de cultivo y producción, cada vez más sustraídos del control de sus respectivos estados y gobiernos, rutas de comercialización que logran atravesar fronteras y controles y que van sobre todo de países pobres hacia países ricos manejadas por carteles transnacionalizados, y grandes centros urbanos de consumo, donde además dichas organizaciones buscan influir sobre los centros de poder, las instituciones y las economías.

El último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, organismo de las Naciones Unidas, hace un balance bastante desfavorable de los resultados que han tenido las distintas estrategias de lucha contra el narcotráfico.

Lo que hasta hace poco más de una década era un fenómeno secundario respecto de otros riesgos y amenazas geopolíticas, es hoy una principal fuente de preocupación internacional. Esta preocupación toma nota de que la economía de la droga se confunde en mucho de sus tramos con el funcionamiento de la economía formal y con los flujos comerciales y financieros del mercado global.

La conexión entre el mundo de los negocios vinculados directa o indirectamente con el tráfico de drogas y el mundo del crimen organizado, las mafias y la corrupción institucional fue obligando a una redefinición en el tratamiento integral de esta amenaza. Se entendió que la debilidad institucional y jurídica así como la labilidad de las administraciones gubernamentales a la hora de receptar inversión externa han sido factores propiciatorios.

Por otra parte, las ofensivas antinarcóticos encaradas con fuerte apoyo militar y en la mayoría de los casos en contextos de feudalización territorial y enfrentamientos con narcoguerrillas, no han dado resultados positivos.

Finalmente, los países de más alto desarrollo tienen los más altos índices de consumo de drogas pesadas y no han encontrado una fórmula eficaz de corresponsabilidad con los países productores. A ello se agrega el aumento del consumo masivo de marihuana y otras drogas «blandas», sin que las campañas de prevención y la atención pública sanitaria ofrezcan una adecuada contención para sus nocivas y dolorosas secuelas.

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